La temporalidad resiste
Los datos de la reciente Encuesta de Población Activa revelan un leve repunte de la temporalidad, destaca el autor. Una tendencia al alza que, en su opinión, pone de relieve el relativo fracaso de la reforma de 2006 y su agotamiento y que exige la revisión de este marco jurídico
Si los datos del desempleo registrado han comenzado, en los últimos meses, a encender algunas señales de alarma, como he tenido ocasión de comentar en estas páginas recientemente (Malos vientos para el empleo, Cinco Días de 10 de septiembre de 2007), los indicadores del mercado de trabajo que resultan de la Encuesta de Población Activa (EPA) suscitan las mismas inquietudes. La última EPA, en efecto, correspondiente al tercer trimestre de este año, si por una parte pone de manifiesto la continuidad del crecimiento de la ocupación y de la creación de empleo, también revela un aumento del desempleo y un repunte de la tasa de paro, que vuelve a superar el 8% de la población activa.
Se sigue creando empleo, pero el ritmo de creación se ha ralentizado claramente y apenas supera ya el 3%. Ello hace que continúe bajando el desempleo entre aquellos que tratan de acceder a su primer empleo, por lo que las posibilidades de acceso al mercado de trabajo siguen siendo todavía elevadas. Pero se alimenta el desempleo desde todos los sectores productivos: no sólo la construcción incrementa el número de parados, sino que lo mismo sucede en los servicios y en la industria. Además, se acentúan tendencias anteriores: crece más el paro masculino, cuya tasa de crecimiento casi duplica la del femenino, y el de los extranjeros, cuya tasa crece hasta el 11,78%, muy por encima de la de los nacionales, que se reduce ligeramente hasta situarse en el 7,4%.
Pero quizás el dato más llamativo de la EPA es el del leve repunte de la temporalidad: después de la caída de dos puntos desde los niveles de 2006, habiendo pasado del 33,8% al 31,8%, la tasa de temporalidad aumenta ligeramente hasta alcanzar el 31,94%. Nos alejamos, pues, del punto de partida (el 31,2% del año 2004) y volvemos a encontrarnos con un volumen de contratación temporal en nuestro mercado de trabajo que se resiste a desaparecer. La acumulación de contratos temporales de los años 2005 y 2006 ha sufrido una importante corrección, pero cuyo efecto no ha sido otro que el de permitir volver a las tasas que parecen haberse hecho estructurales, superiores en todo caso al 30%.
De confirmarse esta tendencia, y todo parece indicar que va a confirmarse, la conclusión que se impone es la del relativo fracaso de la reforma laboral de 2006. En la medida en que se trataba de una reforma dirigida a aumentar la estabilidad del empleo y a mejorar, por tanto, la calidad del mismo, puede considerarse por una parte que su éxito ha sido muy limitado y, por otra, que sus efectos están prácticamente agotados. Los meses finales de 2006 y los primeros de 2007, como consecuencia de las previsiones normativas dirigidas a incentivar la conversión de contratos temporales en indefinidos, conocieron una reducción de la temporalidad que hizo pensar que la reforma podía conseguir, en este terreno, sus objetivos. Sin embargo, parece evidente que, agotados esos incentivos a la conversión de contratos, ni los estímulos para la celebración de contratos indefinidos iniciales ni el endurecimiento de las posibilidades de recurrir a las diversas modalidades de contratación temporal han tenido el mismo éxito en la lucha contra la temporalidad. Si la reforma laboral trataba de matar la excesiva temporalidad, habría que decirle, en estas fechas que vuelve el Tenorio, que 'los muertos que vos matáis gozan de buena salud'.
Por tanto, si no queremos resignarnos a un mercado de trabajo fuertemente impregnado de temporalidad, tendremos que buscar nuevas vías de actuación. Y ello exige, ante todo, hacer, de una vez por todas, las cuentas con la realidad. El problema de la temporalidad no radica en una inadecuada comprensión, por parte del mundo empresarial, de sus verdaderos intereses. Ni tampoco en una ignorancia de las ventajas de la estabilidad y de las relaciones indefinidas. Mientras se siga pensando que el problema es que existe una cultura de la temporalidad y que, para enfrentarla, es preciso, fundamentalmente, emprender una labor didáctica que, acompañada eso sí de una eficaz política sancionadora, convenza a los empresarios de las bondades de la contratación estable y de lo infundado de su afición a los contratos temporales, nos seguiremos tropezando con el mismo muro.
Hay que ser conscientes de que el recurso a la contratación temporal, en España, en aquellos casos en que la temporalidad no está estrictamente justificada por la naturaleza temporal de la prestación laboral requerida, se produce, fundamentalmente, por motivos de flexibilidad. A través del contrato temporal se obtiene el margen de flexibilidad requerido por las circunstancias productivas y que no está garantizado en el marco jurídico actual de la contratación por tiempo indefinido.
Sólo la revisión de este marco jurídico, por medio de una verdadera reforma laboral, permitirá disponer de relaciones laborales al mismo tiempo más flexibles para las empresas y más seguras y estables para los trabajadores. El principio de prueba y error ya ha puesto de manifiesto cuál es el camino equivocado. No queda, a los agentes sociales y al Gobierno, sino superar las resistencias al cambio y transitar, con decisión y con imaginación, el de las verdaderas reformas.
Federico Durán López. Catedrático de Derecho del Trabajo y socio de Garrigues