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Tribuna
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Moby Dick en la piscina

Desde The Economist nos alertaban recientemente sobre El lado oscuro de la deuda, que cada vez evita más los mercados regulados. Y no sólo por la proliferación de hedge funds que invierten en no cotizadas o la multiplicación de operaciones de private equity. Además de ello, en atmósfera de tipos de interés bajos, las empresas acuden a la financiación bancaria al entender que es más discreta. El problema macroeconómico es que el volumen de todas estas deudas es difícilmente cuantificable, y mucho menos manejable, pudiendo afectar al resentido ciclo económico más de lo necesario.

Paradójicamente, el buen tiempo ha supuesto una sacudida para la industria de hedge funds. El fondo Amaranth, domiciliado en Calgary, ha errado su estrategia de crecimiento en los precios del gas natural, anunciando pérdidas de 6 millones de dólares (frente al volumen total de su cartera de 9 millones de dólares) desde el pasado 30 de agosto, hundiendo la reputación del analista más condecorado en 2005, Brian Hunter, que amasó una fortuna gracias a la subida de los precios de la energía tras el huracán Katrina. Quiebra precedida por la de otro fondo, más pequeño, llamado MotherRock, gestionado por uno de los principales directivos del New York Mercantile Exchange, también afectado por la climatología.

La justicia poética ha querido que las cenizas de Amaranth hayan sido vendidas a Citadel, hedge fund que el año pasado tuvo serias dificultades por ser bajistas en sus posiciones sobre los precios del gas natural.

El pánico ha cundido en la industria, al tratarse, de nuevo, de un elevado apalancamiento, factor habitual en un segmento con arriesgadas posiciones en derivados de la energía, estimada en 67.400 millones de dólares, 30.000 más que hace dos años. Aunque su porcentaje pase prácticamente desapercibido sobre el volumen total del mercado energético, estimado en 7 billones de dólares, lo cierto es que tanto su volatilidad como el volumen gestionado creciente suponen que cada vez hay más inversores afectados por sus aciertos o errores.

Las fuertes entradas de capital de los últimos años pueden haber materializado una cierta saturación en el mercado. Además, frente al fuerte crecimiento de los fondos de hedge funds, no ha habido un aumento en la misma proporción de los hedge funds. No obstante, su porcentaje de activos bajo gestión todavía es limitado en relación a la gestión tradicional, por lo que todavía resta camino por avanzar.

Pero no todo son críticas hacia estos productos, también se reconocen sus ventajas: mitigar el riesgo sistémico, controlar el uso de información privilegiada, aumentar la protección del inversor en un fondo de fondos, por ejemplo, de modo que se garantice que las condiciones establecidas inicialmente se cumplen, evitar el arbitraje regulatorio entre los productos regulados y los que no. Además de ello, los hedge funds no siempre tienen más riesgo que otros productos existentes en el mercado.

Además de la reducción de los periodos de liquidez y la entrada en fases de retorno más reducidas, el protagonismo de la banca en este sector es creciente. Ello se debe a su papel como proveedor de servicios y las funciones de custodia, contrapartida, intermediación crediticia y dotación de capital. Los hedge funds son una parte sustancial de los ingresos bancarios.

Desde la Reserva Federal ya se alertó en su día acerca de su carácter potencialmente desestabilizador. La elevada agresividad de sus posicionamientos y su gran tamaño hacen que sus movimientos puedan afectar al resto del mercado.

Una de sus características identificativas es su elevada concentración, y en el tamaño encuentran sus principales vicios y virtudes; si éste les permite llevar a cabo sus estrategias, también les dificulta los movimientos, haciéndoles encallar con mayor facilidad.

Aunque su principal atractivo para los gestores es otro, el de la variabilidad de los resultados. La mayoría de los hedge funds tienen la denominada marca de agua, que significa que no proporcionarán comisiones hasta que su valor no supere el último mayor valor del fondo; pero el porcentaje sobre resultados es muy alto. Teniendo en cuenta que suelen invertir más del 80% de su cartera (al carecer de obligaciones de liquidez), la pirámide del bonus resulta estratosférica. Tanto como el riesgo para el inversor; debido a ello, no son inversiones para cardiacos, y tampoco parece legítimo que los supervisores acudan en su ayuda ante fallos estratégicos (tal y como sucedió con el LTCM), con la excusa de que su quiebra desestabilizará el mercado. Las piscinas no son adecuadas para las ballenas.

Isabel Giménez Zuriaga. Directora general de la Fundación de Estudios Bursátiles y Financieros

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