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Columna
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Resultados en la ayuda al desarrollo

Aunque en su día Einstein comentara que no todo lo que cuenta es medible, ni todo lo medible cuenta, es evidente que en materia de cooperación para el desarrollo es urgente contar, y de manera medible, cómo los 55.000 millones de dólares que cada año se invierten sirven para mejorar las vidas de ese cuarto de la humanidad que vive por debajo del umbral de la dignidad humana.

Este reto reunió, recientemente, a los tres bancos regionales de desarrollo (iberoamericano, africano y asiático), a la OCDE, al Banco Mundial y a 33 países, en Hanoi, en torno a la Tercera Mesa Redonda de Gestión para Resultados en materia de Desarrollo. El objetivo concreto era proponer un firme compromiso político y una serie de medidas concertadas para mejorar la eficacia de la ayuda oficial al desarrollo (AOD) a través de la gestión orientada a resultados.

La ubicación no fue coincidencia. Vietnam, con un PIB creciendo a un vertiginoso 8,4% anual, ha parecido entender la compleja relación entre desarrollo económico y progreso social. En los últimos 20 años, no sólo ha triplicado su renta per cápita, sino que ha sido capaz de reducir el porcentaje de personas viviendo en extrema pobreza en un 70%, su nivel de esperanza de vida ha superado los 70 años, ha alfabetizado al 90% de su población y garantiza el acceso a la escuela primaria al 93% de sus niños y niñas. Su viceprimer ministro, Pham Gia Khiem, pronostica que en 2010 llegarán a ser un país de renta media, y para el 2020 un país industrializado.

Aunque no todo son éxitos, y los retos de respetar los derechos humanos y asegurar que su crecimiento económico garantice la sostenibilidad medioambiental e impacte el desarrollo rural siguen vigentes, los resultados obtenidos obligarán a la comunidad de donantes a salir del país en breve, con una frase poco común en la cooperación para el desarrollo: ¡misión cumplida!

Existen muchas divergencias en cuanto a los modelos de desarrollo idóneos, tanto políticas como económicas e ideológicas, pero si en algo coinciden todas ellas, tal y como se ha evidenciado en Hanoi, es que hasta ahora la AOD no se ha invertido de manera efectiva, no ha priorizado una gestión basada en resultados, y debido a ello, se han desaprovechado demasiadas oportunidades para mejorar la vida de los más vulnerables. El ejemplo más claro es la situación actual en la región del África subsahariana, a pesar de haber recibido más de 650.000 millones de dólares de AOD desde 1960.

En la Declaración de París sobre la eficacia de la ayuda al desarrollo, los países se comprometieron a reforzar sus estrategias nacionales para la erradicación de la pobreza; a intensificar la mutua responsabilidad de donantes y receptores hacia sus ciudadanos y Parlamentos; a eliminar la duplicación de esfuerzos racionalizando las actividades de donantes, y a simplificar los procedimientos para lograr el máximo impacto posible en el desarrollo.

Considerando que los países donantes financian más de 60.000 proyectos anuales (la mayoría por un importe inferior a los dos millones de euros), y que algunos países en vías de desarrollo con limitada capacidad institucional han de recibir más de 1.000 visitas de misiones al año, y presentar alrededor de 2.400 informes (más de seis informes diarios) a los donantes, la armonización de la ayuda y la simplicidad de procedimientos son objetivos esenciales para garantizar resultados.

¿Cómo podemos garantizar resultados en el desarrollo si nuestros técnicos, en vez de trabajar, están haciendo de guías turísticos y realizando informes para vuestros representantes?, ironizan algunos ministros africanos. Y no sólo es un problema de gestión de tiempo, sino que el proceso genera vicios en la democracia de estos países, ya que sus Gobiernos acaban pasando cuentas a las exigencias de los donantes en vez de a su Parlamento y sus ciudadanos.

Basar las estrategias y políticas de desarrollo en una cultura orientada a resultados exige reformar los sistemas públicos para que sus funcionarios pasen de aplicar leyes de manera jerárquica con procedimientos burocráticos a promover el liderazgo en diagnosticar problemas, diseñar soluciones, tomar riesgos e implementar sistemas de gestión innovadores maximizando los recursos (tanto económicos como humanos) de todos los agentes implicados. Para ello es necesario integrar en el proceso de toma de decisiones tanto a las organizaciones de la sociedad civil como al sector privado, y fortalecer las bases estadísticas y los sistemas de contabilidad de manera que se garantice la transparencia, la gobernanza y se disponga de indicadores que permitan alertar cuándo el aumento de la AOD no está logrando resultados concretos.

Con el 0,7% a la cooperación resucitando en el escenario político, se estima que los fondos en esta área se triplicarán en los próximos 10 años. Ya es hora de que estas inversiones se gestionen de manera efectiva, contabilizando el retorno en inversión que exigirían los fondos privados, y que en este caso se traduce en un solo indicador: resultados en la mejora de vida de los más vulnerables.

Fernando Casado Cañeque. Doctor en Economía y director del Centro de Alianzas para el Desarrollo

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