ETA y el PIB
En los últimos años, a la hora de elaborar previsiones de crecimiento económico y de evolución de los mercados financieros nos hemos visto obligados a incorporar una nueva variable: el terrorismo internacional. Desgraciadamente se han cometido varios atentados en diversos países, por lo que contamos con evidencia empírica para comprobar que el crecimiento del PIB no es tan sensible como nos temíamos, lo que a su vez ha favorecido que la reacción bajista de los mercados bursátiles se haya ido reduciendo tras cada atentado. Ahora bien, aunque el impacto de los actos terroristas no se revele tan negativo para la economía, el temor a que éstos se produzcan, así como el gasto destinado a su prevención, tienen claras implicaciones sobre el crecimiento, al ejercer de lastre.
La aparición de una nueva variable de incertidumbre en la toma de decisiones de inversión (tanto en capital fijo como financieras) deriva en un incremento de la prima por riesgo y, en definitiva, de la rentabilidad exigida a la inversión, lo que en muchos casos puede provocar que ésta no se lleve a la práctica. Este efecto negativo sobre el crecimiento es difícil de estimar (no podemos saber cuántos proyectos de inversión no se han desarrollado por no alcanzar un mínimo de rentabilidad exigida), aunque podemos recurrir al mercado bursátil para obtener una aproximación. Mediante diversos cálculos estimamos que la rentabilidad exigida a un inversión en Bolsa es ahora entre un 1% y un 2% superior a su media histórica, un diferencial que es extrapolable a los proyectos empresariales.
Pero sin duda es la segunda de las consecuencias expuestas la más relevante para el crecimiento del PIB. Las medidas de protección, seguridad, vigilancia, etcétera, necesarias para prevenir atentados, así como para avanzar en la lucha policial contra el terrorismo suponen que una elevada cantidad de recursos, tanto económicos como humanos, se destinen a actividades con poco valor añadido, escasa productividad y, sobre todo, carentes de efectos dinamizadores sobre el tejido productivo (salvo escasas excepciones vinculadas con la más alta tecnología).
En definitiva, tanto la mayor prima que se exige a los proyectos de inversión (y que en muchos casos puede obligar a descartarlos), así como los recursos (no sólo económicos, sino también en horas perdidas en controles y detectores) que se dedican a prevenir los atentados terroristas, suponen un menor crecimiento potencial de la economía mundial que, si bien es difícil de estimar, es bien relevante y se ha intensificado desde el 11-S.
En este sentido, el final del terrorismo de ETA podríamos considerar que supone un estímulo para el crecimiento de la economía española, al reducirse los efectos lastre que hemos expuesto anteriormente. Sin embargo, consideramos que el impacto no será muy significativo, al menos para el conjunto del territorio nacional. Tal vez sí lo sea para Euskadi, que podría renovar su capacidad de atracción de capitales inversores o de retención de los excedentes de explotación, pero a costa, no tanto de otros destinos en Europa o Asia (la deslocalización de los últimos años ha respondido en mayor medida a criterios de reducción de los costes de producción), sino más bien de territorios colindantes. Sería, de esta forma, una suerte de juego de suma cero, donde lo que recuperara Euskadi lo perderían, por ejemplo, Castilla y León, Aragón, La Rioja o Cantabria.
En cuanto a la necesidad de dedicar recursos económicos y humanos a la lucha contra el terrorismo, desgraciadamente su amenaza continúa, aunque más vinculada ahora a la aparición de grupos relacionados con el fundamentalismo religioso. Así pues, seguirá siendo necesaria la asignación de capitales a labores de vigilancia, investigación, prevención, etcétera, con el consiguiente menor crecimiento potencial de nuestra economía, ya que los recursos 'liberados' por el fin de la amenaza de ETA seguramente deban destinarse a reforzar otras amenazas.
En definitiva, el final del terrorismo de ETA es una excelente noticia, pero en mayor medida en el ámbito social y político que en el económico. Es obvio que tendrá implicaciones positivas para el crecimiento económico, pero en mayor medida en Euskadi que en el resto de España y, en cualquier caso, no de elevada magnitud. Desgraciadamente, también en el campo de terrorismo asistimos a una globalización y el final de una amenaza 'doméstica' no nos debe hace olvidar la persistencia de una más 'internacional'.