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Columna
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Elecciones e inmigración

La inmigración ha aparecido en el debate electoral. Y lo ha hecho de la peor de las formas posibles, con escasos argumentos acerca de las razones por las que ha llegado. Además, su importancia en el medio y largo plazo es tal que excede la que pudiera tener en las próximas elecciones, Y por ello, haríamos bien en vacunarnos contra una discusión epidérmica, vacía de contenidos relevantes y con apelación a los miedos que genera la intensidad y la rapidez del proceso inmigratorio. Por ello, conviene recordar algunos hechos de ineludible consideración si queremos encauzar la política inmigratoria de acuerdo a los intereses del país. Ahí van los cinco que, desde mi punto de vista, son más relevantes.

En primer lugar, el cambio demográfico de los últimos treinta años en España ha sido tan intenso que las jóvenes generaciones (de 16 a 29 años) están ya perdiendo efectivos en términos absolutos. Hay que reconocer sin ambages que, por las razones que fuere, nuestra sociedad decidió tener pocos hijos hace ya un par largo de décadas. Y que esa decisión ha comenzado ya a afectar la oferta de trabajo disponible.

Un segundo elemento determinante del proceso ha sido la explosión del empleo, que se nutrió inicialmente de la caída del paro y del aumento de la actividad de los nativos. No obstante, a partir de los primeros dos mil esos excedentes han dado muestras inequívocas de agotamiento. Y ello explica que, en los últimos años, dos terceras partes del nuevo empleo español haya sido ocupado por inmigrantes. Esta creciente aportación no refleja, en absoluto, un proceso de expulsión de los nativos, sino su marcada ausencia. De hecho, la tasa de paro de estos se ha hundido hasta valores no vistos desde los setenta, y ello en un contexto de muy fuerte avance de su actividad.

La inmigración ha aparecido en el debate electoral y lo ha hecho de la peor forma posible, con pocos argumentos de por qué ha llegado

En tercer lugar, el muy intenso crecimiento del PIB debe a los inmigrantes una parte no menor de su avance, calculada en el entorno del 35% entre 2001 y 2007. La ampliación del mercado interno de bienes y servicios que ha supuesto el choque inmigratorio explica, entre otras razones, el intenso avance de la actividad y de la inversión productiva, amén de la inmobiliaria hasta el pasado año.

Un cuarto aspecto que no puede olvidarse es el del saldo fiscal de la inmigración. De hecho, los inmigrantes se pagan su estancia, provocando un excedente fiscal favorable a los nativos en forma de contribuciones a la Seguridad Social, pero también por la diferencia entre los impuestos que pagan y el uso que efectúan de los servicios colectivos. Siendo ello cierto, no lo es menos que los inmigrantes irregulares parecen provocar un saldo negativo, porque sus impuestos directos y las contribuciones sociales que deberían generar son apropiadas individualmente por los empresarios que los contratan.

Finalmente, incluso tomando en consideración el aporte de los inmigrantes ya instalados, las cohortes más jóvenes (de 16 a 39 años) van a continuar hundiéndose los próximos quince años y más allá. Dado que los nativos que no han nacido hoy no estarán presentes en el mercado de trabajo en 2023, se puede calcular con relativa facilidad cual será el cambio de la población de 16 a 64 años, en ausencia de nuevas entradas de inmigrantes. Este cómputo indica que los individuos residentes en España (nativos o inmigrantes) de 16 a 39 años perderán, por razones puramente demográficas y en la hipótesis que ningún inmigrante nos abandone, cerca de una tercera parte de sus efectivos, unos 5 millones de personas menos (desde los actuales 15 a los 10 millones en los primeros años de la década de 2020), mientras que los de 40 a 64 años ganarán cerca de 4 millones.

En síntesis, y de no mediar nuevas entradas de inmigrantes, la población residente de 16 a 64 años se habrá reducido en más de 1 millón de efectivos y estará notablemente más envejecida. Dejo al lector extraer sus conclusiones acerca del impacto que ambos fenómenos tendrían sobre la progresión del cambio técnico y/o sobre la capacidad de la oferta de trabajo de atender un aumento moderado del empleo.

Estos cinco hechos no agotan los que habría que considerar para efectuar un diagnóstico objetivo de lo que ha significado, significa y, en especial, implicará la inmigración las próximas décadas. Pero son, probablemente, los más relevantes y apuntan a dos conclusiones que deberíamos incorporar a un debate sereno. La primera sitúa muy positivamente la contribución de la inmigración tanto al crecimiento de la demanda agregada como a las finanzas públicas. Más allá del ciclo, en segundo lugar, emerge la necesidad que tenemos de la inmigración en el medio plazo, derivada de la tremenda punción demográfica de las cohortes más jóvenes.

Por todos estos factores, en ningún caso la política inmigratoria debe definirse en términos del trabajador invitado, como hicieron los alemanes en los sesenta. Por el contrario, la ineludible necesidad de su permanencia obliga a considerarlos como miembros de nuestra colectividad, con los mismos derechos, y lógicamente, obligaciones que los nativos. Nada sería más dañino a los intereses de España en el medio plazo que aprovechar la actual coyuntura para generar un debate poco fundado. La inmigración, para bien o para mal, y por razones muy objetivas, será el tema más relevante de la agenda social y política española los próximos veinte años. Por ello conviene tratarla como se merece.

Josep Oliver Alonso Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona

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