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Columna
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Qué difícil es ayudar a los países pobres

La seguridad energética y la pretensión de Rusia de integrarse en la OMC centraron la agenda de la cumbre del G-8 del pasado fin de semana, alterada a última hora por el conflicto en Líbano. El autor analiza los resultados de esta cita anual, de la que los países más poderosos del mundo se van, en su opinión, con las manos vacías

Una vez más la reunión anual del G-8 ha estado acompañada por la violencia. El año pasado los atentados de Londres se ocuparon de atraer la atención de la prensa y de los reunidos en Gleneagles (Escocia). Este año son los bombardeos de Líbano los que recuerdan una vez más que se vive en un mundo en conflicto y que este conflicto pasa una y otra vez por Oriente Próximo.

La reunión tenía dos polos de atención, en buena medida relacionados. En uno de ellos estaba la aspiración rusa de integrarse en la Organización Mundial del Comercio. En el otro se encontraban los deseos occidentales, y no occidentales, de lograr progresos en la contribución rusa a la seguridad energética, léase obtener de Vladimir Putin salvoconductos para las inversiones de empresas occidentales en activos energéticos en Rusia -concretamente, al acceso de las empresas extranjeras a los gasoductos rusos-. En ninguno de los dos asuntos los logros parecen haber dejado satisfechos a sus promotores. El lenguaje de los comunicados es elegante y prometedor pero no hay comentarista que se atreva a vaticinar un cambio real en la situación presente. Y por si fuera poco, la agenda sufrió la alteración de última hora por los sucesos de Líbano. Los supermandatarios regresan a casa con las manos vacías.

En un clima así, tan poco triunfalista, no es de extrañar que no se haya prestado mucha atención a los compromisos adquiridos el año pasado con África. De haberlo hecho, el triunfalismo hubiera sido aún menor y la credibilidad del cartel de hubiera quedado algo más en entredicho.

Existe la permanente sensación de que una buena parte de la ayuda puede crear tantos problemas como los que pretende resolver

La cumbre del G-8 de 2005 arrancó con un ambicioso plan de ayuda a África. Aunque al final las cifras y condiciones fueron menos generosas, sí fueron importantes. Los países participantes se comprometieron a doblar la ayuda para el año 2010. Los conciertos musicales que se encargaron de amplificar los buenos deseos del G-8 fueron un éxito de audiencia y aportaron réditos mediáticos a los líderes mundiales. El esfuerzo de los bienintencionados quedo satisfecho y se alimentó la esperanza.

Si se da crédito al seguimiento que de los acuerdos del G-8 hace el G-8 Information Center de la Universidad de Toronto, el grado de cumplimiento hasta ahora es bastante pobre. El citado centro cifra este indicador en un 22% de lo esperado. Los países que aparecen como menos cumplidores son Italia, Rusia, Japón y EE UU. En parecidos términos se pronuncia Oxfam, una conocida ONG, que vaticina el incumplimiento de los objetivos de 2010 si no se toman medidas enérgicas.

La Unión Europea en su conjunto sale bien parada, sin embargo no debe haber motivo para la complacencia. Las cifras pueden esconder una realidad distinta, como ha venido a subrayar un informe elaborado con el esfuerzo conjunto de las ONG europeas (EU aid: genuine leadership or misleading figures?). Según este informe, 12.500 millones de euros, o casi un tercio, de la ayuda oficial al desarrollo europea en 2005 no supuso de hecho ayuda neta al desarrollo. Esta cantidad de ayuda aparente fue en realidad a parar a la cancelación de deuda y a pagar costes de estudiantes y de refugiados en los países donantes.

Todo ello pone sobre la mesa unos cuantos temas ligados a la ayuda oficial al desarrollo. En primer lugar, como ya se ha dicho, está la enorme brecha existente entre los compromisos de los países donantes y las cifras realmente empleadas en ayudar a los países destinatarios.

En segundo lugar está la definición y contabilización de lo que debe entenderse por ayuda. La definición que aporta la OCDE ya es bastante amplia -incluye no solamente subvenciones sino algunas modalidades de préstamos-. Aun así, algunos países miden sus contribuciones con patrones más relajados.

En tercer lugar está las condiciones que debe reunir el receptor para que la ayuda pueda ser efectiva. Hay requisitos de todo tipo: democracia, responsabilidad, rendición de cuentas, proyectos versus programas (o al revés), apoyo presupuestario general. Lo que se quiera.

En cuarto lugar está el cuestionamiento de la ayuda en sí misma. Por ejemplo, ¿tiene sentido la ayuda al desarrollo en un mundo globalizado en el que las inversiones transnacionales pueden cambiar el perfil económico de un país en pocos años? O si se quiere, ¿para qué las ayudas si empeora el endeudamiento? Y cosas similares.

Y detrás de todo lo anterior existe la permanente sensación de que una buena parte de la ayuda puede crear tantos problemas como los que pretende resolver. Cuando la gente está permanentemente hambrienta, enviar comida puede ser contraproducente. Los alimentos importados rebajarán los precios del país y desincentivarán a sus agricultores en sus esfuerzos para la siguiente cosecha. Como ha dicho alguien, ayudar a la gente puede ser muy difícil.

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