Aviso para navegantes en Bolivia
Invertir en Bolivia es un riesgo que corrían Repsol y las demás empresas extranjeras que lo han hecho en el país. Bolivia no es un país estable, es un país pobre, atrasado y dual, con unas élites ricas y poderosas y una masa de campesinos indígenas que viven a niveles de subsistencia, cuando no caen por debajo de ellos. Una sociedad así no puede ser estable a largo plazo ni ofrecer seguridad para los negocios modernos.
Las empresas españolas que invirtieron en países con estas características ya estaban advertidas. Lo que pasa es que los altos ejecutivos tienden a desoír los análisis descarnados y realistas de algunos expertos, que no venden buenas palabras sino análisis objetivos, como amenazas de agoreros o cantinela ideológica de gentes de izquierda. Pero la realidad acaba imponiéndose sobre las buenas palabras -y quizás las expectativas- de los bancos de inversión (los cuales con pesimismo no hacen negocio) y del FMI, que otorgan un valor casi total, y a todas luces indebido, a las declaraciones de intenciones de unas élites corruptas, que hablan inglés y conocen el lenguaje que agrada a los árbitros de la finanzas internacionales. Las empresas se lo creen y pican. Ya se lo habíamos avisado: con tanta pobreza de las masas cohabitando con una insultante riqueza de las élites no puede haber paz social ni un ambiente sereno y durable para los negocios.
Repsol corrió el riesgo y está pagando las consecuencias. La pobreza de las masas y la desigualdad rampante ofrecía un caldo de cultivo para el comunismo, y ofrece ahora, cuando las masas ya no creen en revoluciones comunistas, un ambiente propicio para los caudillos elegidos democráticamente, nacionalistas, antiglobalistas, salvadores de la patria, como es Hugo Chávez, Evo Morales, Ollanta Humala y los otros que proliferarán a imagen y semejanza de éstos.
Debieran ver las flamantes multinacionales españolas que pueblan el paisaje de América Latina que si no contribuyen a desactivar la frustración acumulada en estos últimos 30 años de fórmulas neoliberales van a ver aumentar los riesgos políticos en que tendrán que operar. No lo tienen fácil y quizás no puedan hacer mucho. Pero, por lo menos, tendrían que evaluar mejor la situación en que realmente se encuentran para poder calcular mejor los riesgos a largo plazo que están tomando.
En España, muchos se alegrarían de que se cumplieran las profecías que hacen los entendidos acerca de las nefastas consecuencias que la nacionalización del gas natural va a tener en Bolivia. Indignados por el atrevimiento de unos gobernantes tercermundistas a nacionalizar una de nuestras multinacionales estrella, se alegrarían de que los bolivianos, incluso ayudados por técnicos venezolanos, no fueran capaces de manejar adecuadamente la explotación de las plantas e instalaciones de producción y conseguir niveles de rendimiento semejantes a los que estaban consiguiendo las compañías expropiadas. Triste alegría sería ésta. Porque la pagarían los pobres, ese 64% de la población boliviana que vive por debajo del límite de la pobreza.
Visto objetivamente, el futuro de Bolivia no es más luminoso después de la nacionalización. El petróleo ya se ha nacionalizado dos veces y el estaño, la principal riqueza mineral de Bolivia, también. La suerte de las mayorías pobres no cambió nada después de esas nacionalizaciones. Los Gobiernos de la época mejoraron sus ingresos los primeros años, pero poco a poco la riqueza extraída de los pozos y las minas nacionalizadas siguió su camino natural (en una sociedad dual) hacia las cuentas en el extranjero de las élites y de los funcionarios corruptos. Quizás ahora sea diferente, pero hay mucho temor de que la historia se repita.
En realidad, tendríamos que alegrarnos de que las cosas le salgan bien a Bolivia, de que la nacionalización sea un éxito y los ingresos adicionales que le llegarán al Gobierno boliviano le sirvan para reducir la carga de la deuda y emprender grandes inversiones en el medio rural en vivienda, sanidad, educación, agua potable, caminos y carreteras y todo lo demás de que carecen. El coste de oportunidad de estas mejoras para las empresas europeas y para nuestro Repsol estaría entonces bien justificado.
Lo que menos nos gustaría es que, además de que nuestras empresas pierdan, perdieran también los pobres de Bolivia y se enriquecieran gobernantes corruptos, que han subido al poder y al control de los recursos naturales del país con la promesa de cambiar la suerte -la secular mala suerte- de sus votantes. Entonces la nacionalización sería para Bolivia un juego de suma negativa, en el que todos los participantes legítimos perderían: las multinacionales extranjeras y los pobres nacionales.