El progreso económico de España
Resultan incuestionables los logros que ha alcanzado la economía española en las últimas décadas. España ha sabido transformar su economía hacia un modelo con mayor libertad y competitividad, aumentando su capitalización, modernizando sus infraestructuras y su tejido productivo, e integrándose con éxito en la economía europea e internacional.
El mejor exponente de esta transformación son los niveles de bienestar que ha logrado la sociedad española medidos por el producto interior bruto (PIB) por habitante. Basta señalar que España ha multiplicado por cinco su renta per cápita desde finales de los años setenta, convergiendo casi tres décadas después con la Europa ampliada de los Veintisiete y situándose muy cerca de la media de los 15 países que ya forman la Unión Económica y Monetaria (UEM) en 2008.
Tres hitos marcan el éxito de la economía española en estas últimas décadas. En primer lugar, nuestra incorporación a la Comunidad Europea en 1986, que permitió a las empresas impulsar su integración en la economía internacional y el proceso de liberalización de la economía española.
En segundo lugar, los avances logrados en estabilidad macroeconómica, sobre todo, en déficit público e inflación, a través de la disciplina que introdujo el cumplimiento de los criterios de convergencia establecidos en el Tratado de Maastricht. Todo ello culminó en 1999 con nuestra entrada en la UEM como país fundador y, desde entonces, España se convierte en un referente dentro de las principales economías del mundo. Los beneficios de nuestra pertenencia a la moneda única europea son evidentes. No sólo el paraguas del euro ha reducido nuestra prima de riesgo en los mercados internacionales, también nos ha obligado a mejorar nuestra competitividad, a través de la desregulación y liberalización de los mercados de bienes y servicios.
Otro factor que ha impulsado definitivamente la actividad y la inversión han sido los bajos tipos de interés, sin olvidar los fondos que hemos recibido del presupuesto europeo. A medida que los países europeos fueron avanzando en integración, se fueron abriendo nuevas vías a la creciente internacionalización de la empresa española en lo referente tanto a la exportación como a la inversión directa.
La aparición de una innovadora clase empresarial que ha entendido la necesidad de buscar nuevos mercados exteriores y ofrecer productos de mayor calidad ha logrado que un buen número de empresas españolas no necesiten carta de presentación en el escenario internacional. En consecuencia, el grado de apertura de la economía española, medido como exportaciones e importaciones sobre PIB, se ha multiplicado por dos desde el inicio de la década de los noventa, superando el 60%.
Además, España ha pasado de ser un país receptor de inversiones a tener un creciente peso inversor en el extranjero. La mayor apertura al exterior y la estabilidad macroeconómica han permitido a la economía española disfrutar de la etapa de expansión más estable y prolongada de los últimos 30 años. Hemos crecido por encima de Europa, evolución que ha tenido una incidencia muy positiva en el empleo.
En 1994 España era el país europeo con mayor tasa de paro (casi un 20% según Eurostat), nivel que se ha ido reduciendo hasta el 8% en 2007 y que se equipara, prácticamente, al de Francia y Alemania. No se puede pasar por alto otro de los grandes cambios que ha vivido nuestro país, como es el referente al ámbito demográfico, en sus dos vertientes: magnitud y composición.
España ha dejado de ser un país de emigración, con problemas de natalidad y baja participación de la mujer en el mercado laboral, y se ha convertido en un país receptor de inmigrantes, con un crecimiento poblacional que supera la media europea y que avanza en convergencia en tasas de empleo femenino con las principales economías de nuestro entorno.
Si bien España se encuentra en una situación privilegiada, no podemos caer en la complacencia. Aunque los retos de la economía española son diversos, destacan dos de ellos por su relevancia: la pérdida de competitividad relativa y el lento crecimiento de la productividad. En este sentido, la liberalización de los sectores que aún no lo están por completo, la externalización de la gestión de los servicios públicos y la mayor cualificación de los recursos humanos son acciones imprescindibles para incrementar nuestras posibilidades de competir.
Todo ello, junto con una política fiscal que fomente el crecimiento económico, nos permitirá superar los desequilibrios existentes y dar respuesta a la globalización creciente, con el consiguiente afianzamiento del proceso de convergencia de España con las principales economías de la Unión Económica y Monetaria.
Gerardo Díaz Ferrán. Presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE)