Productividad y desequilibrios
Después del ingreso de España en la Unión Monetaria dos grandes desequilibrios erosionan la marcha de la economía española: la inflación y el déficit exterior; quizás ha tenido mucho que ver el comportamiento laxo de los Gobiernos sobre tales macromagnitudes. En efecto, España cumplió con dichos indicadores para conseguir el ingreso en la Unión Monetaria, objetivo que era vital para nuestra integración completa en la Unión Europea, pero, como ahora analizaremos, conseguido el objetivo los Gobiernos han mirado para otra parte.
En cuanto a la inflación, el diferencial con respecto a la media de la Unión Europea medido por el índice armonizado de precios al consumo (IPCA), ha crecido en el periodo 1998-2006 casi 10 puntos, lo que supone una media de un punto de PIB por año. En 1998 España tenía prácticamente equilibradas sus cuentas con el exterior, en 2006 el déficit se estima que alcanzará el 8% del PIB, lo que supone un crecimiento en media anual de un punto de PIB. A finales de 2005 los pasivos exteriores de la economía española (stocks) alcanzaron 1.542.435 millones de euros (170,6% del PIB), cifra que a finales del presente año experimentará un aumento importante a consecuencia del saldo deficitario de la balanza de pagos. En términos relativos España ocupa el primer lugar del mundo, por encima inclusive de Estados Unidos.
¿Cómo corregir los dos grandes desequilibrios de la economía española que hemos señalado? A mi juicio sólo incrementando la productividad se conseguirá reducir de manera permanente los citados desequilibrios, aunque otros instrumentos podrán coadyudar a alcanzar el objetivo.
El Informe de la Comisión Europea sobre Competitividad pone de manifiesto que entre 2000 y 2005 la productividad de España creció a una media anual de 0,3%, crecimiento que fue negativo (-0,1%) en el periodo 2000-2005. Para los mismos periodos la UE de los 15 creció en media anual el 1,2% y el 0,4% respectivamente, y Estados Unidos el 1,5% y el 1,2% en media anual de los citados periodos, fallando el objetivo de la Unión de convertir a Europa en el área más competitiva del mundo.
El incremento de la productividad permite reducir la inflación, ya que con los mismos inputs se logra producir más cantidad de bienes y servicios, lo cual hará posible reducir los precios de los bienes que se exportan, mejorando la balanza comercial y de servicios. El meollo de la cuestión se encuentra en cómo incrementar la productividad. No es tarea fácil, ya que no se logra por decreto, sino transformando información en conocimiento, éste en innovación y ésta en crecimiento.
En la economía moderna esta posibilidad depende del capital humano y del tecnológico, pero es necesario que la gestión de estos factores se efectúe con eficiencia, pues de nada servirá que los Presupuestos asignen más recursos a ellos, ya que se acumulará ineficiencia sobre ineficiencia.
Las infraestructuras han sido consideradas desde hace tiempo uno de los factores que más promueven el crecimiento. La nueva metodología de la OCDE para el cálculo de la elasticidad del producto respecto de las infraestructuras distingue entre dos conceptos de capital: el capital riqueza (carreteras, autopistas, infraestructuras hidráulicas y ferroviarias) y el capital productivo (TIC: tecnologías de la información y del conocimiento).
El resultado obtenido es que la elasticidad de las infraestructuras es 0,02, inferior a la elasticidad de los activos englobados en las TIC, que es de 0,038. Los expertos de la 'nueva economía geográfica' discrepan de la forma de implementarse las políticas comunitarias de cohesión e insisten en disminuir más bien los costes de transacción de los intercambios de ideas, es decir, en favorecer la convergencia tecnológica entre regiones (a través de programas públicos de telecomunicaciones, internet, formación de capital humano).
La educación es por tanto otro de los instrumentos para aumentar la productividad. Los dos Informes efectuados: el PISA y Desde la Universidad al trabajo muestran la grave situación de España, tanto en la educación media como en la universitaria, encontrándose en los últimos lugares de los países analizados. Los alumnos son incapaces de transformar información en conocimiento y sin ello es imposible la innovación, que constituye el sustento del crecimiento. Se dice que España gasta poco en educación en relación con otros países, pero es bien cierto que lo poco que gastamos lo gestionamos mal. En tanto no transformemos todo nuestro sistema educativo, un mayor gasto público en educación no servirá para nada, la ineficiencia será cada vez mayor.
La reforma del mercado de trabajo sería el tercer instrumento para aumentar la productividad. Es bien cierto que la liberalización de este mercado no puede ser total, pues el trabajo no es una mercancía, pero de eso a lo que tenemos hay un abismo, que hay que desregular. Los convenios deben negociarse a nivel de empresa, teniendo en cuenta la productividad de cada una de ellas, y no como ahora se hace a nivel de cúpula, y el coste de las regulaciones de empleo no puede estar tan alejado de la media europea.
Después del ingreso en la Unión Monetaria España inició una etapa de desregulación y liberalización de los mercados, y la empresa pública fue privatizada en su mayor parte; no obstante queda aún mucho que hacer para lograr una mayor competencia en determinados sectores. El Estado de las Autonomías ha supuesto, por la intervención de los poderes públicos regionales, una fragmentación de los mercados, que está afectando a la competitividad. Cuando Europa ha ido a un mercado único, España ha tomado el rumbo contrario.
Por último, una mayor transparencia en las decisiones públicas y una evaluación de las políticas públicas, es seguro que incentivarían un aumento de la productividad.
José Barea Catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid