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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La economía encaja otro golpe

La policía británica ha desbaratado lo que podía haber sido uno de los atentados más sangrientos jamás conocidos, de ser acertados los cálculos sobre las macabras intenciones de los terroristas: estallar una decena de aviones mientras cruzaban el Atlántico en su tránsito desde el Reino Unido hasta Estados Unidos. La profesionalidad de los cuerpos de seguridad, reforzada en los últimos años tras los episodios sangrientos de Nueva York, Madrid, Londres, Delhi o Indonesia, ha logrado que la acción terrorista quede esta vez físicamente en una amenaza. No obstante, la onda expansiva del atentado frustrado sobre el sentimiento de la sociedad y sobre los comportamientos económicos ha sido amplia.

Londres es una de las principales capitales económicas del mundo, y su principal aeropuerto se convirtió ayer en el epicentro de un seísmo político que paralizó la actividad aeroportuaria y turística de prácticamente todo el mundo. Desde primera hora de la mañana hasta cerca del anochecer las pistas del aeropuerto de Heathrow estuvieron cerradas y no despegó ni aterrizó ni un solo vuelo comercial, con el consiguiente efecto sobre todos los aeródromos y compañías aéreas del mundo. Sólo España canceló más de 700 vuelos con el Reino Unido, desde la práctica totalidad de ciudades españolas. Parecido saldo se produjo con toda Europa, Estados Unidos, Canadá o los países asiáticos.

Cientos de miles de personas vieron ayer cancelados o retrasados hasta nueva orden sus vuelos en unas fechas claves de movimiento de viajeros por el periodo estival en todo el hemisferio norte. Y el ritmo normal de los aeropuertos tardará varias fechas en recomponerse, dado que las exigencias de seguridad se han elevado hasta extremos que pueden parecer excesivos, pero de los que una gestión profesional de las fuerzas de seguridad y de las autoridades aeroportuarias no puede abstraerse. Por desgracia, no es la primera vez que la amenaza terrorista lleva a la sociedad a estos extremos, y la ciudadanía ha respondido siempre con ejemplar estoicismo.

Como en ocasiones anteriores también, los mercados financieros han reaccionado con ventas generalizadas, concentradas en las aerolíneas, las compañías de viajes, las hoteleras y, en España, en la sociedad que gestiona los aeropuertos de Londres desde hace escasas semanas, y cuya crisis es una primera prueba de fuego para su gestión: Ferrovial. No obstante, las caídas se fueron moderando cuanto más tiempo pasó desde el conocimiento del complot terrorista. El capital se ha acostumbrado ya a encajar los golpes de los terroristas, y la confianza de los agentes económicos empieza a mostrar una corteza cada vez más resistente ante este tipo de hechos. La indiferencia se ha convertido en un mecanismo de defensa eficaz contra los detestables deseos de los terroristas.

Desde 2001, la escalada de la violencia es creciente, y la colaboración de todas las sociedades democráticas debe estrecharse para extirpar cuanto antes la metástasis del terror. Pero hoy hay más frentes abiertos que entonces, con efectos claramente perversos sobre la economía, pese a la apariencia de estar neutralizados. Por eso es más precisa que nunca la ayuda de una diplomacia activa para cerrarlos.

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