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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La dimensión de la crisis 'subprime'

Las primeras alertas sobre la posible explosión de una inmensa bola financiera creada en torno a la financiación hipotecaria en Estados Unidos llegaron en 2006. Pero nadie sospechaba entonces que iba a convertirse en una crisis bancaria planetaria, con estragos espectaculares en la gran banca de inversión norteamericana, británica o suiza. Y ni siquiera ahora nadie sabe si terminará derivando en una auténtica crisis económica en EE UU, posibilidad cada vez más cercana, o si contagiará gravemente al resto de las economías avanzadas.

Hace ya al menos diez semanas, el gobernador del Banco de España no se atrevía a hacer un pronóstico creíble sobre el comportamiento de la economía española en 2008 ante la imposibilidad de conocer el alcance de la crisis hipotecaria y sus efectos sobre la norteamericana. El viernes seguía sin tener clara la profundidad del terremoto, pero ya advierte que será más grave de lo inicialmente estimado. Esta percepción empieza a extenderse a otras economías europeas, en las que responsables financieros y económicos alertan de que los efectos serán más duros el año próximo.

Las víctimas hasta ahora han sido los propios verdugos, aunque hayan transferido una pérdida notable de renta a sus accionistas minoritarios, que tardarán una larga temporada en recuperar. De momento, los grandes bancos americanos y algunos europeos han admitido pérdidas de más de 60.000 millones de euros, además de inmovilizar ingentes cantidades de liquidez en provisiones que necesariamente debilitan sus balances. Las altas tasas de morosidad de los créditos subprime, consecuencia lógica de mantener durante mucho tiempo el coste de la financiación demasiado barata, han desencadenado una revisión de los precios de los títulos derivados tomados por las instituciones financieras en todo el mundo, que han obligado a aflorar pérdidas aún no plenamente cuantificadas.

El sistema financiero, en un afán desmedido por mantener la rentabilidad al insaciable apetito del dinero, desdobló activos basura y los mezcló con los de alta calidad hasta confundir a los destinatarios últimos sobre la calidad de cada título que tiene en sus carteras. La opacidad en la identificación del riesgo asumido ha degenerado en la consabida desconfianza y la consiguiente ausencia de transacciones de dinero. Como ante el riesgo de las enfermedades, los bancos han dejado de mantener relaciones comerciales para evitar el contagio de sus cuentas.

Pese a que los bancos centrales les han auxiliado con oxígeno a granel, el problema no se ha resuelto, y la solución se dilatará hasta conocer quién tiene qué. Mientras tanto, se han aprestado a bajar los tipos -contra natura por la vuelta de la inflación- para intentar restituir la confianza de los sectores productivos, pese a que la falta de liquidez financiera ha endurecido las condiciones de crédito. Las autoridades monetarias, tan laxas en el pasado con la permisividad crediticia, deben exigir a la banca mundial que transparente del todo su balance y que cada cual purgue sus culpas, sus riesgos y sus excesos. Es básico salvar a la actividad económica mundial de una crisis que terminará por pasar factura a la economía real, no sólo a las cuentas de resultados de las entidades financieras.

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