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Columna
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Buen año para el olivar

Con una producción estimada en más de 1.250.000 toneladas de aceite de oliva, este año podría ser el año del olivar. Supone el 44% de la producción mundial y el 58,5% de la comunitaria. Según el Consejo Oleícola Internacional, el consumo mundial superará a la producción, tanto en 2006/07, como en 2007/08. Coincidiendo con ello se celebran en æscaron;beda, Baeza, Baena y Jaén un conjunto de exposiciones históricas sobre el aceite de oliva y el olivar, con ánimo de resaltar la multitud de facetas culturales de una actividad económica que viene acompañando la vida rural de buena parte de la población de la península Ibérica desde hace dos milenios, al menos.

También es un buen año porque las leyes de la economía, la de la oferta y la demanda en este caso, han hecho bajar los precios del aceite de oliva, según dicen en un 17%, al tiempo que el aceite refinado de girasol ha ascendido un 34%. Todo ello es una gran noticia, buena especialmente para el aceite de oliva porque, además, es muy posible que la aproximación de precios entre estos aceites sea estable y permanente.

Si la historia y la cultura del olivar bien merecen las mencionadas exposiciones, la economía del aceite también requiere al menos una detenida reflexión. España es líder mundial destacado en superficie cultivada, en producción y en exportaciones de aceite de oliva. Tras nuestra incorporación a la Unión Europea, en 20 años, la producción española se ha multiplicado por 2,5 y, afortunadamente, no se han presentado problemas de mercado y ello gracias a la simultánea expansión del consumo, inducida por las muy favorables recomendaciones médicas y dietéticas para el aceite de oliva. Hasta la Administración de EE UU ha calificado este producto de cardiosaludable.

Pero en el mercado internacional de aceites, el de oliva ocupa un lugar un tanto marginal, el 2,4% de la producción mundial. Regionalmente importante en la cuenca mediterránea, aunque ciertamente intrascendente en el contexto internacional. En dicho mercado son los aceites de semillas oleaginosas (soja, colza, girasol…) y los láuricos (palma, coco, palmiste, copra…) los que satisfacen el gran consumo, beneficiados por precios muy populares. No es extraño que las relaciones de precios entre el aceite de oliva y el de soja se haya situado muchas veces en la horquilla de cuatro a seis veces, más caro el aceite de oliva. Y en esas condiciones, quieran o no los grandes aduladores del aceite de oliva, se manifiesta una cierta sustitución en el consumo, incluso en el mercado español, con el aceite de girasol. Tarea mucho más difícil aún, con la actual paridad euro/dólar, es exportar más de la mitad de la producción nacional para evitar que se acumulen los stocks.

Para el futuro del aceite de oliva es muy importante abrir nuevos mercados, que los consumidores aprendan a valorar este aceite en países no productores y, por tanto, no habituados a ese aceite mediterráneo exótico y tan carísimo. Que los aceites de semillas oleaginosas, arrastrados por su nueva vocación automovilística, inicien la senda de su encarecimiento y, poco a poco, cedan nuevas cuotas del mercado de aceites para alimentación al de oliva es un acontecimiento histórico que debe ser no sólo celebrado, sino también debidamente aprovechado.

En los próximos años, si se confirma la evolución previsible en los mercados de aceites, surgirá un fuerte estímulo a expansionar la producción olivarera en el mundo, especialmente en el norte de África, en América Latina, en California… De hecho, aunque de forma moderada, está sucediendo ya. Por tanto en España debemos mantener el ciclo virtuoso de modernización agrícola, industrial y comercial que viene registrándose en las dos pasadas décadas y que ha permitido alcanzar la situación actual, que aún es perfectible, como todos sabemos bien.

Hay que aprovechar esta oportunidad histórica para seguir produciendo buen aceite de oliva a precios razonables, ganar la preferencia de los consumidores no habituales, tejiendo las redes de distribución mundial que nos permitan, incluso, estar presentes empresarialmente en la expansión olivarera que pueda producirse en otros países lejanos.

Carlos Tió. Catedrático de Economía Agraria de la Universidad Politécnica de Madrid

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