La tragedia griega
Leer las grandes obras de la tragedia griega es, desde luego, una ocupación apasionante, pero representa un reto a nuestra idea de la evolución humana. Percibir cómo el ser humano se mueve por las mismas pasiones desde hace más de 2000 años puede conducirnos a la melancolía. La misma melancolía perpleja que me produce la lectura de la abundante literatura que está generando la actual crisis financiera.
Los adivinos del pasado encuentran rápidamente diferencias y parecidos con crisis anteriores, y le ponen un título detrás de la palabra burbuja. Así, la que vivimos sería 'la primera crisis financiera de la era de las titulizaciones' o 'el estallido de la burbuja de las titulizaciones'.
Los adivinos del pasado suelen encontrar en las crisis financieras -eso sí, cuando estallan- al menos dos leyes de hierro. La primera es su carácter predecible, por lo que sorprende que no haya sido posible evitarla; y la segunda es su tamaño, que según los oráculos siempre será mucho mayor que la precedente, aún cuando no haya terminado y sea imposible evaluar su impacto global en el momento de su inicio.
Mi escuela de adivinación, enfrentada a la anterior, trabaja más el campo de la búsqueda de las coincidencias en el comportamiento de los agentes del mercado. Para ello, permítanme que repase algunas de las últimas crisis financieras e intente extraer importantes conclusiones. ¿Para qué?, dirán ustedes Esperen y verán.
En la década de los 80 y parte de los 90, el sistema financiero estadounidense sufrió la crisis de las Savings&Loan, entidades que aprovecharon la desregulación del sistema bancario americano para captar depósitos a tipos de interés elevados y embarcarse en préstamos hipotecarios muy cuantiosos. Más de 1.000 instituciones quebraron, y cientos de miles de depositantes perdieron sus ahorros. El coste total equivalente de la crisis fue en 1990 de alrededor de un 3% del PIB de Estados Unidos. Una parte, 125.000 millones de dólares, fue asumida por el Gobierno Federal.
Hace exactamente diez años, en agosto de 1998, estalló la crisis del hedge fund Long Term Capital Market, que con 4.000 millones de dólares de capital gestionaba una cartera de 100.000 millones. En el año 2000 estalló la 'burbuja tecnológica', cuando empezó a cuestionarse la capacidad de generar beneficios de muchas de las empresas.com y, por tanto, la valoración que de ellas habían hecho los más diversos analistas y la pléyade de bancos de inversión americanos. Y no hablo de Enron y WorldCom y la falsedad de sus estados contables; ni siquiera de los 'bonos basura'.
Las actuales turbulencias financieras tienen su origen en la concesión de préstamos hipotecarios de alto riesgo (subprime). Es decir, los otorgados a personas insolventes a las que ningún banquero tradicional en su sano juicio hubiera concedido nunca un crédito, y que presentaban en 2007 tasas de morosidad superiores al 20%. Estos activos tóxicos se transmitieron al conjunto del sistema financiero a través de su paquetización, titulación y/o estructuración en productos que fueron comprados por ávidos inversores atraídos por su buena rentabilidad y, ¡muy importante!, alta calificación crediticia, puesto que antes de salir al mercado habían recibido una buena mano de pintura AAA, a pesar de la mala calidad de sus subyacentes.
Encuentro al menos cuatro coincidencias claras en todos estos procesos, pero invito a los lectores a encontrar algunas más. La primera es la denominada 'innovación financiera', que aprovecha los entresijos regulatorios o su ausencia para crear instrumentos financieros difícilmente comprensibles. La segunda es la escasez de capital propio, que pone en riesgo la entidad o entidades emisoras frente a las pérdidas a las que se enfrentan quienes adquieren sus productos. La tercera es el valor de las cosas, y la cuarta el desprecio al riesgo. Es decir: misterio, avaricia, codicia y temeridad. Como en una tragedia griega.
(Mi agradecimiento a Pedro del Río y su artículo 'Comparación histórica de episodios de turbulencias financieras globales', de donde he tomado los datos. Del enfoque y de sus conclusiones, soy la única responsable)
María Jesús Paredes. Socia directora de IG Consultoría