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Tribuna
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La RSC, ¿moda o necesidad?

Altina Sebastián González / Sergio R. Torassa

A lo largo de la última década, la responsabilidad social corporativa (RSC) ha florecido como una idea. Prueba de ello es que encontrar una memoria de una gran empresa internacional que justifique su existencia solamente en base a la obtención de un beneficio es hoy poco menos que una misión imposible. Por el contrario, las referencias a los esfuerzos por mejorar y preservar el bienestar social y el medio ambiente son una constante en los informes anuales, que cada año les dedican más páginas.

A grandes rasgos, podemos decir que en la batalla de las nuevas políticas de gestión la victoria ha sido para la responsabilidad social corporativa y sus impulsores: instituciones de caridad, organizaciones no gubernamentales y otros estratos de la sociedad civil. Cada vez más, las empresas son llamadas a comportarse como un buen ciudadano y todas quieren mostrar que lo son, a través de las declaraciones de sus más altos ejecutivos y de los informes que publican conjuntamente con las cuentas anuales.

Hoy por hoy, la RSC es una industria en toda su dimensión y también una floreciente profesión. Muchas multinacionales ya tienen una función específica dedicada a la RSC, proliferan las consultoras especializadas en la materia, los cursos y seminarios para ejecutivos, las organizaciones de profesionales, las webs, newsletters, etcétera. Sin embargo, este aluvión de manifestaciones en pro de unas empresas socialmente más responsables sugiere la cuestión de si se trata de una moda o responde realmente a una necesidad.

La responsabilidad social no es un añadido a la actividad empresarial, sino que es parte íntegra de la misma

Su objetivo puede que sea simplemente enriquecer al propietario, a través de la creación de valor económico. En este caso, prevalecería el enfoque tradicional, esto es, orientado hacia la maximización de la riqueza para el accionista. Sin embargo, en una concepción más moderna, la empresa busca la creación de valor social, o sea, además del interés económico procura aumentar el bienestar de sus empleados, clientes, proveedores y comunidad en la que opera. Según este nuevo enfoque, el centro gira en torno a los stakeholders, esto es, aquellas personas o grupos que son capaces de influir en la marcha de la empresa -accionistas, empleados, clientes, proveedores, medios de comunicación, ONG, agencias reguladoras, competidores- o cuyos intereses pueden ser afectados por la misma -grupos ecologistas, asociaciones comerciales, grupos de presión, organizaciones coyunturales y el Gobierno, entre otros-.

Los escándalos contables y las malas prácticas de gobierno corporativo alertaron a los inversores sobre los parámetros no financieros a la hora de construir sus carteras de valores. Poco a poco, la percepción de que las normas acreditadas en materia de RSC son un buen indicador del futuro rendimiento económico-financiero de una determinada compañía ganó adeptos. Además, los administradores comenzaron a valorar y prestar atención a la importancia de construir filosofías corporativas que articulen las demandas de los grupos de interés y, así, conseguir acumular una cierta lealtad por parte de los mismos para compensar su pérdida de credibilidad.

También el papel de las ONG como mecanismo de control de las actividades de las compañías multinacionales, complementario al de los Estados y al de los mercados, constituye un fenómeno de interés para entender el despegue de la filosofía RSC.

Finalmente, y desde una perspectiva global, también se constata que crecen las presiones para la mejora de las prácticas de reporting y gobierno empresarial sobre RSC. La presencia de grupos activistas con impacto mediático, así como la mayor atención que vienen dedicando los medios de comunicación a los asuntos relativos a la RSC y la percepción de que ésta tiene un efecto directo positivo sobre las cotizaciones bursátiles son razones que potencian un mayor protagonismo del enfoque stakeholder.

La RSC supone un pacto entre las empresas y la sociedad que no implica la desnaturalización de las organizaciones con ánimo de lucro. Obtener beneficios cumpliendo las leyes es un objetivo legítimo y necesario, a la vez que constituye la primera responsabilidad de las empresas. Por su tamaño, ámbito de relaciones y peso de los stakeholders, las grandes compañías multinacionales están siempre bajo el ojo crítico de las organizaciones gubernamentales, la prensa, los sindicatos, etcétera. Dicha presión constituye en sí misma una razón suficiente para que las empresas adopten políticas de RSC e incluso que las incluyan en su estrategia, cultura y gestión diaria. En el caso de las firmas pequeñas y medianas, las circunstancias son bien distintas, ya que la preocupación por el resultado y por asegurar la sostenibilidad a largo plazo podría justificar el relegar la RSC a un segundo plano.

Hacer esta distinción entre pequeña y gran empresa es inadecuado. La RSC no es un añadido a la actividad empresarial sino que es parte íntegra de la misma y, como tal, debe integrarse en cualquier modelo de gestión. En otras palabras, la empresa socialmente responsable no tiene que dedicarse a la filantropía sino que debe hacer lo que ya hace, pero con una actitud más consciente de su impacto sobre las personas y sobre el medio.

Por ejemplo, además de fabricar un producto o prestar un servicio, debe preocuparse por otros aspectos como: las condiciones que permiten el desarrollo personal en el trabajo, el respeto a los consumidores como clientes y como ciudadanos con derechos, la conciliación de la vida laboral y familiar, el impacto de la actividad industrial en el entorno social y natural, las expectativas individuales sobre la contribución de las empresas a los objetivos sociales (en temas como seguridad, salud, educación, integración, etcétera), la transparencia informativa y el mantenimiento de la confianza de los inversores, entre otros. No es una cuestión de tamaño, sino de responsabilidad y de compromiso.

A juzgar por la importancia otorgada por los inversores institucionales de todo el mundo, no estamos ante una moda pasajera, sino frente a una necesidad genuina: al momento de decidir qué valor comprar, además del análisis financiero y de los riesgos, éstos incluyen valoraciones sobre la calidad de las prácticas de gobierno y gestión en el ámbito de la RSC.

Por otra parte, los marcos normativos de países de referencia, como Reino Unido o Francia, imponen como tarea propia de los consejos de administración la elaboración de memorias de sostenibilidad o RSC, así como la asunción de responsabilidades en la materia.

Finalmente, la existencia de índices selectivos, con gran impacto mediático, tales como el Dow Jones Sustainability Group Index o el FTSE4Good, constituyen un atractivo adicional para que las compañías cotizadas formalicen sus políticas de RSC.

Todo parece indicar que las buenas prácticas corporativas comienzan a pesar de forma relevante en la toma de decisiones por parte de los agentes que intervienen en los mercados financieros. Las empresas -sobre todo las que recurren a los mercados de capitales- tienen que prepararse, si aún no lo están, para afrontar este nuevo desafío. El éxito corporativo parece desplazarse cada vez más desde los resultados económicos puros y duros hacia los beneficios sociales y medioambientales.

Altina Sebastián González / Sergio R. Torassa. Socios de Diagnóstico & Soluciones

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