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Tribuna
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Un Tratado con luces y sombras

La Cumbre Europea ha conseguido impulsar el Tratado de la UE, gracias en parte a la revitalización del eje franco-alemán, según el autor, que analiza los pros y los contras de lo acordado en Bruselas. En su opinión, dado el despliegue de euroescepticismo ofrecido se debe plantear una Unión de distintas velocidades

El 15 de junio de 2005, a raíz de los resultados negativos de los referendos planteados en Francia y Países Bajos para ratificar el Tratado de Constitución de la UE, pronostiqué en estas mismas páginas que el escenario que podía llevar a una solución pasaba por un plan B, centrado en recoger aquellas acciones prácticas contenidas en el proyecto de Constitución que pudieran traducirse en realizaciones concretas indispensables para mejorar la eficiencia institucional. Predecía asimismo que el proceso sería lento, ya que era necesario que el binomio director e impulsor de la construcción europea (Francia y Alemania) saliera de sus respectivas crisis de liderazgo político y económico.

Finalmente, recordaba que el proceso de construcción europea siempre seguía el método comunitario planteado por Jean Monnet: 'Europa no se hará de una sola vez, sino por medio de realizaciones concretas'. Dos años después ese escenario se ha cumplido.

El pasado fin de semana, el Consejo Europeo, gracias al buen entendimiento mostrado por Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, puso de relieve la revitalización del eje franco-alemán. Y en virtud de ello se ha conseguido impulsar un proyecto de Tratado que permitirá mejorar la gobernabilidad de las instituciones europeas, posibilitar una mayor agilidad en el proceso de toma de decisiones y mejorar la representatividad interna y externa de la Unión. No es todo lo que hubiéramos deseado pero, recordando a Monnet y recogiendo los comentarios del presidente Zapatero, 'Europa, por tradición, avanza poco a poco'; y se ha cumplido la tradición.

Las excepciones y derogaciones adoptadas tiñen el nuevo acuerdo de una gran precariedad

En los últimos días la frontera entre el éxito y el fracaso venía marcada por una línea roja trazada por los presidentes de Francia y España mediante la propuesta de 12 mandamientos que preservaban 'la esencia y los equilibrios' del proyecto constitucional.

Desde esta perspectiva, la cumbre ha sido un éxito. Las reformas contenidas en el nuevo Tratado van a permitir progresos de gobierno en la zona euro y el necesario reforzamiento de las políticas europeas. Se abren así amplias posibilidades de hacer una Unión eficaz mediante el establecimiento de nuevas políticas comunes que permitan avanzar en temas tales como el cambio climático, la energía y muy especialmente la tan esperada, en el caso de España, política de inmigración común. Todo ello gracias a la agilización del proceso de toma de decisiones que amplía de 36 a 80 materias la posibilidad de que su aprobación se realice por mayoría cualificada. No obstante, recordemos que la unanimidad todavía será necesaria en unas 70 materias relativas a la fiscalidad, la política social y exterior y la revisión de tratados, entre otras.

El nuevo Tratado incluirá también la creación de una presidencia estable del Consejo y la figura del Alto Representante de la PESC, el reconocimiento de la personalidad jurídica de la Unión, el desarrollo del espacio europeo de libertad, seguridad y justicia y consagra la Carta de Derechos Fundamentales que tendrá carácter vinculante con las excepciones y salvedades planteadas por algunos países.

Aquí aparecen las sombras. Las excepciones y derogaciones adoptadas tiñen el Tratado de gran precariedad. Los cuatro países díscolos (Reino Unido, Polonia, República Checa y Holanda) han dado una triste imagen al rechazar algunas propuestas que ya habían aceptado en la redacción del proyecto de Constitución. Estos países no sólo han enterrado la Constitución, la bandera y el himno de Europa, sino que han diluido los criterios que suponían un avance hacia la idea de una Europa federal que recogía el proyecto constitucional.

Ante el despliegue de euroescepticismo mostrado por los países díscolos, la Unión debe plantearse muy seriamente la posibilidad de crear un espacio europeo de geometría variable o de distintas velocidades. Y a que los países más rezagados, euroescépticos o recalcitrantes, no puedan entorpecer la marcha de la mayoría que preconiza una verdadera integración política.

Muy ilustrativos son los resultados de la última encuesta del Eurobarómetro en la que los tres indicadores principales que cubren las actitudes generales hacia la UE -el apoyo de la pertenencia a la UE, los beneficios percibidos de la pertenencia y la imagen de la UE- muestran unas tendencias muy positivas al ser apoyadas por dos terceras partes de la ciudadanía.

Creo que ha llegado el momento en que los ciudadanos que defendemos la idea de una Europa fuerte y unida exijamos a nuestros Gobiernos que defiendan el sentir de esa mayoría iluminando las sombras que una minoría proyecta sobre el futuro de Europa.

Agustín Ulied. Profesor del Departamento de Economía de Esade y miembro del Team Europa

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