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Columna
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Crisis del crudo

Carlos Sebastián

El precio del petróleo se está acercando a los niveles, en términos reales, que alcanzó en 1980-1981, tras la segunda crisis del crudo. Se estima que en el entorno de 75 dólares el barril de 2006 el precio sería similar al que se alcanzó entonces. Para España el precio real es menor que entonces, por el doble motivo de que el tipo de cambio frente al dólar estaba entonces depreciado respecto al actual y los precios de producción españoles han crecido algo más que en la media de los países desarrollados.

Las perspectivas sobre la evolución del precio del crudo en los próximos meses son inciertas, pero hay más motivos para el pesimismo que para el optimismo. Es altamente probable que su media a lo largo de 2006 sea mayor que la registrada en 2005, que muchos optimistas consideraban que era un nivel transitorio. No hay que descartar que pueda seguir subiendo de las altas cotas alcanzadas en este mes de abril, aunque tampoco que pueda recortar algo si se redujera la tensión relacionada con la crisis nuclear de Irán. Junto a la percepción creciente del riesgo en los países productores, hay un problema, no coyuntural, de desequilibrio entre la oferta y la demanda.

Ya sabemos que un encarecimiento sustancial del precio del petróleo tiene una batería de efectos negativos sobre los países consumidores. Por el lado de la oferta, reduce el deseo de las empresas de contratar otros factores variables y de aumentar el nivel de producción; por el lado de la demanda, reduce la renta disponible. En el frente de los precios, eleva el componente energético y, más tarde, otros componentes industriales y de servicios. En el sector exterior, aumenta el valor de las importaciones, empeorando la balanza comercial.

Para que se den procesos de conservación energética y reducir la dependencia del petróleo es importante que se traslade a los usuarios la elevación de los precios

El intento de calibrar numéricamente las consecuencias sobre el nivel del PIB de una determinada elevación del precio del petróleo tiene una base poco firme. Cálculos simples son muy imprecisos por la complejidad de los efectos. Los cálculos basados en modelos econométricos complejos apenas resultan más fiables. Por los problemas de robustez que suelen tener esos modelos, pero también porque ese ejercicio está sometido a la crítica a estas prácticas que el premio Nobel Robert Lucas presentó hace ya 30 años, que enseñamos en clases de Macroeconomía, pero que la profesión parece ignorar: no se pueden evaluar las consecuencias de cambios significativos en el entorno (en las políticas o en el valor de variables exógenas relevantes) con modelos estimados en otros entornos.

El nivel de los precios energéticos afecta sustancialmente a la intensidad con el que se usa la energía. Lo presenciamos en la década de los ochenta y ahora no extraña que España tenga una intensidad mayor que en la media de la UE y que en ambas la intensidad sea significativamente menor que en Estado Unidos. Las diferencias en la fiscalidad de los productos petrolíferos, algo menor en España que en el resto de la Unión y mucho menor en Estados Unidos que en Europa, explican esas diferencias. Esperamos, por tanto, que se estén desatando procesos de conservación energética que contribuirá a reducir la dependencia del petróleo. Para ello es importante que se traslade a los usuarios la elevación de los precios. También, los altos precios favorecerán la puesta en marcha de energías alternativas (biocombustibles y otras) y la puesta en explotación de nuevas fuentes de petróleo.

Las consecuencias sobre la inflación se están dejando sentir. Las directas a través del componente energético, pero no las indirectas por el aumento de costes industriales y de algunos servicios. En el caso de los industriales, la competencia de los productos asiáticos está contribuyendo a la moderación de los mismos, pese al encarecimiento de los costes energéticos. Pero esto puede dejar de operar en un futuro próximo si se mantiene el alza del precio del crudo.

Todo ello haría que la política monetaria se endureciera. Y los mayores tipos de interés contribuirían, junto a la disminución de la renta disponible por el encarecimiento energético, a empeorar la solvencia de unas familias altamente endeudadas. Este desequilibrio financiero de las familias podría hacer, que de seguir la escalada del precio del crudo, se produjera un cambio brusco en el gasto nacional, que no se ha producido con las elevaciones producidas hasta el momento. Si la creación de empleo se viera afectada por la mencionada escalada, la probabilidad de que esto ocurra sería mayor.

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