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Columna
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Preocupados por la productividad

El talón de Aquiles de la economía española sigue siendo la productividad, pero el autor considera que no existen motivos para la preocupación. En su opinión, el ciclo expansivo ha sido desordenado y necesita una desaceleración cíclica para recuperarse de los excesos cometidos.

José Carlos Díez

El purasangre español mantuvo su dinamismo en el primer trimestre de 2007 y entra en el segundo con mucha fuerza, por lo que, por segundo año consecutivo, volverá a crecer próximo al 4%, un punto por encima del conjunto de economías desarrolladas. La economía sigue creando una cantidad ingente de empleo, así pues el crecimiento permite a nuevos trabajadores comenzar a recibir rentas y al resto, cambiar de puesto de trabajo y en la mayoría de las ocasiones también para mejorar su nivel de renta.

Sin embargo, los economistas, los organismos internacionales y el propio Gobierno mostramos cierta preocupación, ya que el crecimiento de nuestra productividad por empleado es inferior al resto de economías. La versión sui géneris de los neopesimistas es que este bajo crecimiento de la productividad confirma que nuestra economía ha dejado de ser competitiva. Por eso defienden la tesis del Titanic: estamos abocados a chocar contra un iceberg y nos hundiremos en lo más profundo del océano helado, arrastrando hacía el fondo los ocho millones de empleos creados en el actual ciclo expansivo.

Despreciando la mitología de los neopesimistas, me centraré en analizar si debemos estar preocupados por el bajo crecimiento de nuestra productividad, para lo cual describiré algunas peculiaridades que hay que tener en cuenta en nuestra economía.

Estamos inmersos en un ajuste inmobiliario que llevará a una corrección de las viviendas iniciadas en los próximos dos años

La teoría económica nos enseña que la productividad es la variable clave que explica el crecimiento de la renta por habitante en el largo plazo. Por lo tanto, es extremadamente sano que una sociedad que aspira a seguir aumentando su nivel de vida, y el de sus generaciones futuras, esté preocupada por el bajo crecimiento de la productividad. No obstante, hay algunos matices que permiten confiar en la capacidad de nuestro purasangre para superar este reto.

En primer lugar, la productividad es la variable clave si, y sólo si, la economía se encuentra cerca de su frontera de posibilidades de producción o, lo que es lo mismo, hace uso de todos los recursos de capital y trabajo disponible. Este no era el caso de España donde, tras la crisis del petróleo de 1973 y el periodo de la transición, se destruyó masivamente empleo y en 1985 menos de la mitad de la población en edad legal de trabajar tenía un trabajo. En 2006 nuestra tasa de empleo se aproximó hasta al 65% y aún hay margen para que alcance el 70% en la próxima década. Este matiz ayuda a explicar por qué, con un crecimiento promedio de la productividad del 0,5% anual en las dos últimas décadas, nuestra renta per cápita ha aumentado un 2,5% anual, permitiéndonos converger con nuestros socios europeos.

Otro matiz importante es que casi la mitad del crecimiento de la productividad de los últimos 20 años se concentró en el periodo 1992-1994, en el que la intensa destrucción de empleo provocó un fuerte aumento de ésta. Nunca debemos olvidar que nuestra productividad es anticíclica y uno de los retos futuros es corregir esta disfunción de nuestro purasangre.

El tercer matiz es que el problema de la baja productividad en España se concentra en el sector servicios y especialmente en la construcción. Además, por los datos de grandes empresas de la Agencia Tributaria, sabemos que todo el problema se concentra en las micropymes de ambos sectores. En estos microsectores se concentra la economía sumergida, por lo que puede haber problemas serios de estimación de la productividad. No obstante, este diagnóstico tranquiliza, ya que ayuda a explicar el éxito de muchas de nuestras empresas en el exterior.

Realizado el diagnóstico, pasemos a la prescripción y me pondré en la posición realista y dura del célebre doctor House. El ciclo expansivo ha sido desordenado y nuestro purasangre necesita una desaceleración cíclica para recuperarse de los excesos cometidos. Ya tenemos claros indicios de que estamos inmersos en un ajuste residencial, que llevará a una corrección de las viviendas iniciadas en los próximos dos años. Esta corrección permitirá aumentar la productividad en la construcción y en el sector servicios, además reducirá las presiones inflacionistas y la contribución negativa de nuestro sector exterior.

Al igual que ha sucedido en EE UU, el escenario más probable, teniendo en cuenta el esperanzador ciclo expansivo de nuestros socios europeos, es que el crecimiento modere hasta aproximarse al 2,5%, cuando el ajuste se materialice.

Ese ajuste permitirá recuperarse a nuestro purasangre de sus pequeñas lesiones y volverá a estar preparado para ganar carreras. Mirando al futuro, hay que seguir implementando reformas que permitan que el próximo ciclo expansivo dure, al menos, otros 14 años y que consigamos que el crecimiento del empleo no sea en detrimento del crecimiento de la productividad. En el actual ciclo expansivo, hemos resuelto el problema de infrautilización del factor trabajo, yo tengo pocas dudas de que el próximo será el ciclo de la productividad. La evidencia empírica demuestra que lo más prudente con nuestro purasangre es apostar a ganador.

José C. Díez. Economista jefe de Intermoney

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