Tiempos 'subprime' e inflexión cíclica
La crisis hipotecaria en EE UU pone contra las cuerdas a la economía mundial y proyecta su negra sombra sobre España
Cuando echó el telón 2006 con un crecimiento económico del 5% en el mundo y del 4% en España, casi como un emergente más, y las Bolsas de todo el planeta se apuntaban generosas plusvalías, con más de un 30% en la plaza de Madrid, estábamos convencidos de que caminábamos, levitábamos casi, sobre la cresta de una plácida ola. No sospechábamos que sólo dos meses después empezaría a aflorar un creciente tsunami financiero que removería todo el oleaje de la economía mundial. Así, 2007 se ha convertido en un año subprime, de cuestionable calidad económica, en el que hay más dudas que certezas sobre el futuro y que puede haberse convertido ya en el punto de inflexión de un ciclo económico efímero en Europa y Estados Unidos, pero ciertamente dilatado en España.
Todas las crisis económicas surgen de algún exceso. æpermil;sta, si es que ha llegado, será hija de la abundancia de liquidez consentida por los bancos centrales, que han situado durante demasiado tiempo el dinero demasiado barato, y han permitido con laxitud supervisora que en determinadas partes del mundo tomase crédito quien no tenía ni intención ni capacidad para devolverlo. Seguramente esta crisis sacará en claro una cosa: hace falta atar más corto a los tomadores de préstamos para impedir que la titulización del riesgo contamine, como ha hecho ahora, como una metástasis de consecuencias incalculables, el sistema financiero mundial.
Si 2006 reflejó la apoteosis de las operaciones corporativas en España, cuando dos multinacionales extranjeras se disputaban los activos de la que entonces era primera energética del país, este año arrancó con el desplome del cascarón inmobiliario que resultó ser Astroc. Una compañía con las expectativas como único activo que reflejó como ninguna la espuma de una actividad que comenzaba a agotarse, porque los precios de los subyacentes que lo sustentaban, las casas, habían alcanzado niveles no financiables. El desplome bursátil de Astroc en febrero, en paralelo con la afloración masiva de los impagados de las hipotecas subprime en EE UU, generó una especie de identificación del modelo norteamericano con el español, y un castigo simétrico a todos los precios de los activos que habían engordado a la sombra de la actividad inmobiliaria.
Los fondos extranjeros retiraron su confianza en España a las inmobiliarias, a las constructoras y a los bancos, especialmente a aquellos que vivían del monocultivo doméstico de la actividad residencial. Y con ellos generó una oleada de pesimismo sobre el futuro de la economía española que no se ha podido desterrar aún. De hecho, el inversor final, el comprador de activos inmobiliarios, que había cebado el optimismo en la economía española con la ayuda de la imaginativa ingeniería bancaria, se ha retirado a los cuarteles de invierno: ha dejado de comprar casas porque son muy caras, porque su financiación es inalcanzable o porque la banca concede menos crédito al futuro.
En paralelo, la banca mundial ha entrado en una parálisis de actividad por la falta de confianza en sus partners. Nadie se fía de la calidad del crédito que conceden o ponen en el mercado interbancario sus iguales. Los bancos centrales han tenido que echar el resto, con subastas de ingente liquidez para atender las demandas de dinero de los bancos, lo que ha llevado a un encarecimiento del crédito en el mercado primario, y a un endurecimiento obligado en el secundario, por el fundado temor a que los particulares eleven la mora a tasas no gobernables.
Esta práctica de la desconfianza ha estrangulado buena parte de las grandes operaciones corporativas de la economía y ha gripado uno de los motores que movían los mercados financieros. Tal parálisis del crédito coincide con el fundado temor a una recesión en la primera economía del mundo, con la sombra de réplica que tiene en el resto del planeta.
Así, en España, excesivamente dependiente de la construcción residencial, las ventas de viviendas se han paralizado, con un estancamiento lógico de los precios. Los escenarios más optimistas descuentan una pérdida de medio millón de empleos en los próximos 24 meses, a medida que los proyectos en marcha vayan agotándose, mientras que buscan con la mirada la sustitución de esta actividad tan intensiva en empleo por la industria y los servicios.
Las dudas han llegado al mercado bursátil, que se apunta un engañoso 7% en el ejercicio, impulsado por Telefónica, refugio del dinero en tiempos de dudas, e Iberdrola, abanderada de la energía del futuro, como líder mundial de la producción de renovables. Mientras tanto, el resto de las compañías cotizan las dudas sobre la marcha del negocio en 2008 y 2009. Pese a que los resultados de las empresas acumulan casi media docena de años de récord, sus precios en el parqué descuentan incertidumbre, aunque el escenario de crisis no ha llamado aún a la puerta.
Mientras tanto, la doctrina maneja una notable desaceleración de la actividad para 2008, con un avance del PIB que sólo llega al 3% en las hipótesis idílicas del Gobierno, y que podría acentuarse en 2009. Termina 2007 y hay pocos indicios, más allá de las ventas de casas y algún indicador de consumo, de que la desaceleración sea fuerte. Pero si llegara, la situación de la economía no tiene nada que ver con la crisis de 1993. Ahora hay unas cuentas públicas saneadas, compromiso sindical con el control de costes y un tejido empresarial, aunque volcado en los servicios, con tesorería y diversificación suficiente como para aguantar los tiempos subprime.