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Columna
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Felicidades BCE

José Carlos Díez

El pasado 1 de junio el BCE y la Unión Monetaria han cumplido 10 años de vida. El experimento monetario europeo tardó muchas décadas en gestarse pero, en estos 10 años, la economía de la eurozona ha sufrido: tensiones inflacionistas al final del ciclo expansivo de los noventa; una profunda recesión en 2001, especialmente en Alemania; dos perturbaciones de precios de primeras materias, principalmente petróleo, y una crisis financiera, por lo que tenemos información suficiente para evaluar a nuestra joven autoridad monetaria.

Recientemente, he participado en una encuesta de una entidad financiera europea en la que 50 economistas de servicios de estudios hemos evaluado al Banco. El BCE ha sacado un notable alto, superando su calificación de hace dos años y, lo que es más importante, ha superado en nota a la Reserva Federal y al Banco de Inglaterra. Es conveniente mirar atrás y recordar todos los problemas que supuso el proceso político del nacimiento de la Unión Monetaria, lo debilitado que comenzó su mandato el BCE y los problemas operativos que tuvo la redenominación de los activos a euros y la integración de los mercados financieros dentro del área. Ni en el escenario más optimista era imaginable que, en tan sólo 10 años, un experimento monetario tan complejo estaría tan consolidado y el BCE tendría una reputación tan alta, por lo tanto la nota es merecida.

El origen de la moneda única es la credibilidad del Bundesbank alemán, que se forjó tras una hiperinflación traumática en los años veinte. Los alemanes asociaron la hiperinflación con la desintegración institucional de los años treinta, la llegada de Hitler y el partido nazi al poder y la vergüenza nacional que supuso su papel en el Segunda Guerra Mundial.

Ni en el escenario más optimista era imaginable que un experimento monetario tan complejo estaría tan consolidado en sólo 10 años

La propia Reserva Federal fue creada en 1913, tras tres crisis bancarias en el lustro anterior y ante la necesidad imperiosa de contar con un prestador de última instancia. Luego, la Gran Depresión dejó al descubierto la necesidad de contar con una institución que velara por el orden monetario para evitar llevar a la economía a situaciones de crisis sistémicas y para ayudarla a salir de ellas. Una mayoría de europeos hemos apostado por la estabilidad macroeconómica y hemos confiado en nuestro banco central sin necesidad de crisis traumáticas, lo cual es un gran mérito.

El dinero reduce los costes de transacción que supondría una economía de trueque, al actuar como bien intercambiable por el resto. Pero el dinero nos sitúa en una economía monetaria que, como nos enseñó Milton Friedman y Anna Schwartz en su Historia monetaria de los EE UU, es determinante para explicar los ciclos económicos.

En la actualidad, la crisis financiera ha obstruido buena parte de los canales de circulación del dinero y en economías tan integradas y sofisticadas como las actuales dificulta el normal funcionamiento de las transacciones económicas. El caso extremo sería la Gran Depresión. Pero más dinero en circulación del necesario provoca inflación que se puede considerar el colesterol económico ya que erosiona las arterias y también distorsiona el normal funcionamiento de una economía de mercado.

La inflación, especialmente su volatilidad, aumenta la incertidumbre sobre las expectativas de renta futura de los agentes y retrae sus decisiones de consumo y de inversión. Además, es el más injusto de los impuestos, ya que independientemente de tu renta, todos tenemos el mismo tipo impositivo. Por lo tanto, la mayor parte de la carga del impuesto lo soportan las capas más pobres de la población.

Por último, aunque no por ello menos importante, la inflación es un impuesto sobre el ahorro. Por esa razón, cuando las expectativas de inflación aumentan, los ahorradores exigen una mayor rentabilidad a sus inversiones y los tipos de interés suben, encareciendo el pago de las hipotecas y de los préstamos empresariales, contrayendo el gasto privado.

Los inversores esperan tipos del euríbor a un año próximos al 5% durante 2008, pero en los dos últimos meses los riesgos de subidas de tipos han aumentado. Se crítica al BCE por su excesivo celo antiinflacionista, pero ha demostrado en los últimos años que, cuando la inflación no es una amenaza, el crecimiento también es una prioridad. Por esa razón bajaron los tipos al 2% en 2003 y los mantuvieron hasta que la economía dio señales de recuperación. Con los tipos tan bajos han sido actores principales de la edad dorada del crédito global que ha derivado en la crisis subprime. Pero, como es su cumpleaños, diremos que fue culpa de Alan Greenspan, como defienden muchos banqueros centrales europeos, demostrando ser más políticos de lo deseable.

La subida de los precios del petróleo y del resto de materias primas es una señal inequívoca de que en el mundo sigue sobrando mucha liquidez y anticipa un periodo de mayor inflación en el próximo lustro. Se presiona al BCE para que favorezca el crecimiento, pero el mayor favor que puede hacernos nuestra autoridad monetaria a los ciudadanos europeos es mantener la inflación estable, para no repetir los errores de los setenta que llevaron a las economías a la temida estanflación.

En España, la efeméride del BCE llega en plena resaca del ciclo expansivo. En los últimos años, mientras nuestros socios estaban de luto por la crisis económica, nosotros teníamos montada una bacanal de crecimiento, pero ahora no estamos para fiestas. No obstante, si la actual crisis financiera nos hubiera pillado fuera de la protección del euro seríamos como el frágil barco capitaneado por George Clooney, en medio de la tormenta perfecta. Cuando se nos pase la resaca, como decía Machado, 'todo pasa y todo queda', nos daremos cuenta de lo que supone contar con tipos de interés bajos y una moneda estable y volveremos a celebrarlo.

La eurozona sigue sin ser un área monetaria óptima y es difícil que llegue a serlo en el futuro. Por lo tanto, tendrán que pasar muchas más décadas para seguir evaluando el mayor experimento monetario mundial desde Bretton Woods. Mientras tanto, celebremos el cumpleaños de la Unión Monetaria y sintámonos homenajeados todos. Los verdaderos protagonistas somos los sensatos ciudadanos europeos.

José Carlos Díez. Economista jefe de Intermoney

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