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Tribuna
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No hay soluciones mágicas

Decir que en cuestiones económicas no existen soluciones mágicas puede parecer una tautología, pero es un hecho que en multitud de ocasiones se les vende a las empresas, y al conjunto de la sociedad, un montón de recetas tan sencillas como inexactas que al cabo del tiempo se revelan fallidas. Por este motivo no está de más recordarlo de nuevo: no hay soluciones mágicas.

Todo esto viene a cuento de la última turbulencia que a escala mundial se ha producido en los mercados. Esta vez ha venido de la mano de la famosa crisis de las hipotecas subprime y de sus efectos sobre el estrangulamiento de la financiación hipotecaria a nivel internacional, sobre las pérdidas de importantes bancos americanos y sobre la crisis de confianza en el sistema que todo ello ha producido.

Esto es lo que ha ocurrido en esta ocasión, como en ocasiones anteriores se produjeron otras situaciones que también condujeron a la debacle bursátil. Sin ir más lejos, el pinchazo de la burbuja tecnológica a principios de la presente década, o la crisis derivada del escándalo Enron y la desaparición de importantes firmas auditoras afectadas por el mismo.

El sistema capitalista tiene capacidad para subsanar el error, pero no para aprender de estos sustos; habrá otros

¿Qué tienen de similar estos casos, al parecer recurrentes en economías de mercado? A mi juicio, varias cosas. En primer lugar, a alguien se le ocurre que puede nacer una nueva economía basada en principios heterodoxos y distintos a los tradicionales, que son la prudencia, el trabajo a largo plazo, la solidez institucional y la búsqueda constante de la rentabilidad. Estos principios tradicionales son sustituidos por otros como el crecimiento exponencial, la creación de valor sin tener en cuenta el dividendo, la audacia irresponsable o la sensación de que hemos entrado en una economía nueva en la que ya no valen las reglas de siempre. El arbitrismo (dar soluciones simples a problemas complejos), el adanismo ('conmigo empieza la historia del mundo, en este caso, del éxito empresarial') y la simple caradura se dan la mano para pintar una situación explosiva.

En segundo lugar, los mercados acogen el nuevo modelo con alborozo porque en el corto plazo parece que funciona, rinde fuertes plusvalías a los que lo ponen en circulación, y no faltan incautos que vienen a tomarles el relevo. Estos son los que pagarán la factura. Porque, efectivamente, es ineludible que tarde o temprano aparezcan las debilidades del modelo, si se basa en endeudamiento excesivo, en inversiones no recompensadas por la expectativa de beneficio o en montar algún otro tipo de juego de pirámide.

En tercer lugar, y aquí está la nota de optimismo, el sistema capitalista tiene capacidad para subsanar el error, cambiar de operativa, generar normas que eviten en el futuro ese tipo de comportamiento y asumir las pérdidas habidas en el episodio.

Para lo que no tiene capacidad el sistema capitalista es para aprender definitivamente de estos sustos. Aparecerán otros similares, aunque ya no serán con las subprime, ni con la nueva economía virtual, ni con falseamientos de balance que hacían pasar deudas como si fueran beneficios (origen del caso Enron).

Sin duda alguien encontrará un nuevo fallo en el sistema y lo explotará. Pero lo importante es la capacidad de regenerarse después de la crisis, y esa capacidad se mantiene incólume.

¿Y qué podemos aprender los empresarios de estas situaciones? Sin duda lo primero es renovar la fe en las bases firmes del verdadero modelo de libertad de empresa: trabajo duro y a largo plazo, estar atentos al mercado para mejor proveer sus necesidades y no buscar atajos.

Lo anterior no impide reconocer, sin embargo, que siempre hay factores nuevos a tener en cuenta. En la economía española, por ejemplo, los dos grandes fenómenos inéditos en nuestro país son la presencia de más de cinco millones de inmigrantes y la conversión en multinacionales de decenas de nuestras grandes empresas. Cabe reflexionar sobre cómo afectarán ambas cosas en un escenario de crisis.

Y por último, continuar en el esfuerzo de las reformas que, siendo necesarias, son aplazables en los momentos de prosperidad, motivo por el cual sólo se acometen cuando soplan vientos de crisis: la reforma de las Administraciones, el perfeccionamiento de nuestro marco laboral, el esfuerzo en materia educativa, la inversión en I+D, la apertura de mercados hoy demasiados intervenidos, la preservación de la unidad de mercado, la reducción de nuestra dependencia energética, etcétera, etcétera. Todo ello unido a una política internacional que inyecte las dos cosas que hoy se están evaporando: liquidez en el plano material y confianza en el moral.

José María Cuevas Presidente de honor de la CEOE

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