_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cambios económicos y Presupuestos 2008

Pese a los nubarrones inmobiliarios, la economía española ha vuelto a darnos la alegría de crecer a un inesperado 4,1% en el primer trimestre del año. Este empujón al alza forzará al Gobierno a elevar sus previsiones de crecimiento para el presente ejercicio, al tiempo que se crea un sólido cimiento para cumplir las estimaciones del próximo. Ni las convulsiones del ladrillo, ni los tipos de interés al alza, ni el petróleo por encima de los 70 dólares -ya nadie se acuerda de eso- han conseguido enfriar una economía que lleva ya muchos años empujando. Antes, en solitario en Europa. Ahora, acompañada por la locomotora alemana, que está acelerándose a un ritmo esperanzador.

Este buen resultado no debe servir de excusa para la autocomplacencia. Los riesgos son muchos y bien conocidos. El más importante, el posible agotamiento de nuestro modelo de crecimiento, basado en la construcción de viviendas y en el consumo privado. Pero, ¿realmente está agotado y nos pegaremos una torta de consideración, o asistiremos a un suave ajuste hacia un modelo más competitivo? Más bien parece lo segundo que lo primero. Mientras que la construcción y el consumo bajan, la inversión en equipos y la exportación crecen. Pero todavía es pronto para cantar victoria. El déficit comercial sigue siendo un monstruo que nos desangra y la productividad continúa por los suelos.

¿Qué pasará con la evolución de nuestra actividad? Creo que podremos ir ajustando nuestra economía paulatinamente, sin crisis de consideración. El Gobierno cuenta con varios aliados poderosos. El primero, el crecimiento económico europeo, encabezado por el tirón de Alemania, que, tras muchos años de letargo, empieza a mostrar maneras de la tradicional locomotora que siempre fue. Más Europa significa más exportaciones y más turismo.

El segundo es el superávit presupuestario, que permitirá incrementar la inversión pública sin poner en riesgo las cuentas. Atención a la actividad que generarán estas fortísimas inversiones, que paliarán en gran medida el previsible descenso de la construcción residencial. Esta ralentización afectará sobre todo a la vivienda libre, ya a precios inabarcables para una economía media. Sin embargo, la vivienda social y la de protección oficial siguen teniendo una alta demanda, por lo que las promotoras, tras un periodo de ajuste, se emplearán a fondo en su construcción.

Y el tercer aliado para la bonanza de nuestra economía es el colchón de la internacionalización de nuestras empresas, que les permite explorar mercados crecientes para compensar la madurez de los domésticos. Nuestras empresas muestran su optimismo y parece que seguirán empujando tanto en inversión como en empleo. La inmigración y el alza demográfica incrementarán la población y por tanto mantendrán el consumo, aunque las transferencias a sus países de origen afectarán a nuestra balanza por cuenta corriente.

En este escenario de contención del ladrillo y del consumo, debería ser la exportación la que tomara el relevo como pilar de nuestra economía. Pero eso todavía es difícil. Seguimos siendo un país más importador que exportador y un cambio de estructura nos llevará tiempo. Tenemos que invertir para conseguirlo, ahora que las cuentas públicas nos permiten ciertas alegrías. Este año obtendremos un elevado superávit y es más que probable que este escenario vuelva a repetirse el próximo ejercicio.

Tenemos dinero para invertir. La inversión no debe enterrarse tan sólo en hormigón y acero. Las infraestructuras son necesarias, pero más importante aún es conseguir mejorar la competitividad en nuestra economía. ¿Y cómo se consigue eso? Las recetas básicas las conocemos bien. Invirtiendo en capital humano, en educación y formación, en inversiones, equipamientos e infraestructura tecnológica, en investigación y desarrollo y en talento creativo, para poder ofrecer bienes o servicios de mayor valor añadido.

Otra necesidad es un mayor apoyo a la internacionalización de nuestras empresas, sobre todo de las pequeñas y medianas, que precisan instrumentos financieros, de aseguramiento, de apoyo a la implantación, de formación y de asistencia exterior.

En una sociedad del conocimiento, la industria cultural debería crecer. La lengua española es un formidable instrumento que llega a más de 400 millones de habitantes. La industria audiovisual, la musical, los videojuegos y la editorial deben saber aprovechar esta ventaja competitiva. Atentos a los Presupuestos, esperemos que no nos fallen.

Archivado En

_
_