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Tribuna
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El embargo, la patata caliente para Raúl Castro

La enfermedad del presidente cubano, Fidel Castro, que le ha obligado a delegar el poder en su hermano Raúl, ha reabierto el debate sobre la transición del régimen castrista. Washington, en aras de la estabilidad, puede verse aconsejado, según el autor, a aceptar una temporal extensión de la sucesión para asegurar un cambio pacífico

Reiterando su voluminosa propuesta de hace dos años, la Comisión de Asistencia para una Cuba Libre había publicado recientemente un segundo informe para George Bush. Ofrecía 80 millones de dólares de ayuda a una Cuba sin los Castro. No era más que una invitación a la irritación del régimen cubano, tan necesitado como siempre de las torpezas norteamericanas como en el caso histórico de la Ley Helms-Burton, relegada en naftalina desde su aprobación hace 10 años.

Incluso la web de la propia comisión en el Departamento de Estado no la menciona insólitamente como parte de la legislación del embargo, cuando es su estricta codificación, al transformar lo que estaba al libre albedrío del presidente en ley federal. Esta neutralización de la nefasta ley parecía un guiño a la Unión Europea, en continuación del compromiso de 1998. O quizá también fuera un intento de esconder los aspectos más oscuros e intervencionistas que exigen la devolución de todas las propiedades expropiadas por la Revolución, lo cual es económica y socialmente inviable para cualquier Gobierno futuro. Pero, como ley federal, sigue vigente y garantiza la continuación del embargo.

El balance histórico muestra el fracaso sonoro de la política del embargo. Por el contrario, resultan evidentes los beneficios políticos concedidos al régimen castrista, que de esa manera pudo ocultar las carencias de su sistema económico. Por tanto, la oportunidad que ahora se abre es importante. Washington podría aprovechar una extensión más allá de lo urgentemente razonable de la suplencia de Fidel Castro para retar a Raúl con una oferta espectacular: el levantamiento incondicionado del embargo.

Si no existiera el embargo, Castro lo inventaría: le ha suministrado una excusa idónea para ocultar las carencias económicas del sistema

Esta operación no solamente está avalada por decenas de estudios sopesados, sino que también está bajo la presión de los sectores y los Estados productores de alimentos que en un goteo ya considerable comercian con Cuba. Puede haber llegado el momento para que las facciones moderadas del exilio tomen la iniciativa y planteen al Congreso que suspenda sabiamente la Ley Helms-Burton y las condiciones impuestas para la transición. Raúl no tendría más remedio que elegir entre dos alternativas: rechazar cualquier trato o colaborar pragmáticamente.

Puede también haber llegado el momento de ver cómo evolucionan los mecanismos mentales a ambos lados del estrecho de la Florida. En el seno del exilio cubano en Miami la inercia de la supervivencia de la dictadura cubana condicionó durante casi cinco décadas no solamente la estrategia de Estados Unidos hacia Cuba (sobre todo desde el ingreso de algunos cubanoamericanos como miembros del Congreso), sino incluso la propia existencia del modo de vida cotidiano. El anticastrismo se convirtió en una provechosa industria, sobre todo en los medios de comunicación. Al otro lado, la resistencia ante el acoso de Estados Unidos tuvo su apropiada réplica.

En una variante que recordaba la boutade atribuida primero a los comentarios de la derecha en España en los primeros años de la transición ('con Franco vivíamos mejor'), el exilio temía que algún día llegara a llorar que 'contra Castro vivíamos mejor'. En La Habana, gracias a la fallida política norteamericana, se temía que también algún día se llegara a exclamar con nostalgia que 'contra Estados Unidos vivíamos mejor', aparte de que una notable minoría, naturalmente, llegaría a meditar que 'con Castro vivíamos mejor'.

De ahí que tanto el régimen cubano como el núcleo duro del exilio, cuando detectaban que el Gobierno de Estados Unidos o las circunstancias internacionales eran propicias para una tregua o, peor, para un arreglo (como en el caso de los compromisos denunciados como alianzas con la UE), se formaba una coalición perversa y ambas facciones irreconciliables se ponían aparentemente de acuerdo para desenterrar las hostilidades. El caso más notorio fue cuando la Ley Helms-Burton tiene dudosa aprobación en el Congreso: Castro decidió derribar las avionetas de Hermanos al Rescate y Clinton se plegó a las presiones aprobando la ley. Si no existiera el embargo, Castro lo inventaría: le ha suministrado una excusa idónea para ocultar las carencias económicas del sistema. Esta estrategia ahora ya no tiene sentido.

La ventaja que tiene Raúl Castro es que, de momento, domina las fuerzas armadas, clave para la transición, pues es la única institución con cohesión suficiente en Cuba y con poder en las empresas estatales, muy necesitadas de la suavización del embargo. Si lo que busca Washington en estos momentos peligrosos es la estabilidad, en lugar de la peligrosa convulsión, puede verse aconsejado a aceptar una temporal extensión de la sucesión, para asegurar una transición pacífica.

En cierta manera, se trata de poner en práctica el lema de que mejor es malo conocido que bueno por conocer, que ha sido el favorito en otras épocas y marcos de las relaciones internacionales de Estados Unidos. Pero Cuba es obviamente diferente.

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