27-M: cambio de ciclo
Ha pasado ya más de una semana desde la última cita con las urnas, tiempo suficiente para hacer una lectura ponderada de los resultados, aunque los escaños siguen macerándose, y los partidos posicionándose de cara a futuros pactos.
Para leer los resultados primero hay que reflexionar sobre la participación, elevada en Madrid y Navarra, y baja en Cataluña. Preocupante el diferencial de abstención en Cataluña, que se explica por la falta de sintonía del discurso imperante con un amplio segmento de la población. La Direcció General de Participació Ciutadana de la Generalitat dibuja el siguiente perfil del abstencionista: menor de 35 años, de padres nacidos fuera de Cataluña, que no comparte el nacionalismo identitario de su clase dirigente.
En el pasado referéndum sobre el Estatuto, uno de cada dos catalanes se quedó en casa, y la tendencia a inhibirse en las urnas se mantiene en unas elecciones en las que se juega algo tan inmediato para el interés ciudadano como es el gobierno municipal. Un preocupante abismo se ha instalado en la sociedad catalana entre los ciudadanos y sus representantes.
Respetar la lista más votada es una solución que no encaja en nuestro andamiaje institucional
Estos últimos días hemos leído sesudos análisis sobre los resultados, yo sólo añadiría dos reflexiones. La primera es que ahora toca cambiar cromos y hacer pactos, es hora de formar mayorías. Comprendo el desasosiego de Mariano Rajoy que ve cómo en muchas ciudades donde gana el PP, un pacto del PSOE con IU, o con otros compañeros de viaje, puede arrebatarle la alcaldía o la comunidad; pero no comparto la solución que propone de respetar la lista más votada. Es una solución política fundada en un compromiso ético con la voluntad popular, pero que no encaja en nuestro andamiaje institucional.
No dudo de la bondad de la propuesta para los gobiernos municipales, pero no puede decirse lo mismo para los gobiernos autonómicos. La nuestra no es una democracia plebiscitaria, sino parlamentaria, en la que forma gobierno quien concita mayor grado de adhesión parlamentaria. Otra cosa es la reflexión serena y sosegada sobre si debiera existir una doble vuelta (sistema francés), o sobre si debiéramos evolucionar hacia un sistema mayoritario.
La primera posibilidad tiene sus propios inconvenientes, excesivas citas electorales genera un enrarecido clima de saturación política que redunda en más abstención. Por el contrario, un sistema mayoritario simplifica el mapa político por su natural tendencia al bipartidismo, crea gobiernos sólidos, clarifica las ofertas programáticas y favorece la alternancia política. Cumple con todas las funciones que se le piden a un buen sistema electoral: legitimar el poder, producir representación política y crear un gobierno estable.
La segunda reflexión es la relativa a quién gana y quién pierde, y si su resultado es o no extrapolable a unas elecciones generales. La respuesta no es nada fácil, depende de la unidad de medición (escaños, porcentaje o votos), por eso en la noche electoral todos ganan.
Más compleja es la cuestión de si el resultado tiene o no proyección en unas generales. Cada elección tiene su propia singularidad, sobre todo las municipales, donde el factor humano es especialmente significativo.
Ahora bien, si convenimos para nuestro análisis que lo más relevante son los votos y los porcentajes de las elecciones municipales (por su carácter nacional), el claro ganador es el PP. Por primera vez, desde 2000, rebasa en votos al PSOE, y lo hace en unas elecciones municipales que siempre se han considerado un test para las generales. El valor de ese dato objetivo debe medirse en términos de tendencia. La política, como la economía, es cíclica, y raras veces ciclotímica, aunque puede serlo en un estado de shock colectivo como el del 11-M.
Por tanto, estamos ante un movimiento de ascenso del primer partido de la oposición, y de descenso cíclico del partido del Gobierno. Un cambio de tendencia bastante acusado si atendemos a la evolución del cualitativo voto urbano (Valencia, Madrid, capitales de provincia), con la sola excepción -estructural, que no coyuntural- de Barcelona. Es cierto que el actual ciclo ha sido muy corto, pero es que el anterior quedó abruptamente abortado el 11-M. A su corto recorrido no ha sido ajena la escasa densidad de un Gobierno de tono bajo y liviana ingravidez.
Jordi de Juan I Casadevall. Abogado del Estado y consejero de Cuatrecasas