Un mundo mejor
Hay que luchar contra la pobreza extrema en el mundo y Occidente debe dar su apoyo, pero sin imponer una única fórmula, según el autor. A título individual, cada ciudadano debe elegir opciones políticas que defiendan eliminar barreras con los países pobres
Recientemente un buen amigo de origen guineano me regaló un excelente libro de economía con una condición: que le dedicase un artículo que hablase de un mundo mejor. Este artículo es inspiración de mi amigo pero va dedicado a los cientos de millones de personas que viven en la pobreza extrema. La misión de un economista es diagnosticar y ayudar a resolver los problemas económicos pero cuando hablamos de pobreza extrema, el resto de problemas se relativizan.
En la última década, se ha extendido un debate estéril sobre si la globalización ha empeorado la distribución de la renta mundial, pero el español Sala-i-Martin lo ha resuelto brillantemente. La realidad es que desde que las antiguas economías planificadas, incluidas China e India, han optado por un sistema de economía de mercado mixto, más de quinientos millones de personas han abandonado la extrema pobreza y, por lo tanto, la distribución de la renta mundial ha mejorado significativamente, a pesar de que en los países desarrollados seguimos defendiendo egoístamente nuestros mercados con protección arancelaria, subvenciones e impedimentos para la localización eficiente de la producción mundial.
El crecimiento mundial ha sido generalizado, salvo en el África Subsahariana. Si excluimos a Nigeria y a Sudáfrica, en 2006 el PIB del resto del área fue un 25% menor que el español, a pesar de tener una población doce veces superior. Sin embargo, los ratios de China eran aún peores en 1979 y poco a poco lo han conseguido, por lo tanto la pregunta es ¿cómo puede África vencer la pobreza extrema? Esta pregunta es la misma que se hizo Adam Smith en su celebre obra La riqueza de las naciones en 1776. El problema es que al ser países subdesarrollados algunas de las premisas de Smith no son válidas y hay que complementarlas con otros clásicos como Gunnar Myrdal o más actuales como Jeffrey Sachs y Jagdish Bhagwati.
Los Objetivos del Milenio, que defiende Sachs, son necesarios pero no son suficientes. La ayuda al desarrollo mundial se ha canalizado principalmente al África Subsahariana y, en el último lustro, ha actuado como estabilizador automático dirigiéndose eficazmente a los países más necesitados. Teniendo en cuenta la incapacidad fiscal de los Gobiernos locales, la ayuda ha actuado como una política fiscal estabilizadora del ciclo económico y ha evitado que la pobreza aumentase exponencialmente. Sin embargo, el altruismo tiene sus límites.
Por ejemplo, Bill Gates lidera una campaña mundial multimillonaria de responsabilidad social corporativa. Al mismo tiempo, el gran gurú de la tecnología Nicolas Negroponte, precursor del software libre, ha desarrollado un ordenador portátil con un coste de 100 dólares, recarga solar y, siendo fiel a su utópica idea de los nenúfares, ha creado entornos Wifi de acceso gratuito a internet en 13 países subdesarrollados. Mi duda es: ¿reconocerá Gates la brillante idea del principal oponente de su sistema operativo y donará su fortuna para desarrollar el proyecto? o por el contrario ¿el repentino altruismo de Gates es para contrarrestar los devastadores efectos de este ordenador sobre sus intereses empresariales?
La mano invisible de Adam Smith tiene que funcionar para resolver la pobreza, pero teniendo en cuenta las peculiaridades de cada país. La primera premisa para que un país salga del subdesarrollo es que su sociedad se lo proponga decididamente. En este sentido, los intentos de implantar instituciones capitalistas de diseño desde Occidente estarán abocados al fracaso. Versionando las sagradas escrituras: los caminos para abandonar la pobreza son inescrutables y cada país debe encontrar su propio modelo.
Los economistas en nuestras investigaciones de casos de éxito y fracaso hemos llegado a algunas condiciones que el modelo tiene que cumplir. Es absolutamente necesario un entorno de estabilidad macroeconómica que no penalice las inversiones. El país debe abrirse al comercio internacional para aprovecharse de los desarrollos tecnológicos globales, para favorecer la competencia doméstica y enterrar monopolios. Hay que evitar conflictos bélicos, garantizar la propiedad privada, la ley y el orden público. También es conveniente que haya democracia, igualdad de sexo, desarrollo de la sociedad civil y respeto al medio ambiente. No obstante, los chinos no cumplen ninguno de estos últimos requisitos y son el caso más exitoso en las últimas décadas. Sabemos que hay que dejar la liberalización financiera para el final y apostar por el gradualismo, ya que, como advertía el gran Alfred Marshall: 'La naturaleza no cambia a saltos'.
Un mundo mejor es posible pero la condición humana hace que sea complicado alcanzarlo. Hay que huir de maniqueísmos y apostar por programas de desarrollo flexibles y basados en el método de prueba y error. Al igual que en la salud, la clave del desarrollo es tener buenos hábitos, pero hay demasiados políticos y economistas ansiosos por usar el bisturí. Desde Occidente cada ciudadano debe creer en la solidaridad y votar a aquellas opciones políticas que defiendan eliminar barreras a los países pobres. El resto depende de ellos y debemos respetarles. Libertad para elegir, hasta cuando se equivocan.
José C. Díez. Economista jefe de Intermoney