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Tribuna
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La aventura africana de China

Hablar del papel que la diplomacia china está jugando en África es un tema delicado. Los críticos de esta relación parecen tener envidia de la acogida que los Gobiernos africanos están dispensando a los visitantes chinos, mientras subrayan que la ayuda china y los tratados comerciales que subscriben, incluyendo la condonación de la deuda externa, no son más favorables que los de los países europeos y otros de la OCDE vienen haciendo desde hace varias décadas. Por otra parte, quienes alaban y enaltecen el buen trato que los gobernantes chinos prometen a los africanos, a diferencia de las antiguas potencias coloniales, dan muestra de ingenuidad al valorar el contenido de solidaridad que les lleva a los chinos a África. Por eso, al tocar el tema tengo que moverme entre la Scila de la envidia y la Caribdis de la ingenuidad para ser lo más objetivo posible.

La realidad de que debemos partir es que el comercio entre África y China se ha multiplicado por cuatro entre 1996 y 2005, hasta llegar a los 40.000 millones de dólares ese último año. Ese intercambio, por ahora, ha producido un substancial excedente en la balanza comercial de África con respecto a China. Las principales importaciones de ésta han sido petróleo, cobre, manganeso, uranio, coltán, oro, y otros minerales estratégicos, así como materias primas vegetales. Sudán vende a China 300.000 barriles de crudo al día, que se embarcan en Puerto Sudán a través de un oleoducto construido con dinero chino.

China está comprando minerales y combustibles en grandes cantidades a este continente y en América Latina, a unos precios que su enorme demanda ha contribuido a elevar. Vender cobre a China es un buen negocio tanto para Zambia como para Chile, y para Sudán y Venezuela venderle petróleo, como venderle soja lo es para Sudáfrica y Brasil.

Pero China está en África para algo más que abastecerse de productos primarios. También está para promocionar su tecnología y abrirse nuevos mercados. Los préstamos blandos que ofrece son, como todos los que se dan con fines de ayuda al desarrollo, para financiar la exportación de bienes y servicios a esos pobres y necesitados países, cuya población crece mucho y no tienen Estados lo suficientemente fuertes como para poner barreras a su penetración. Vender a los africanos es fácil, si también se les compran sus productos a buenos precios, se les presta dinero, se pone buena cara y no se ponen condiciones que molestan a los Gobiernos.

La ayuda china tiene un fuerte componente de construcción de infraestructuras, cuya escasez o ausencia en África es un impedimento a la formación de mercados eficientes, sociedades comunicadas y el desarrollo económico. Eso abrirá un campo a la tecnología y a los técnicos chinos, así como a obreros especializados (y quizás de otra clase) que llevarán a cabo estas obras. Sólo es de esperar, por el bien de África, que los chinos se preocupen, más de lo que hicieron los europeos, del mantenimiento de las obras publicas, y dejen, cuando se retiren de las obras ya terminadas, mecanismos y recursos para el mantenimiento de carreteras, caminos, puentes, puertos, acueductos, regadíos, etcétera, para que no se los coma la selva.

La naturaleza de la aventura africana del Gobierno chino tiene que ser puesta en perspectiva para su correcta evaluación. Los chinos no van a ligar, ni remotamente, su ayuda económica al respeto de los derechos humanos y al combate contra la corrupción.

No son precisamente apóstoles de los derechos humanos ni van por el mundo promoviendo campañas anticorrupción. La prueba es la visita del premier Hu Jintao a Sudán. Es sabido que los derechos humanos, laborales y económicos de los trabajadores no preocupan mucho a los gobernantes chinos en su propio país. ¿Qué podemos esperar que hagan en África?

Aunque algún tipo de corrupción es perseguida con severidad en China (incluso con la pena de muerte en algunos casos), no es de esperar que los empresarios chinos no se aprovechen en África de la cultura de corrupción existente entre los empleados públicos y las autoridades del Estado. Las exportaciones chinas, que crecerán rápidamente en cuanto los tratados comerciales entren en vigor, pueden hacer mucho daño a las industrias emergentes en África. En la campaña electoral de Zambia de 2006 los sindicatos ya se quejaron de la presión de las exportaciones chinas en el sector textil.

Ojalá todos los miedos resulten exagerados y la presencia de China en África consiga empujar a estos países por la vía del desarrollo económico mejor que lo hicimos los europeos. No tendremos reparo en aplaudirles si lo hacen.

Los africanos pueden llegar a ver que, a pesar de los buenos modos y las caras amables de los gobernantes chinos y la denuncia del colonialismo, se apoderan de sus recursos, el trabajo de sus gentes y de sus riquezas.

Luis de Sebastián Profesor honorario de Esade, autor del libro 'África, pecado de Europa'

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