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Tribuna
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Las lecciones de Portugal

Los últimos datos económicos confirman la ralentización intensa de la economía española durante el último trimestre, con un avance intertrimestral del PIB en el entorno del crecimiento cero. Ante esta coyuntura preocupante es interesante observar la experiencia de otros países, como Portugal, que han afrontado crisis económicas en los últimos años.

Portugal entró en una crisis profunda hace una década tras un periodo de bonanza en los noventa culminada por el éxito de ser uno de los miembros fundadores de la Unión Monetaria. Desde 1999, lastrada por una herencia de alta inflación y elevados intereses, la economía portuguesa sufrió una explosión de consumo y de préstamos que desembocó en una intensa crisis: tuvo un crecimiento negativo del 1% en 2003 y del 0,4% en 2004, y la renta per cápita cayó del 80% de la media de la UE de 25 en 1999 al 70% en 2006.

Esta crisis fue agravada por la dependencia del país en el petróleo y la falta de competitividad de sus exportaciones, incapaces de hacer frente a la competencia de mercados emergentes (la media del déficit de cuenta corriente entre 2001 y 2007 ha sido de 8,6% del PIB). A diferencia de España, sin embargo, en Portugal la pérdida de competitividad externa no ha sido causada por el aumento de los costes laborales unitarios, que en dólares se han mantenido prácticamente constantes entre 1998 y 2007. En Portugal su ventaja comparada como exportador de productos de alta intensidad laboral se ha visto muy erosionada por la extensión de la UE hacia Europa del Este y la explosión de los mercados emergentes como China e India.

Esto ha sido un gran problema ya que Portugal es una economía pequeña (tiene un PIB de 232.000 millones de euros), que es extremadamente dependiente del comercio exterior (las importaciones representan un 31% del PIB y las exportaciones un 20%) y del sector agrícola (emplea a un 10% de la población activa). El problema se agravó por los bajos niveles de inversión (ha caído desde el 28,1% del PIB en el 2000 hasta el 20,9% en 2006), y del ahorro (que ha caído desde el 17% en 2000 hasta el 12,3% en 2006).

El peor problema, sin embargo, fue la falta de disciplina fiscal. A diferencia de España, Portugal no tenía ningún colchón. Entre 2004-2007 tuvo tres años consecutivos vulnerando el objetivo del 3% de déficit fiscal impuesto por el Pacto de Estabilidad de la UE. La inversión en infraestructuras generó un desequilibrio del 3,4% en 2004, un 6,1% en 2005 y un 3,9% en 2005 (la deuda pública es del 63,4% del PIB).

La reducción del gasto público desde el 47,5% del PIB en 2005 al 45% en 2008, ha permitido una reducción del déficit hasta el 2,6% del PIB en 2007 (la proyección es del 2,2% en 2008) que ha sido clave en la recuperación económica ya que ha cambiado las expectativas y aumentado la confianza de inversores. Por tanto una lección clave de la experiencia portuguesa ha sido la necesidad de mantener una posición presupuestaria cómoda que permita márgenes de maniobra en caso de crisis. Es algo a tener muy en cuenta a la hora de afrontar el nuevo ciclo.

Además, el Gobierno socialista de José Sócrates ha aprovechado la coyuntura de crisis para afrontar algunas de las reformas que urgentemente necesitaba el país, y ello pese a la oposición frontal de intereses organizados. Tres de las más significativas han sido las reformas de la Administración pública, del sistema educativo y de las pensiones (que se considera una de las más ambiciosas acometidas en Europa).

Los resultados de estas reformas y de la consolidación fiscal han sido muy positivos: el consumo privado ha crecido un 1,5%, el crecimiento estimado del PIB en 2008 es de un 2%, la formación fija de capital creció un 2,5% en 2007, se han creado 100.000 nuevos empleos desde 2005, y han aumentado las exportaciones (un 8,9% en 2006 y un 6,2% en 2007). Pese a todos estos logros, Portugal, como España, tiene el reto de mantener el camino de las reformas que potencien el capital humano, y mejoren la competitividad y la productividad del mercado interno.

En España nos podemos lamentar de las oportunidades perdidas para acometer estas reformas, pero si hay algo positivo que debemos exigir de esta crisis es que de una vez fuerce al Gobierno y a los actores económicos a adoptar las reformas que no se han tomado durante la última década.

Sebastián Royo. Decano en la Universidad de Suffolk en Boston, director de su campus en Madrid, y codirector del seminario de Estudios Ibéricos de Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard (sroyo@suffolk.edu)

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