Globalización, integración e instituciones financieras
Los dos términos del título a veces se confunden, aunque hacen referencia a dos fenómenos distintos. El término globalización abarca los cambios que se producen en diferentes aspectos de la vida como consecuencia de una mayor conexión entre zonas alejadas; es decir se refiere a la aproximación, conexión e incluso interdependencia, y a las consecuencias (entre otras, económicas) que de ello se derivan. La integración supone un paso más allá, puesto que recoge el fenómeno de combinar procesos o situaciones.
El segundo término implica la generación de una nueva realidad única, mientras que en el primero se mantiene la independencia de las áreas. No obstante, la mayor conexión supone una mayor permeabilidad a influencias externas y, por tanto, una tendencia hacia la homogeneización. Por lo tanto, la globalización favorece la integración, aunque en ésta influyen también decisiones políticas. El comercio de bienes y servicios y sobre todo los flujos de capitales transfronterizos consiguen que se avance en globalización, y las tecnologías de la información y comunicación han facilitado los procesos de tal forma que el avance en unos pocos años ha sido importante.
La globalización financiera es un fenómeno que puede tener consecuencias económicas positivas sobre los países ya que implica la posibilidad de beneficiarse de mayor disponibilidad de capital. Sin embargo, como la reciente historia económica volvió a recordar, para que estos beneficios se hagan realidad, los países receptores de fondos tienen que contar con otras condiciones, como son la existencia de instituciones financieras capaces de canalizar los flujos hacia proyectos de inversión adecuados, sistemas contables y corporativos sólidos, normas y regulaciones adecuadas.
Es evidente que la globalización es un catalizador de las reformas estructurales: una lleva a las otras. Ser capaz de dar respuesta a los retos de la globalización supone un desafío de madurez institucional. Hay precondiciones que garantizan que la globalización produzca sus efectos deseados, pero la globalización es en sí un catalizador. Los flujos de capitales fomentan cambios en los sistemas financieros, ya que introducen competencia y contribuyen a que se hagan más sólidos. Esta conclusión se añade a otras, como que los capitales favorecen el gobierno corporativo y la protección de los inversores y mejoran la política económica, según se recoge en un reciente documento de trabajo (número 189, agosto 2006) publicado por el Fondo Monetario Internacional. En realidad, sin estas características la globalización puede provocar periodos de tensión.
La integración financiera supone contar con las mismas reglas de juego, las mismas oportunidades de inversión, el acceso a los mercados y a los productos sin discriminación por origen geográfico y, en definitiva, que se aplique la regla del precio único. La integración profundiza los beneficios atribuidos a la globalización financiera: aumenta los fondos disponibles, estimula la competencia y mejora ciertas características de los mercados financieros. Pero va más allá, la integración favorece la expansión de mercados, reduce los costes de intermediación y facilita la explotación de economías de escala. El ejemplo paradigmático de integración financiera es la zona euro, donde se han reducido los costes de transacción y se ha mejorado la cobertura de riesgos.
La otra cara de la moneda es que la integración contribuye a desmantelar negocios basados en la cautividad de la clientela. Así, la integración se ha conseguido más fácilmente en los mercados financieros mayoristas y tarda en penetrar en los segmentos minoristas (que tienen un sesgo informativo local). Como señala el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, se necesita que la acción pública contribuya a la integración. Este objetivo se repite en las mayores ocasiones posibles el comisario europeo de la Dirección General de Mercado Interno, Charlie McGreevy, y se concreta en múltiples iniciativas, de alcance diverso, que puede ir desde el énfasis en que se aplique la regulación europea aprobada hasta las iniciativas sobre infraestructuras de mercados.
Todas estas iniciativas implican mejorar las instituciones financieras, pero a veces parece existir una disyuntiva entre una demanda de uniformidad para el mercado de capitales y las especificidades de los países. A este respecto, hay que recordar, como ha señalado en alguna ocasión Malcom Knight, director general del Banco de Pagos Internacionales, que es mejor contar con instituciones sólidas y competitivas que buscar la uniformidad per sé. Unas instituciones que cuenten con esas características son las que permiten que se produzcan los beneficios atribuidos a la integración financiera.
Nieves García-Santos Economista