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Tribuna
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Nuevos productos de inversión, viejos problemas

Durante los últimos años hemos estado viviendo un boom de productos de inversión financiera cada vez más sofisticados y novedosos. Esta aparición de nuevas figuras de inversión ha llevado a las gestoras de fondos a replantearse en muchos casos el tipo de gestión desarrollado. ¿Se han quedado anticuadas? ¿Ha dado el cliente un giro de 180 grados en sus preferencias inversoras? ¿Está el sector suficientemente preparado para afrontar una nueva avalancha de necesidades?

Una cosa sí que parece clara para todos los participantes en el mercado de la banca privada o gestión de activos mobiliarios: es imperativo saber cubrir el riesgo de las carteras y tener los medios para hacerlo. En los últimos años se vienen sufriendo unos movimientos tremendamente bruscos (alcistas y bajistas) tanto en los mercados de renta variable como en los de deuda que han cogido a pie cambiado a gran parte de los gestores de productos y asesores de inversión. Los sobresaltos que han ocasionado en el inversor -sin importar su tamaño o tipología- han hecho ver a los gestores y comercializadores de productos de inversión que no se puede permitir, por el bien del propio negocio, picos de volatilidad tan pronunciados en sus curvas de rentabilidad.

Dicho esto, la siguiente pregunta es ¿cómo hacerlo posible? Desde Estados Unidos han llegado diferentes figuras, como los hedge funds y los ETF, y se han hecho atractivas otras como la del diseño de estructurados complejos. Unas y otras han venido haciendo mucho ruido pero, por el momento, ni el acceso del gran público ni el uso por los gestores de carteras e instituciones de inversión colectiva (IIC) son excesivamente relevantes.

A la hora de analizar este hecho podemos encontrar múltiples razones. Desde la indefinición legislativa en el área de los hedge funds hasta la falta de interés comercial de las entidades a causa del menor margen que otorgan los ETF, pasando por la estructura informática necesaria para poder gestionar eficientemente productos complejos.

Pero para la inmensa mayoría de las firmas de inversión el secreto pasa por economizar y hacer más eficiente la gestión del producto tradicional; producto que además va a continuar siendo el más demandado. Esto lo pueden conseguir mediante la utilización de nuevas figuras de inversión (especialmente ETF y estructurados complejos) pero necesitan la posibilidad de utilizar unas herramientas asequibles, acordes con su dimensión y de manejo simple que aporten valor añadido frente a modelos de gestión de contrastado éxito en los últimos años, basados principalmente en la inversión en empresas que reflejan en su precio descuentos respecto a su valoración fundamental, y que no han necesitado sofisticadas estructuras.

En los próximos meses aparecerá un nuevo factor de valoración derivado de la Directiva sobre Mercados Financieros, conocida por sus siglas en inglés como MiFID (Markets in Financial Instruments Directive). El objetivo central de la normativa MiFID es, básicamente y de manera resumida, la protección del inversor minorista mediante criterios muy estrictos de información y de adecuación del producto vendido a su perfil inversor. Este hecho plantea el interrogante de hasta que punto están preparadas las entidades para poder informar y asesorar a sus clientes del funcionamiento y de los beneficios potenciales de esta clase de productos. ¿Compensará el coste que conlleva formar y preparar sus redes comerciales para poder comercializar un producto que potencialmente tendría un alcance limitado? El sector está inmerso actualmente en el proceso de análisis e implantación de dicha legislación. En cualquier caso tiene poco tiempo, hasta el 1 de noviembre.

Íñigo Guisasola. Asset Management Specialist de Accenture

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