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Tribuna
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Los jóvenes en una sociedad que envejece

La sociedad española envejece y, si no cambian las circunstancias, la población mayor tendrá como soporte a una juventud frágil desde el punto de vista social y económico, según el autor, que defiende la labor de las cajas de ahorros en revertir la situación. Un empeño que necesita, en su opinión, una participación ciudadana muy amplia

Antes de cinco años el número de personas mayores habrá crecido significativamente y el de jóvenes habrá descendido notablemente. Unos y otros confluirán entonces en el mismo número de integrantes: ocho millones de personas. A partir de esa fecha, la evolución de la población joven se estabilizará en torno a esa cifra, pero la población mayor no dejará de crecer hasta situarse en 11 millones de personas en la década de 2030 y superará los 16 millones en 2050. En ese año, los mayores de 65 años serán casi el doble que los jóvenes comprendidos entre los 16 y los 29 años. La paradoja de este fenómeno, a la vista de los hechos, es que si no cambian mucho las circunstancias esa población mayor tendrá como soporte a una juventud frágil desde el punto de vista social y económico.

Los jóvenes en nuestro país se han visto afectados de forma relevante por un fenómeno común a toda la población española, la modernización del país, que en su caso se ha hecho visible por dos cambios fundamentales: el vuelco formativo y la transformación del modelo de familia. En cuanto al primero, el gasto educativo ha pasado del 3% del PIB en 1990 al 5,2% del año 2004. Los universitarios se han multiplicado por más de cinco en los últimos 28 años y se titulan más mujeres que hombres.

Existe un gran riesgo de encontrarnos, a medio plazo, con un alto porcentaje de jóvenes vulnerables a procesos de exclusión

Respecto al cambio del modelo de familia, han experimentado un fuerte incremento los hogares unipersonales y se ha pasado de la denominada endogámica, de fuerte carácter protector y cohesionada, en la que se valora mucho la seguridad, a la caracterizada como adaptativa o nominal, cuyos rasgos más sobresalientes son el alto grado de tolerancia, las emancipaciones juveniles muy tardías, las bajas tasas de fecundidad y una adecuada capacidad para resolver sus conflictos.

En ese contexto general, el ocio ocupa entre los jóvenes un valor principal, el lugar que en generaciones anteriores se atribuía al trabajo.

Se ha avanzado mucho estos años en la formación y educación de los jóvenes, sin embargo, persisten problemas ligados a la formación y, especialmente, relacionados con la convivencia. En otras palabras, los propios del descubrimiento de la sociedad y los que hacen referencia a la incorporación o integración en la misma.

Acerca de los primeros se puede decir que a pesar del intenso crecimiento de ese capital humano, el gasto medio por alumno se sitúa entre los más bajos de la UE. España registra, además, una tasa de abandono temprano de los estudios del doble de la media de la UE y los jóvenes españoles con estudios secundarios se encuentran también por debajo de la media europea.

Si completados los estudios los jóvenes consiguen integrarse en el mercado laboral se verán inmersos en una situación caracterizada por el alto desempleo, trabajos con baja cualificación y poca relación con los estudios, una alta tasa de temporalidad y un salario muy bajo. A ello hay que añadir las dificultades de los jóvenes para adquirir una vivienda.

El perfil de hábitos de este grupo refleja también dificultades para asumir costumbres saludables que faciliten la cooperación y la vida en común. De hecho, es frecuente iniciarse a una edad temprana en el consumo de alcohol, tabaco y otras drogas, como el cannabis.

Por tanto, se puede comprobar que las bases en las que se asienta la juventud española no son todo lo sólidas que sería deseable para crear un tejido social más fuerte; por lo que existe un gran riesgo de encontrarnos, a medio plazo, con un porcentaje nada despreciable de jóvenes altamente vulnerables a procesos de exclusión.

Los jóvenes son, tras las personas con discapacidad y los mayores, el grupo que más inversión recibe de las cajas de ahorros; el año pasado fueron 267 millones de euros para poner en marcha 20.766 actividades y mantener 688 centros dedicados a los jóvenes.

Hay un empeño decidido de las cajas en intentar cambiar esta situación, pero es necesaria también una participación ciudadana muy amplia. De ahí que resulte imprescindible llamar la atención sobre estos problemas antes de que determinen desfavorablemente el modelo de sociedad española de los próximos años. Ese es el motivo de la reunión de este año de la Convención de Obra Social de las cajas que se celebra desde hoy y hasta el viernes en Salamanca con Caja Duero como anfitrión.

Los jóvenes buscan su sitio en una sociedad que envejece, rodeados por obstáculos que van descubriendo sin previo aviso. Ante esto, cabe preguntarse: ¿estamos haciendo los adultos lo suficiente por evitar esta fragilidad?

Carlos Balado.Director de Obra Social y Relaciones Institucionales de la CECA

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