Formar para la vida laboral
Están contentos con la carrera que estudian, pero les gustaría que la formación universitaria que reciben facilitara su inserción laboral. La mayoría siente que la Universidad española no les prepara adecuadamente para la vida profesional, y así lo confesó a la Fundación BBVA en un estudio sobre los universitarios españoles. Un enorme error, si se tiene en cuenta que el 67% de los alumnos elige su carrera universitaria atendiendo únicamente a criterios vocacionales. Si a esa satisfacción se le sumara una formación adaptada a las necesidades empresariales de hoy día, la felicidad sería completa. Pero no siempre sucede así y la satisfacción general con la experiencia universitaria convive con la percepción de que la Universidad no prepara adecuadamente para la vida profesional. La comunidad empresarial también ha criticado en repetidas ocasiones el divorcio que existe entre el mundo de la empresa y la Universidad.
El debate está abierto. Y todo se puede mejorar, en palabras de Jaume Pagès, consejero delegado de Universia, una iniciativa impulsada con el mecenazgo del Grupo Santander, que aglutina a 985 universidades de 11 países de América Latina, España y Portugal y promueve la cooperación universitaria y la colaboración entre la universidad y la empresa. 'La formación que reciben los alumnos puede mejorarse. Y en eso están las universidades y en eso estamos trabajando'. Pero no es sencillo.
'A las universidades no les resulta fácil cambiar el ritmo porque es muy costoso, pero se están adaptando muy bien a los nuevos tiempos', asegura, a la vez que reclama la colaboración de las empresas para este cometido. 'Es importante conocer las necesidades de los empresarios y entre todos construir. Hay que huir de la queja sistemática', dice Pagès, que califica de extraordinaria la labor de las universidades y su contribución al progreso de España.
Lo cierto es que tanto universidades como empresas no pueden vivir al margen las unas de las otras. Se necesitan y están condenadas a entenderse. Un ejemplo podrían ser todos los foros de empleo que se celebran en la mayoría de los campus españoles, donde las grandes organizaciones acuden en busca de talento universitario, con el fin de captarlo sobre todo en los últimos años de carrera para posteriormente incorporarlo de pleno a sus equipos.
Por tanto, deben fortalecerse los lazos entre ambas partes y dialogar. Con diálogo constructivo intentó Jaume Pagès, cuando era vicerrector de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC), cambiar los planes de una compañía como Seat, que tenía planificado ir a contratar ingenieros a Alemania porque en España no iba a ser posible encontrarlos. 'Leí la noticia en un periódico, llamé a la compañía y les ofrecí paliar ese déficit. Nos sentamos a dialogar y les dije que necesitábamos cinco años para formar a esos ingenieros, pero ellos no sabían si en ese periodo iban a seguir necesitándolos'. El problema, continúa, es que las empresas lo quieren todo de forma inmediata. Y muchas veces no es posible. Es bien cierto que las universidades tienen unos plazos, y que de la noche a la mañana no se improvisa un titulado.
Si a esto le añadimos el vertiginoso ritmo en el que se desarrollan los negocios, es difícil que las universidades, sometidas todavía a la rigidez de la Administración, ya que la mayoría vive de los presupuestos que les destinan las comunidades autónomas, tengan capacidad de maniobra para adaptarse a los cambios. Y éste es uno de los grandes dramas que vive la Universidad española en estos momentos: formar a profesionales en cinco años sin saber las necesidades de la demanda de las empresas en ese tiempo. 'Es por ello que hay buscar una mayor flexibilidad, dialogar y conseguir que la Universidad entienda el planteamiento de las empresas, que suele ser cortoplacista. Y combinarlo con el largo plazo que requiere la Universidad'.
Nadie tiene una bola de cristal para adivinar qué carreras serán las más demandadas. Por ejemplo, pocos podían presagiar, a finales de los años noventa, con la explosión y la euforia que despertaron las nuevas tecnologías, que la demanda de ingenieros de telecomunicaciones iba a caer en picado nada más comenzar la década siguiente y explotar la burbuja de internet. Es difícil prever algo en este sentido, pero sí es necesario dotar a las universidades de agilidad y capacidad para reorientar sus recursos a esos cambios.
Para ir avanzando y no perder el tiempo las universidades deberían volcarse -algunas ya han comenzado ha hacerlo-, en la formación de competencias y habilidades laborales, o lo que es lo mismo, en liderazgo, capacidad para trabajar en equipo y de comunicación, cultura emprendedora, idiomas o informática. A la teoría de los planes de estudio hay que incorporarle un tipo de formación más pegada a la cotidianidad del mundo del trabajo. 'Cada vez más empresas exigen, casi por encima de los conocimientos técnicos, que los universitarios sepan desenvolverse en su puesto de trabajo, pero todavía es necesaria mayor sintonía entre la demanda de las empresas y la oferta de la Universidad', explica Salvador Medina, director de innovación y proyectos estratégicos de Santander Universidades.
De lo que se trata es de hacer a los alumnos 'más competitivos', afirma Diego Sánchez de León, socio del área de comportamiento humano de la consultora Accenture. En su opinión, el divorcio entre la Universidad y la empresa se debe al papel que ha jugado esta última. 'No se ha volcado en ir de la mano de las universidades, aunque todo esto está cambiando porque ahora las empresas necesitan reclutar talento'. Y más que van a necesitar. Las cifras apuntan a que de aquí a 2010 hará falta incorporar al mundo laboral a cerca de un millón de profesionales cualificados. Para ello las empresas tendrán que reclutar a inmigrantes, pero también acercarse más a las universidades para fichar licenciados formados atendiendo a sus demandas.
La universidades españolas, así se refleja en el Atlas digital de la España universitaria, elaborado por el Santander y la Universidad de Cantabria bajo la dirección de Pedro Reques, están abocadas a incrementar su nivel de calidad docente e investigadora, de las que dependerá en parte su financiación pública, así como a competir científica y académicamente, pero también a colaborar, a aunar esfuerzos y a complementarse. Tampoco deben olvidar que han de seguir jugando un papel determinante en el progreso de la sociedad, adaptarse a los cambios que ésta imponga y afianzar su nuevo rol conjuntamente con las empresas. Es tarea ardua. Porque son dos mundos, matiza Salvador Medina, que históricamente no han tenido mucho roce. Y ya se sabe que de ahí nace el cariño. Pero éste es un debate que seguirá por ahora abierto.