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Columna
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Cataluña-España: ¿más lejos?

Las exportaciones e importaciones de Cataluña con los mercados exteriores han crecido notablemente, mientras que esa dinámica ha sido opuesta con el resto de España. El autor analiza este fenómeno a la luz de la tensión por las demandas de Cataluña.

Estos últimos años, las relaciones entre Cataluña y el resto de España no han pasado por sus mejores momentos. El debate sobre el Estatuto, los problemas de la opa (sobre Endesa), los existentes en infraestructuras de todo tipo y, en especial, en las ferroviarias o el amplio movimiento del empresariado catalán reclamando un trato adecuado para el aeropuerto de El Prat, son ejemplos de tensiones que no hace tanto eran menos perceptibles. De hecho, estos casos ilustran un sentir más amplio, compartido por sindicatos, patronales y el grueso del arco parlamentario catalán, que sugiere que una parte de los problemas que encara Cataluña en este cambio de siglo tienen que ver con una cierta desidia del Gobierno central en lo relativo a la inversión en infraestructuras, así como a las insuficiencias financieras derivadas del saldo fiscal resultante.

No voy a entrar en las raíces que explican el perceptible desapego de crecientes sectores de la sociedad catalana hacia el poder central. Lo que quisiera destacar hoy es la emergencia de una nueva realidad económica que, justamente, no contribuye a mejorar aquellas relaciones. Porque el funcionamiento económico de España, si más no hasta mediados de los ochenta, se articuló parcialmente sobre un pacto, de largo alcance, entre cerealistas castellanos, siderúrgicos vascos e industriales textiles catalanes, que implicaba que el mercado interno se reservaba para los productores del país. Y este acuerdo, que constituyó la base de la política de protección que se inicia con la pérdida de las colonias en 1898, comenzó a perder sentido con la abertura internacional de España en los sesenta, y lo ha perdido definitivamente con la incorporación a la UE. Desde nuestra entrada en la UE, el desplazamiento de comercio que la integración genera está transformando, de forma paulatina pero sin pausa, las tradicionales relaciones económicas existentes en el interior de España. Y, a pesar de la evidente importancia que los factores de proximidad tienen en aquellas, se están abriendo nuevas perspectivas para todos.

Viene esta reflexión a cuento de la reciente publicación de las Tablas Input-Output de la economía catalana (para 2001). De la comparación de sus resultados con los de la tabla de 1987, se deducen rasgos que, en el contexto descrito, convendría retener. El primero muestra a Cataluña como una de las áreas más abiertas de la UE: la suma de exportaciones e importaciones de mercancías sobre el PIB estaba en un notable 117,5% en 2001, muy por encima de registros de países de tamaño similar, como Holanda, Eslovenia, Lituania, Finlandia, Austria, Letonia, Suecia, Dinamarca o Grecia.

Hay un perceptible desapego de crecientes sectores de la sociedad catalana hacia el poder central

Esa abertura, no obstante, ha cambiado de composición de forma más que notable, reflejando el desplazamiento comercial al que nos hemos referido. Así, las exportaciones e importaciones de bienes y servicios con el resto del mundo han pasado del 39,9% del VAB a precios básicos en 1987 al muy elevado 72% de 2001. En cambio, con España la dinámica ha sido la opuesta, con una pérdida moderada pero perceptible (del 76,1% al 72,8% del VAB). De esta forma, de la situación de 1987 en la que los intercambios con España prácticamente doblaban a los efectuados con el resto del mundo, se ha pasado a una nueva en la que ambos ámbitos territoriales pesan aproximadamente igual.

Otro aspecto relevante de los cambios operados, ha sido la reducción del superávit de mercancías de Cataluña, desde algo más del 2% a cerca del -2,5% del VAB entre 1987 y 2001. Este deterioro refleja la pérdida de peso de las ventas de bienes a España (del 38,2% al 31,7% del VAB), mucho mayor que la modesta disminución de las compras (del 25,1% al 24,4%). Al tiempo, la intensa expansión de las importaciones con el resto del mundo (del 24,3% al 35,6% del VAB), se ha más que compensado por el incremento de las ventas internacionales (del 13,6% al 25,8%). De esta forma, las compras y ventas de bienes al extranjero, que se situaban más de 25 puntos porcentuales por debajo de las efectuadas con España en 1987 (un 37,9% del VAB frente al 63,3%), dominan en 2001 el panorama de los intercambios de mercancías (con un peso agregado de exportaciones e importaciones del 61,4%, frente al menor 56,1% efectuado con España).

Nuestra integración en los mercados europeos ha sido muy exitosa. Otra cara de ese éxito es el desplazamiento del comercio, desde el interior al exterior de España. La llegada del euro y la creciente globalización y deslocalización no han hecho más que acentuar estas tendencias de fondo. En este contexto de redefinición de las relaciones económicas al que estamos enfrentados conviene no olvidar las lecciones que muestra la economía, si se quiere avanzar hacia una España más vertebrada. Y las de los últimos años sugieren que los vientos de la economía mundial no soplan en esa dirección. Quizás convendría no olvidarlo en los tiempos que se avecinan.

Josep Oliver Alonso. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona

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