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Columna
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El círculo vicioso

El ingreso de España en la Unión Monetaria Europea (UME) ha provocado un largo ciclo expansivo de nuestra economía, el más largo que se recuerda. El tipo de interés se alineó al del resto de países que constituyeron en un principio la zona euro, con una bajada de 4 a 5 puntos respecto al bono alemán a 10 años. Muchos proyectos de inversión que no eran rentables para la empresa española entraron en el umbral de rentabilidad y la demanda de formación bruta de capital fijo por la empresa empezó a crecer.

El mercado de la vivienda, a consecuencia de la fuerte caída de los tipos de interés de los préstamos hipotecarios, ha tenido un fuerte tirón en la demanda de compra de pisos en propiedad, tanto por residentes como por no residentes. Al no existir en España un mercado de vivienda en alquiler a consecuencia del alto precio del suelo, cuya oferta se encuentra controlada por los ayuntamientos y por la inseguridad jurídica que comporta para los propietarios el alquilar sus pisos, a consecuencia de la lentitud de la justicia en resolver los pleitos de desahucio, por falta de pago, prácticamente toda la demanda de vivienda se ha dirigido hacia la propiedad. La fuerte inmigración ha sido también un elemento impulsor de dicha demanda.

El fuerte aumento de la inversión en vivienda para las familias y el crecimiento de la inversión por las empresas han generado un gran aumento del empleo, con el consiguiente aumento de la renta disponible de las familias. La consecuencia ha sido que el consumo de los hogares se ha disparado, lo que unido al crecimiento de la inversión de las empresas y de las familias, ha dado lugar a un exceso de demanda interna sobre el potencial de crecimiento de nuestra economía de punto y medio de PIB.

El aumento de la deuda exterior, que autoalimenta el crecimiento español, no puede mantenerse de manera indefinida

Tal exceso, unido a una débil competencia en determinados sectores, especialmente el de servicios, no sujetos a la competencia del exterior, ha dado lugar a una alta tasa de inflación, que ha sobrepasado en 1,5 puntos la media de la Unión Monetaria que, dada la estabilidad de la zona euro, supone un diferencial de casi el 70%.

Este diferencial de inflación ha originado una pérdida de competitividad de nuestra economía, como demuestra la alta tasa de crecimiento de las importaciones y no de las exportaciones. El saldo de la balanza comercial fue en 2005 de 68.963,3 millones de euros, déficit equivalente al 7,6% del PIB, que se reduce al 5,1% si tomamos el conjunto de la balanza comercial y de servicios, y pasa al 6,6% para el total de la balanza por cuenta corriente y de capital, con un aumento del 45,9% con respecto a 2004, que a su vez creció el 70% sobre 2003.

La necesidad de financiación de la economía española pone de manifiesto que existe un exceso de inversión sobre el ahorro nacional más las transferencias netas de capital recibidas, procedentes prácticamente en su totalidad de la UE. A pesar de haberse mantenido en el periodo 1999-2005 una fuerte tasa de ahorro de la economía en su conjunto con respecto al PIB, relativamente estable hasta 2003, el fuerte monto de la inversión neta no financiera con respecto al PIB (principalmente en construcción), con una fuerte aceleración en el último trienio, ha sido causa del intenso crecimiento del déficit exterior.

La falta de ahorro interno para hacer frente al proceso inversor ha dado lugar a un fuerte crecimiento de la deuda exterior de los agentes de la economía, que ha autoalimentado el proceso de crecimiento. En estos dos últimos años los hogares han tenido un fuerte cambio de comportamiento, pasando de tener capacidad de financiación en 2003 y anteriores, a tener necesidad de financiación del -0,6% y -1,4% del PIB en 2004 y 2005 respectivamente. Y las sociedades no financieras han disparado su necesidad de financiación en 2005, alcanzando el -7,1% del PIB, convirtiéndose en el principal causante del déficit exterior, al que contribuye con el 103,2%, seguido de los hogares con el 19,7%.

Los pasivos exteriores de la economía alcanzaron a finales de 2005 el 170,6% del PIB y los activos exteriores al 123,9% del PIB, resultando una posición deudora neta del 46,7% del PIB, 3,6 puntos por encima de 2004. En EE UU ese porcentaje fue en 2004 la mitad del de España (22,4%), en el Reino Unido del 13,2% y en Italia del 7,4%; la UME tiene un porcentaje muy pequeño de saldo deudor neto; Alemania, Francia y Bélgica tienen posiciones acreedoras con el resto del mundo.

Los organismos internacionales y una gran parte de los economistas españoles, entre los cuales me encuentro, consideran que este proceso de crecimiento de la deuda exterior, que autoalimenta el círculo vicioso del crecimiento español, no puede mantenerse indefinidamente, que, o bien adopta las medidas estructurales adecuadas para ir enfriando de manera paulatina nuestra economía, o el ajuste se producirá de manera brusca, con los efectos perversos a que daría lugar.

Ante la imposibilidad de utilizar el tipo de interés o devaluar el tipo de cambio del euro, instrumentos fuera del campo de las decisiones del Gobierno español, no le queda a éste más que la política presupuestaria y las reformas estructurales, como instrumentos para el ajuste. Pero hasta ahora, desde que entramos en la UME, el Presupuesto ha sido utilizado más bien con carácter expansivo. La escasa reducción del déficit público ha sido consecuencia de los fuertes ingresos obtenidos a consecuencia del proceso inflacionista de la economía, que ha incrementado fuertemente la renta disponible de las familias, la cuantía de su consumo y los superávit de la Seguridad Social, a consecuencia de la dulce etapa demográfica que estamos viviendo, ya que la tasa de crecimiento de los jubilados es muy baja a consecuencia de que se están ahora jubilando los nacidos en la guerra civil y años posteriores, con natalidad muy baja.

¿Piensa alguien que con la fuerte generación de empleo y el consiguiente aumento de la renta disponible de los hogares y de su consumo, el Gobierno va a adoptar medidas que induzcan a las familias a pensar que la buena situación que disfrutan puede verse en peligro por reducir la inflación, reformar el mercado de trabajo, e introducir mayor competencia para conseguir a medio plazo un crecimiento más equilibrado y sostenible? Pienso que no, aunque desde el punto de vista del interés general las reformas estructurales son indispensables, si no queremos pegarnos un tortazo de órdago.

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