_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La tragedia de Myanmar

La actuación de la Junta Militar en Myanmar (antigua Birmania) impidiendo la distribución de la ayuda internacional tras el ciclón Nargis pone de manifiesto la crueldad y brutalidad con que trata a sus conciudadanos, según denuncia la autora

Myanmar (antigua Birmania) desapareció de los titulares y de nuestras consciencias colectivas hace meses, tras la brutal represión de la 'revolución azafrán', una protesta pacífica liderada por monjes budistas para exigir el fin de un Gobierno represivo. En aquella ocasión se nos olvidó preguntar cuántos cientos de manifestantes desarmados habían muerto y cuándo llegaría un nuevo Gobierno democrático. Tristemente, la catástrofe del ciclón Nargis ha situado al país asiático, uno de los más pobres y reprimidos de la región, en portada de todos los medios internacionales.

El paso del ciclón por Myanmar -Birmania para los demócratas del país- ha arrasado todo lo que ha encontrado a su paso. No hacía falta mucho para destruir casas con muros de cartón y suelos de tierra, dejando a pueblos enteros sin un solo edificio en pie. La red de transporte, casi inexistente, ha dejado aislados a cientos de miles de víctimas. Y fuentes internacionales independientes fijan el número de muertos en 100.000, con otro millón como mínimo de damnificados y desplazados. Los testigos dicen que incontables cadáveres flotan por los ríos y que no se puede andar por los campos de arroz sin tropezar con ellos. Los alimentos, ya escasos y caros, no llegan a los supervivientes y no hay luz ni agua potable en las zonas más afectadas. Con el paso del tiempo, la amenaza de enfermedades contagiosas como el cólera o el dengue es inminente mientras cadáveres de personas y animales se pudren en las calles.

¿Cómo ha respondido a esta catástrofe el Gobierno militar que regenta la nación desde hace cuatro décadas? Si recordamos, las autoridades cerraron el país en otoño para bloquear la publicación de noticias sobre la represión de las protestas democráticas. Y ni siquiera ver a su pueblo agonizante le ha impulsado a abrir las fronteras. La Junta Militar que gobierna tardó cuatro días en enviar helicópteros para distribuir alimentos en las zonas más afectadas, donde habitan unos 24 millones de personas. Tardó cinco días en dejar entrar dos aviones de las Naciones Unidas llenos de alimentos, medicamentos y otros bienes, sin medios para distribuirlos. Una semana después de la tragedia, sigue negando acceso al país a trabajadores de agencias internacionales que quieren entrar para repartir alimentos y auxiliar a las víctimas. Mientras los birmanos se mueren de hambre y de desatención médica, en las fronteras esperan no sólo trabajadores, sino miles de toneladas de alimentos y otros bienes necesarios, pendientes de la decisión de los dictadores.

Los alimentos, ya escasos y caros, no llegan a la población y no hay luz ni agua potable en las zonas más afectadas

La ayuda humanitaria y logística ofrecida por Estados Unidos sigue sin aceptarse, en parte porque éste fue de los pocos países en imponer sanciones a la Junta Militar por la brutal represión de la protesta azafrán. Francia, frustrada por su espera en las fronteras, se plantea la posibilidad de obligar al Gobierno a aceptar su ayuda. Y mientras tanto, el Gobierno sigue adelante con sus planes de celebrar un referéndum el sábado sobre una nueva Constitución que le otorgaría aún más poder después de 46 años de dictadura.

¿Qué podemos hacer en Occidente ante una situación así? Por un lado tenemos un gobierno represivo al que es difícil presionar desde fuera para que evolucione hacia un sistema democrático. Pero aún más grave es que ese Gobierno bloquee deliberadamente la ayuda que salvaría la vida a miles de personas -sus propios ciudadanos-, porque no quiere debilitarse o exponerse a la crítica de sus opositores y de la opinión pública internacional.

¿Seguiremos cerrando los ojos esperando a que Myanmar deje de nuevo de ser noticia en la prensa? ¿O luchamos a nivel internacional para exigir el fin de un régimen que defiende su poder por encima no sólo de la paz y la libertad, sino de la misma existencia de millones de ciudadanos?

Gayle Allard. Profesora del Master in International Relations de IE Business School

Archivado En

_
_