¿Demasiado tarde?
Una vez más se pone de manifiesto: los ciclos económicos existen. Y sus procesos de desarrollo siguen pautas comunes. Una innovación genera expectativas de fuerte crecimiento del PIB y de alta rentabilidad, atrayendo capitales, buena parte de los mismos financiados por el sistema crediticio. Y todo ello impulsado por unas condiciones monetarias, tanto en cantidad como en coste, muy favorables. En cada uno de los ciclos económicos la naturaleza de la innovación ha sido distinta; en este caso, financiera, en concreto, la transmisión del riesgo de crédito de los préstamos hipotecarios, sumada al desarrollo de productos financieros vinculados a este riesgo.
Tipos de interés en mínimos históricos (recuérdese que la Fed los situó en marzo de 2003 en el 1,0% y el BCE en el 2,0%) y muy abundante liquidez impulsaron un nuevo negocio muy rentable y seguro. Encontramos aquí otro punto común con el resto de crisis: se exageran los efectos positivos de la innovación y se minimizan los riesgos. Pero esto sólo se descubre, y de forma traumática, un tiempo después, siendo los índices bursátiles las primeras señales de alarma, anticipando una posterior caída de los beneficios empresariales (en media, 12 meses después).
La recesión del mercado inmobiliario de EE UU no empezó el pasado verano, sino hace ahora ya dos años. Si bien la intensidad de la caída está siendo muy superior a la esperada (casi un 20% anual), el resto de componentes del PIB han estado compensando su drenaje, con lo que la desaceleración estaba siendo suave y ordenada. Encontramos aquí uno de los cambios que hemos tenido que digerir en las últimas semanas: claras señales de que el empleo, el consumo privado o la inversión empresarial podrían también estar sufriendo los efectos negativos de la crisis financiera del verano. De aquí que la palabra recesión haya tomado el relevo a desaceleración en un contexto de repunte de la inflación; es decir, estanflación, mala combinación para los mercados financieros.
Bienvenida sea la heterodoxia monetaria cuando el riesgo de recesión se ha incrementado hasta cotas cercanas al 100%
Sobre la crisis financiera se ha escrito ya mucho, pero sí me gustaría resaltar que se ha activado como reacción a un repunte de la morosidad subprime que, si bien es destacada (del 5% al 15%), es similar a la que se observó también en 2001. Pero ahora el volumen de esta tipología de préstamos es muy superior y, sobre todo, se han desarrollado toda una gama de productos derivados vinculados a estos préstamos que han amplificado su efecto negativo, más aún si tenemos en cuenta que su compra estaba apalancada.
En definitiva, estamos siendo víctimas, de nuevo, de los excesos cometidos al amparo de una innovación que se pensaba que serviría para estimular el crecimiento sin ser conscientes de los riesgos asociados. No se ha sido capaz de anticipar los efectos negativos de este típico repunte de la morosidad, seguramente porque se ha errado en el modelo de valoración (algo similar les sucedió a las telecos hace ya casi 10 años).
En esta situación parece lógico tomar medidas contundentes para tratar de atajar el origen del problema. Si el repunte de los tipos de interés llevó a muchos prestatarios subprime a la mora, los intensos recortes podrían frenar el proceso y, con ello, el deterioro de todos los productos financieros vinculados. Desde luego, no se le puede acusar a la Fed de inmovilismo, ya que en cuatro meses ha rebajado en 175 puntos básico su principal tipo de intervención (225 puntos básicos la primary credit), y a pesar de que la inflación ha superado el 4,0%. Bienvenida sea la heterodoxia monetaria cuando el riesgo de recesión se ha incrementado hasta cotas cercanas al 100%.
Ahora bien, existe un elemento de incertidumbre: ¿y si el recorte de tipos llega demasiado tarde?, ¿y si las pérdidas de los principales bancos estadounidenses ya han mermado tanto sus fondos propios que está en riesgo la solvencia? Japón es un ejemplo claro de la capacidad de crecimiento de una economía cuando el sistema crediticio está en dificultades: los estímulos monetarios no sirven porque no se transmiten. La única salida es en la inyección de capital por parte de otros bancos que, lógicamente, deben ser extranjeros. Japón lo ha rechazado insistentemente en los últimos años y las consecuencias son claras. Ahora, los famosos fondos soberanos están dispuestos a inyectar capital. Las implicaciones traspasan el ámbito económico para entrar en el político, geoestratégico y hasta religioso. Me limito al primero: la solución es muy válida.
David Cano Martínez Director general de Afinet y socio de AFI