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Columna
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Inundados y sin agua potable

Que viva en una atmósfera de ondas hercianas; que respire informaciones procedentes de centros emisores de corto, medio y largo alcance, situados en radios que vayan desde la inmediata contigüidad a las antípodas; que reciba de modo simultáneo a los acontecimientos noticia sobre los mismos, no libera al común de las gentes del anclaje en la vecindad que ocupa y estercola, por decirlo con la certera expresión del poeta. Aceptemos pues que el municipio es una referencia básica que ahora va a ser pasada por la prueba de las elecciones.

Sucede que todos nos encontramos inmersos en una inundación informativa. Se diría que al igual que en las inundaciones producidas por las lluvias y los desbordamientos de los ríos, estamos encaramados a las copas de los árboles o subidos a las azoteas esperando ser rescatados. Tenemos el agua al cuello y nuestra principal carencia es el agua potable. Esa es nuestra actual situación en el plano informativo. Anegados de información, hasta el punto que ahora es imposible darle a nadie una noticia porque siempre la ha recibido antes, pero sin los filtros depuradores que la hagan inteligible, que la pongan en contexto y permitan su comprensión.

Recibimos más información de la que podemos asimilar dentro de un sistema de comunicación muy susceptible al ruido, que generan tanto fuentes externas como otras de origen psicosomático. La atención, la percepción, la memoria y el pensamiento pueden ser influidos por la emoción y la motivación. De manera que cuando las necesidades son muy fuertes y la realidad exterior es muy confusa, las emociones y motivaciones llegan a imponerse con facilidad a las incertidumbres del pensamiento y entonces las convicciones acaban creando el espejismo de imaginarias evidencias.

Viniendo de la física a la literatura tendríamos que acercarnos a la novela La lentitud, de Milan Kundera, donde enuncia una 'mecánica existencial' corroborada por la experiencia primaria de cualquier observador. Kundera parte de una vivencia común según la cual cuando nos sobreviene la memoria de un hecho placentero nos paramos para saborearlo mientras que si nos asalta un recuerdo molesto aceleramos el paso para disiparlo. Por ahí se averigua cómo recurrimos a la velocidad en busca de la amnesia liberadora.

Pero la aceleración puede conducirnos a la velocidad de liberación que conlleva el desvanecimiento de la historia, como señala Jean Baudrillard. Para nuestro autor 'lo real es posible porque la gravitación todavía es lo suficientemente fuerte como para que las cosas puedan reflejarse, y por lo tanto tener alguna duración y alguna consecuencia'. Porque 'cierta lentitud, cierta distancia, cierta liberación son necesarias para que se produzca esta especie de condensación, de cristalización significativa de los acontecimientos a la que llamamos historia, esta especie de despliegue coherente de las causas y de los efectos a lo que llamamos lo real'. Porque a su entender, 'más allá de este efecto gravitacional que mantiene los cuerpos en órbita, todos los átomos de sentido se pierden en el espacio'.

Y eso es lo que vivimos en nuestras sociedades actuales, que se empeñan en acelerar todos los mensajes y que con los medios de comunicación de masas modernos han creado para cada acontecimiento, para cada relato, para cada imagen, una simulación de trayectoria hasta el infinito. Como si cada hecho estuviera dotado de una energía cinética que lo desgajara de su propio espacio y lo propulsara a un hiperespacio donde pierde todo su sentido. Con nuestra informática, nuestros circuitos y nuestras redes disponemos de un acelerador de partículas que ha quebrado la órbita referencial de los acontecimientos que se difunden como noticias.

Es decir, cada acontecimiento, a través de su impulsión de difusión y de circulación total, es liberado únicamente respecto a sí mismo: cada hecho se vuelve atómico, nuclear, incomprensible y así prosigue su trayectoria en el vacío. Porque para ser difundido hasta el infinito, tiene que ser fragmentado hasta ser reducido a la condición de partícula elemental. Sólo de este modo puede alcanzar la velocidad de liberación que lo aleja sin retorno posible del cómputo de la historia. De modo que cada conjunto cultural, incidental, debe ser fragmentado, desarticulado, descontextualizado para entrar en los aceleradores de partículas y circular por la memoria de los ordenadores.

Pero nuestro autor nos tiene dicho también que no hay lenguaje humano que resista la velocidad de la luz, que no hay acontecimiento que resista su difusión planetaria, que no hay sentido que resista su aceleración, que no hay historia que resista el centrifugado de los hechos, ni tampoco su interferencia en tiempo real. Pero de todo esto hasta ahora nada se ha dicho en la campaña electoral. Atentos.

Miguel Ángel Aguilar, Periodista

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