Fin de curso para la economía
El Gobierno ha elevado cuatro décimas el crecimiento estimado del PIB para este año, hasta el 3,8%, y en dos décimas, hasta el 2,8%, las expectativas de aumento del empleo, previsiones más realistas a juzgar por la robustez del crecimiento económico registrado el primer y el segundo trimestre y el fuerte ritmo de avance del empleo. Ayer mismo, la encuesta de población activa (EPA) desvelaba que la economía española generó 298.000 nuevos empleos en el segundo trimestre, con un crecimiento anual del 3,4% (casi 600.000 empleos más sobre el mismo periodo del ejercicio anterior), lo que lleva la tasa de paro a un nivel histórico, por debajo del 8% de la población activa.
El dinamismo de la actividad y del empleo es, sin duda, la mejor de las noticias posibles. Explica que el propio presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, aprovechara ayer para dar cuenta personalmente ante los medios de tan exitoso fin de curso. Lo cierto es que los datos corroboran que la fase expansiva del ciclo, el más largo que se ha vivido en la historia económica reciente, lejos de agotarse, mantiene su pujanza y podrá enganchar con la recuperación en Europa. Eso ayudará a equilibrar el modelo de crecimiento, al reducir la aportación negativa del sector exterior, y a sostener el avance de la producción, aunque la demanda interna pierda brío.
Con estas premisas, el cuadro macroeconómico sobre el que pivotarán los Presupuestos Generales del Estado de 2008 incluyen una previsión de aumento del PIB del 3,3%, sólo medio punto menos que el estimado para 2007, pese al fin del auge de la construcción, el motor del crecimiento español en los últimos años.
Un cuadro macroeconómico que quizá confía demasiado en la suavidad del impacto de esta desaceleración inmobiliaria y en el ajuste gradual del consumo privado, aunque la subida de los tipos de interés ya está poniendo en aprieto a muchas economías familiares. Zapatero pasó ayer por encima de estas amenazas y aseguró que el mercado inmobiliario 'se mantiene sólido' y sufre 'una desaceleración razonable'. Quizá no fuera el momento para la autoexigencia pública. Pero si el Gobierno no pone más énfasis en el diseño de políticas económicas que reduzcan desequilibrios, como el déficit exterior, con un impulso decidido a las exportaciones, quizá no se cumplan tan optimistas previsiones.
Es innegable que el balance económico es positivo y ahuyenta muchos malos augurios de recesión surgidos ante las primeras señales del fin del ciclo inmobiliario. Es verdad que la economía española pasa de curso con nota, pero conviene no olvidar que el curso que viene se plantea mucho más exigente. Sostener el ritmo de crecimiento por encima del 3% es una asignatura más difícil de aprobar ahora que España no cuenta con los mismos motores de empuje que en los últimos años. De ahí la eterna insistencia desde estas páginas en la innovación, en la tecnología, en el fomento de una cultura empresarial que se aleje del ladrillo e invierta en sectores más productivos, en reformas estructurales y de fomento de la competencia para ganar en eficiencia económica. De ahí la necesidad de que la autocomplacencia dé paso a la autoexigencia.