Justos por pecadores
Si me permiten una consideración inicial, les diré que lo ocurrido en las últimas semanas en los mercados hipotecario y crediticio de EE UU podría calificarse de consecuencia de un éxito de crecimiento. En otras palabras, que aquellos mercados son víctima de su propio éxito. Quizá sea porque nadie les haya dicho que de donde no hay, no se puede sacar. Me explico.
A diferencia, a Dios gracias y por ahora, del modelo europeo y, muy especialmente, del caso español, los bancos de EE UU han exprimido más que nosotros la capacidad crediticia de sus clientes hipotecarios, aunque dudosa en algunos casos y nula en muchos más. Consecuencia, intuyo, de la competencia de un sector agresivo como pocos. Sólo así se entiende la importancia de los créditos a deudores de dudosa solvencia o de las llamadas hipotecas basura o subprime, consistentes en segundas hipotecas por importe igual al de la garantía real.
Circunstancias todas ellas especialmente delicadas en entornos de subidas de tipos de interés en general y de crisis inmobiliarias en particular, como prueba el hecho de que la tasa de morosidad que padecen aquellas entidades sea 10 veces superior a la española. Lo que ha determinado en los últimos tiempos la situación concursal de varias decenas de ellas y la consecuente fuga de la inversión hacia otros sectores. Un panorama que, de continuar, hubiera llevado al sistema crediticio al borde mismo del colapso por falta de liquidez, motivo determinante a su vez de la intervención de los bancos centrales mediante la inyección de dinero barato y de una posterior bajada de tipos que evitara la contracción señalada. Y ello, a pesar de las críticas por lo que muchos consideran un intervencionismo protector de inversores ávidos de rentabilidad que nunca están a las duras, sólo a las maduras.
Sin embargo, la situación aún podía complicarse un poco más. Y así es tal y como ha ocurrido. Porque, lejos de tratarse de un problema exclusivo del mercado crediticio norteamericano, el fenómeno ha adquirido dimensión internacional. Los reguladores lo llaman riesgo sistémico y consiste en un puro efecto dominó de la crisis, que se transmite a otros mercados mediante instrumentos financieros estructurados como los bonos de titulización y los derivados crediticios, a través de los cuales el riesgo de las financiaciones subprime se traslada más allá de la frontera de EE UU. Y de ahí a que sean nuestros fondos de inversión los que adquieran estos instrumentos financieros y el riesgo que conllevan, hay un paso; como demuestra que no sólo inversores institucionales, sino incluso algún fondo minorista español se haya visto forzado a suspender su liquidez, cuando menos, o a reconocer la pérdida padecida, cuando más.
Sin olvidar, claro está, el efecto que la situación ha tenido en las Bolsas y, particularmente, en la cotización de bancos y constructoras, que han visto esfumarse la revalorización acumulada en el año, arrastrando en su caída al resto de entidades cotizadas en general. Evidencia de que, en los mercados financieros internacionales, sólo el miedo iguala a la información en velocidad de transmisión.
A toro pasado, no faltan voces que apuntan la falta de sistemas de alarma que nos prevengan de situaciones como la actual, poniendo la atención en la función preventiva de los organismos responsables de la supervisión y, en consecuencia, en la advertencia de la excesiva concentración de riesgo por parte de los bancos y otras instituciones de inversión; sin olvidar, por otra parte, la responsabilidad de las entidades de calificación crediticia por unas opiniones y valoraciones sobre el riesgo inherente a determinados productos financieros que, no sólo tienen fuerza de ley en el mercado de capitales sino que, casualidades de la vida, representan una porción cada vez más importante de su ingreso anual.
En fin, el impacto ha sido de tal intensidad que son muchos los que admiten sin rubor que el crecimiento estadounidense y, por extensión, el de las restantes economías desarrolladas, se acabará resintiendo por necesidad. Y eso es lo mismo que decir que al final de esta historia pagarán justos por pecadores.
Juan Ignacio Sanz Caballero. Profesor de Esade