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Columna
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Nuevas caras del boicot económico

El boicot es una práctica delicada que en algún caso puede perjudicar a quien se pretende ayudar y afecta siempre a terceros, según el autor. En su opinión, en un mundo como el actual, donde todo parece estar regulado, hay grandes vacíos relativos a la protección y el ejercicio de derechos.

El nombre del oficial británico retirado Charles C. Boycott, que dirigió explotaciones agrarias en Irlanda a finales del siglo XIX y a quien la Land League rehusó cualquier trato por insistir en mantener rentas agrarias elevadas en plena hambruna, se aplica al rechazo a comprar o tratar con personas, empresas o países por discrepar con alguno o todos los aspectos de su conducta. En los diccionarios de economía la palabra boicot apenas es una breve entrada y, en algunos casos, ni siquiera aparece. En el índice analítico de la mayoría de libros de microeconomía o en tratados introductorios a la economía también está ausente. Cuando aparece, suele referirse a campañas ocasionales de los sindicatos para que no se compre o trate con una empresa concreta o bien está en el apartado del comercio exterior con países totalitarios. Es así porque es una medida antieconómica ajena al mercado y basada en el uso de la fuerza.

Con el paso del tiempo la palabra se aplicó a otras finalidades. Por ejemplo, el movimiento a favor de los derechos civiles en las décadas de los cincuenta y sesenta instó a no comprar a las empresas que no contratasen a personas de color. Sirvió también para presionar a Gobiernos que no respetan los derechos humanos, como África del Sur en su día y Birmania hoy. La palabra se ha generalizado y es utilizada para rechazar propuestas, reuniones o sugerencias de índole político o deportivo.

El boicot es una práctica delicada que en algún caso puede perjudicar a quien se pretende ayudar, puede dañar a terceros ajenos al tema, puede entrar en la ilegalidad y ser discutible desde postulados éticos, por lo que antes de propugnarla conviene analizarla detenidamente. Así, si por el éxito de un boicot se cierra una empresa cuestionada, la situación de los empleados podría empeorar. Si se rechaza -sin más- el comercio con un país gobernado por indeseables, la situación de los nacionales será aún peor… a menos que se rebelen y triunfen, pero esa decisión corresponde a quienes sufren ese gobierno y pueden calibrar los riesgos y las posibilidades en presencia. En otros casos, el boicot se basó en información errónea y cuando eso fue evidente la posterior disculpa de los impulsores no retornó los ingresos y la imagen perdidos.

En un mundo interconectado los boicots afectan siempre a terceros. Si se rechaza la compra de un producto se daña a los que lo fabrican -propiedad y empleados-, a los proveedores y a sus empleados, a los distribuidores, a financieros y a actividades relacionadas. Si algunas empresas se organizan para perjudicar a otra/s entrarían en conflicto abierto con la regulación protectora de la libre competencia, pero si lo hacen particulares hay -en España- un ámbito de impunidad que propicia pronunciamientos y prácticas lesivas sin riesgo para quien las realiza. De ahí que una conducta responsable deba ser especialmente juiciosa y prudente para evitar un mal uso de acciones asimétricas que, sin coste alguno para quien las promueve, lesionen a otros.

En Estados Unidos, la regulación diferencia entre boicot primario, el realizado por los empleados en conflicto rechazando la compra de productos de la empresa que los ocupa, y el boicot secundario, referido al intento de implicar a terceros para que no beneficien a sus empleadores. El problema aparece cuando se mezclan temas políticos o de otra índole ajenos a la actividad propiamente empresarial y se junta un vacío en la regulación con otro ético, que lleva a creer que la prioridad propia puede imponerse a terceros y que lo considerado deseable es bueno por el valor asignado a la intención que lo motiva, con independencia de sus implicaciones.

Un ejemplo es la prescripción -tajante y sin matices en algunas guías de corrección empresarial- de romper relaciones comerciales con un proveedor al que le falte tal o cual certificación, ausencia algo distinta a realizar malas prácticas. Si se prescinde de la relación pasada y de la comprensión ante carencias de la empresa cuando atravesó momentos difíciles u otras circunstancias se da más peso a un requisito formal que a uno sustantivo y se cae en la soberbia de imponer valores personales a terceros. Esto no importa a los boicoteadores, su función, dicen, es presionar, justo lo que los chantajistas piensan de sí mismos.

En un mundo como el actual donde todo parece estar regulado hay vacíos importantes relativos a protección y ejercicio de derechos. En el primero, la propiedad o la libertad de producción están afectadas por quienes invaden la primera y boicotean la segunda. El segundo está sujeto a incertidumbre cuando aspectos como el abandono del puesto de trabajo o el ejercicio del derecho de huelga carecen de normativa dando lugar a confusión que deben dirimir los tribunales. Si se regulara según la importancia de la materia afectada estos temas tendrían más atención que la prestada a campañas y tendencias de opinión.

Joaquín Trigo. Director ejecutivo de Fomento del Trabajo Nacional

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