El hortelano afortunado
La Unión Europea sigue avanzando en su proceso de reforma de la Política Agraria Común (PAC), adaptándola a los nuevos tiempos y necesidades sociales. Para ello utiliza un procedimiento muy útil que consiste en redactar los preámbulos de los reglamentos mediante mensajes mediáticos deseables e indiscutibles, pero que no guardan ninguna relación con el texto del articulado. De este modo plantea la Comisión Europea la nueva reforma del sector de frutas y hortalizas, 'con el fin de aproximar este sector al resto de la PAC reformada, aumentando la competitividad y su orientación hacia el mercado, reducir la fluctuación de los ingresos, aumentar el consumo, reforzar la protección medioambiental, simplificar las normas y reducir la carga administrativa'.
Se pretende lograr tan loables objetivos sin gasto adicional al reducido presupuesto que tradicionalmente se asigna a este sector productivo, con algunos ajustes técnicos de menor alcance y, eso sí, mediante dos medidas originales destiladas por sus cerebros burocráticos y que han logrado el desconcierto y la frontal oposición de todo el sector empresarial. En primer lugar, se propone la desvinculación de las ayudas a la transformación que, en España, afectan principalmente al tomate y a los cítricos.
Pero la propuesta central de la reforma es fomentar 'el nuevo hortelano afortunado del siglo XXI'. Se trata de un agricultor cerealista, algodonero que tradicionalmente recibía importantes ayudas de la PAC (miles o cientos de miles, más de un millón de euros en algunos casos) por cultivar esos productos y que, en la reforma del año 2003, recibió el regalo de consolidar dichas ayudas como pago único, aunque sin la obligación de seguir cultivando.
Este cerealista del siglo XX nunca se dedicó a las frutas y hortalizas porque, a pesar de ser producciones con mayor valor añadido, exigían más dedicación y no tenían ayudas. Ahora podrá plantar almendros o cítricos, cultivar guisantes, melones o sandías y seguir percibiendo sus ayudas públicas por haber sido cerealista en el siglo XX.
Realmente será un horticultor afortunado, sin duda cumplirá el objetivo comunitario de aumentar su competitividad frente al horticultor del siglo XX que, ¡el pobre!, tendrá que seguir trabajándose los mercados sin recibir el cheque anual de la PAC. Ciertamente la creatividad de los burócratas de Bruselas es inagotable, bien es cierto que en estas cuestiones con el inestimable apoyo de la Administración española.
Efectivamente, la reforma de 2003 tenía como objetivo evidente y declarado desvincular las ayudas agrarias europeas de la obligación de producir, aunque permitía una cierta flexibilidad transitoria en variados temas. Aceptaba una aplicación sólo parcial del nuevo sistema y también mantener, o no, la referencia histórica del derecho a la ayuda sólo para los agricultores que venían percibiéndolas, o bien generalizar una ayuda por hectárea a cualquier agricultor aunque jamás hubiera recibido ayudas por ser horticultor, viticultor o criar cerdos y pollos, en lugar de ovejas y terneros.
España adoptó el sistema aparentemente menos traumático y más conservador que, hoy día, ya se ha desvelado como opuesto a los intereses de Bruselas y, por tanto, inviable a corto plazo. Porque después del horticultor afortunado vendrá inevitablemente el viticultor afortunado del siglo XXI, así como los ganaderos afortunados que pongan cerdos y al tiempo reciban el cheque de la PAC por los terneros y los corderos que sacrificaron muchos años antes. Parece ciertamente inexplicable, pero en Bruselas nos responderán: ¡ustedes así lo han querido!
Efectivamente, los españoles tenemos la opción de desvincular totalmente los 'pagos únicos por explotación' y también suprimir el sistema de 'referencia histórica' que discrimina al horticultor del siglo XX del horticultor del siglo XXI, éste ya incorporado a la plena libertad de mercado y cobrando el cheque anual de la PAC por orientar sus producciones a los deseos de los consumidores. Si adoptáramos esos cambios, cualquier agricultor y ganadero pasaría a percibir una ayuda por hectárea cualquiera que fuera su currículo productivo en el pasado.
No es una cuestión baladí. Las frutas y hortalizas representan un 35% de todo el valor del sector agrario español y, además, disponemos del mayor saldo comercial positivo del mundo en estas producciones. Al igual que el sector vitivinícola, está muy poco protegido arancelariamente, habiendo conquistado su privilegiada posición internacional por su agresividad empresarial y comercial. Apenas le deben nada a la PAC.
Si se pretende orientar la agricultura hacia el mercado el sistema más insensato es esta propuesta de integrarlos en la nueva PAC del siglo XXI que, evidentemente, constituye la unidad de cuidados paliativos para enfermos terminales de la agricultura y la ganadería europea. Se trata de toda una burla macabra.
Carlos Tió. Catedrático de Economía Agraria de la Universidad Politécnica de Madrid