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Columna
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Desacelerador financiero

En 1931, John Maynard Keynes publicó sus Ensayos de Persuasión. Era una recopilación de sus mejores artículos en Economic Journal, plataforma que le sirvió para convertirse en el economista más influyente de su época. En su prólogo, Keynes reconocía que sus palabras eran como los graznidos de un cuervo, ya que no habían impedido que el Gobierno británico cometiera graves errores de política económica. Luego escribió su Teoría General y perdió en vida esa sensación, ya que su grado de influencia fue inmenso. No obstante, el propio Keynes se sorprendería del poder que siguen teniendo sus ideas, en pleno siglo XXI.

Los tres secretarios del Tesoro de la administración Bush defendieron su ideología liberal y que querían un dólar fuerte, en su toma de posesión, y los tres han hecho todo lo posible para tener un dólar débil y dos de ellos han tenido que desempolvar los manuales Keynesianos, para elaborar planes de choque con el fin de impulsar la economía. El último, anunciado por Henry Paulson la pasada semana, supone una inyección fiscal del 1% del PIB, para evitar una recesión de la economía americana.

En el ocaso de su mandato, la administración Bush ha disfrutado de uno de los ciclos expansivos más intensos de las tres últimas décadas, pero no ha sido capaz de eliminar el déficit público. Se entiende que, el antiguo Presidente de su Oficina Económica, hoy flamante Presidente de la Fed, haya advertido que el Plan debe ser inminente, con medidas concretas y, sobre todo, con fecha de defunción, para no empeorar aún más las sombrías perspectivas fiscales de los Estados Unidos. Ben Bernanke es uno de los grandes economistas vivos y sabe muy bien las consecuencias a largo plazo de déficits públicos permanentes. Además, no quiere cometer el error de su predecesor, el infalible Alan Greenspan, que dio un cheque en blanco a Bush cuando presentó su plan de choque de 2001.

Los índices bursátiles han roto soportes muy importantes, por lo que el ajuste puede continuar en las próximas semanas

Bernanke también ha estudiado en profundidad los problemas que genera la deflación de activos. Los activos se usan como garantía en los préstamos de empresas y familias y cuando su precio cae, los bancos se ven obligados a reducir su exposición crediticia. En los tres últimos años, el mundo ha disfrutado del acelerador financiero que suponía el aumento de los precios de los activos y eso ha permitido el elevado apalancamiento al que hemos asistido. El pasado verano, vimos como los precios del crédito y los bonos corporativos corregían los excesos, como casi siempre bruscamente.

En el último mes hemos asistido a una intensa caída de la Bolsa americana. Los resultados de los bancos han sido peor de lo esperado y se han sumado datos preocupantes sobre la economía americana. La mezcla ha provocado un ajuste que ha llevado a los índices a romper soportes muy importantes, por lo que el ajuste puede continuar en las próximas semanas. El capital riesgo ha incrementado significativamente sus inversiones en los últimos años, pero la mayor parte ha sido a crédito y usando como colateral las mismas acciones. Ahora, la caída de las cotizaciones llevará a los bancos a exigir nuevas garantías y obligará a estas empresas a vender acciones en medio de un mercado ilíquido, acentuando las bajadas.

Los bancos centrales tienen que actuar con celeridad y es lo que esperan los inversores. El mercado descuenta bajadas de tipos de la Fed por debajo del 3% y próximo a ese nivel para el BCE, como nivel de llegada. Pero pocos dudan que nos encontramos en un ciclo de bajadas de tipos mundial. El impulso monetario, junto al fiscal, son muy necesarios pero no serán suficientes para retornar a la economía americana a su crecimiento potencial.

La caída del precio de los activos ha activado al desacelerador financiero y los bancos obligarán a reducir el grado de apalancamiento de muchos agentes de la economía real. Además, la caída de las cotizaciones de los bancos americanos, junto a las minusvalías derivadas de su apalancamiento propio, no sólo en subprime, hace que nos encontremos, posiblemente, en una crisis bancaria de la misma magnitud que la de las Savings and Loans en 1991.

Por lo tanto, hay que hacer muchas más cosas. Los principios liberales impregnados en la Constitución americana, a veces les hace ser reacios a afrontar la realidad. Pero la realidad es que sus bancos necesitan recapitalizarse.

Por fortuna, la única alternativa para hacerlo en estos momentos son Fondos Soberanos de países árabes o asiáticos y eso hará que la sociedad estadounidense reaccione. Todos son muy liberales, pero los políticos apelarán a la bandera y los valores para evitar que su banca nacional pueda acabar en manos extrañas.

Además de capital, hay que relajar las condiciones regulatorias a los bancos. La regulación bancaria está diseñada para condiciones de normalidad, pero cuando el mercado de crédito no funciona y los bancos ven menguar su valor en Bolsa lo que intensifica aún más el desacelerador financiero. Bernanke lo ha contado muchas veces en la pizarra pero ahora tiene el toro en la plaza y no es momento de hacer de Don Tancredo.

En definitiva, todas las medidas se parecen mucho a las que recomendó Keynes a Roosevelt en el New Deal. Pero por fortuna, la situación actual dista de ser tan traumática como la de entonces. Además, los gobernantes y los economistas actuales han extraído lecciones de aquella crisis para no cometer los mismos errores. Tras el escenario tan duro que he pintado, un halo de optimismo. La evidencia reciente nos recuerda que las crisis sirven para depurar los excesos y que tras el periodo de ajuste, las economías resurgen como el Ave Fénix y vuelve a retomar con fuerza su lucha contra los rendimientos decrecientes. El BCE tardará en reaccionar, pero la realidad acabará imponiéndose.

José C. Díez Economista jefe de Intermoney

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