¡Menos aires!
La cumbre de los ocho grandes países (G-8) celebrada en Heiligendamn (Alemania) tenía en su agenda, como uno de los asuntos clave sometidos a discusión por la anfitriona, la canciller Angela Merkel, la adopción de medidas para contener el cambio climático. Parece cada día más claro que el mundo se enfrenta a dos graves amenazas de carácter general; una a corto plazo, el terrorismo fundamentalista, y otra, a medio y largo plazo, el cambio climático.
La propuesta inicial pretendía un compromiso de reducción en un 50% de las emisiones en 2050 respecto a los valores de 1990. Era evidente que la apuesta resultaba demasiado atrevida habida cuenta de la oposición, por razones muy similares, de los grandes emisores de gases de efecto invernadero. En primer lugar, EE UU -primer emisor del mundo, con un 27% del total-, seguido de China -candidata a arrebatarle ese infame puesto en breve, ya que este mismo miércoles la Oficina Medioambiental Holandesa dio a conocer que el país asiático ya fue en 2006 el primer emisor de dióxido de carbono- y después por Rusia, India y, acaso, Japón.
El resultado ha sido un compromiso de llevar a cabo una 'reducción sustancial de las emisiones globales' y sentarse en una mesa de negociación que, auspiciada por Naciones Unidas, discutirá los detalles y compromisos de un protocolo que sustituya en 2012 al de Kioto. Para conseguir esto, ni EE UU ni Rusia han aceptado compromiso concreto alguno de reducir sus emisiones -¡y, claro, menos lo ha aceptado China!-.
La negativa norteamericana es especialmente llamativa pues muestra la compleja relación de este país con los problemas generales del planeta del que él se siente máximo pontífice. En efecto, no se trata sólo de que con Bush -un tejano cuya familia debe toda su fortuna económica y política al petróleo- sea ilusorio esperar preocupación alguna por el medio ambiente -y más si las consecuencias de su degeneración se van a sentir dentro de una o dos generaciones-, sino de que existe un convencimiento, que únicamente en los dos o tres últimos años ha comenzado a resquebrajarse, que lleva a muchos de sus círculos más influyentes a reducir los riesgos anejos al cambio climático. A continuación me referiré al que conozco mejor: el de los economistas expertos en evaluar los costes económicos relacionados a aquél. Véanse unos ejemplos a continuación.
En abril de 1998, Gary Yohe, un distinguido economista americano de la Universidad de Wesleyan, resumió ante un subcomité de la Cámara de Representantes del Congreso americano las últimas previsiones de algunos expertos sobre los costes que para la economía nacional tendría la aceptación por su país del compromiso con el Protocolo de Kioto y que se resumía en una reducción de las emisiones de CO2 del 7% en 2012 respecto a los niveles alcanzados en 1990.
Según esos expertos, ello supondría: una reducción del PIB del orden del 1% al 4% anual; un descenso anual en los salarios reales entre el 5% y el 10%, así como un fuerte impacto en el consumo doméstico y en su nivel de vida concretado en una reducción del consumo medio de energía eléctrica del 30%, de gas natural del 17% y de las compras de automóviles del 8%. Por último, las consecuencias sobre la distribución de la renta se traducirían en una mayor desigualdad, pues el 20% más pobre de la población sufriría esas consecuencias de forma desproporcionada.
En 2000, William Nordhaus, profesor en Yale y quizás el más veterano y distinguido entre los expertos americanos en estas cuestiones, cifraba en un 0,45% anual la merma del PIB en caso de un calentamiento de 2,5o C. Semejantes estimaciones reposaban en dos supuestos muy americanos: un sesgo en la formulación de los modelos tendente a exagerar los daños y reducir los beneficios implícitos en las políticas climáticas, y una desconfianza que los científicos se han encargado de destruir en estos últimos años referida a la relativa gravedad del efecto calentamiento y su progresivo incremento. Quizás por ello, en 2005 el propio Nordhaus cifró en un 1,35% anual el impacto negativo que para su país podría tener un calentamiento global, reconociendo que 'tendrá impactos evidentemente más negativos que los revelados en anteriores estudios'.
Esta es la situación, no cabe esperar grandes cambios oficiales mientras Bush permanezca en la Casa Blanca pero hay dos grandes vías para la esperanza: que otros Estados sigan el ejemplo de California y adopten medidas serias para frenar las emisiones y, segunda, que las grandes empresas americanas ligadas al sector de la energía, la industria y el transporte se den cuenta de que la lucha por un clima más limpio les reportará cuantiosas ganancias.
Hasta entonces a los europeos nos tocará seguir llevando el testigo y a los españoles estar listos para cuando debamos hacer el relevo, cosa que no sucede ahora.
Raimundo Ortega. Economista