Ciudadanos transparentes
Seguridad y libertad son dos platos de una misma balanza. Cada cultura, en cada momento histórico, fija la importancia que otorga a cada una de ellas. Y en el arranque del siglo XXI, la sociedad ha vuelto a plantearse el valor que concede a estos conceptos. Los avances tecnológicos, la integración de la economía mundial y la aparición de nuevas amenazas globales, como el terrorismo internacional, llevan a repensar la combinación de libertad y seguridad en la vida cotidiana. En el centro del debate figura la capacidad del Estado para identificar de forma fiable a los individuos. ¿Cómo pueden las autoridades distinguir a un elemento peligroso de un ciudadano ordinario? ¿Cómo proteger a la comunidad sin pisotear los derechos y las libertades individuales de sus integrantes? El equilibrio es difícil y las muchas posibilidades que brinda la tecnología no simplifican la cuestión.
La biometría destaca entre las innovaciones más desarrolladas en los últimos años en el campo de la identificación personal. Las técnicas biométricas analizan ciertas características físicas de una persona, en principio singulares, indelebles e intransferibles. Un dispositivo de captación toma una muestra, que es sometida a la interpretación por un programa informático. Luego el resultado es cotejado con una base de datos que confirma la identidad del sujeto.
Las características biométricas susceptibles de analizar son muchas. Las más comunes son la lectura de las huellas dactilares, el escaneo del iris y las pruebas de reconocimiento de voz, de la forma de la mano o de los rasgos faciales. Pero existen opciones más novedosas, como el examen de las venas de la palma de la mano, la temperatura corporal o la forma de caminar. Cada una tiene ventajas e inconvenientes.
La biometría es percibida por muchos como un orden similar a del 'Gran Hermano' de George Orwell
Las posibilidades de las aplicaciones comerciales de los nuevos sistemas de identificación son enormes
El Instituto Universitario de Investigación sobre Seguridad Interior (Iuisi) de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) investiga la aplicación de los sistemas biométricos para el reconocimiento de personas en los aeropuertos. âscar Martínez, encargado del proyecto, considera que el principal inconveniente que afronta la tecnología biométrica es su aceptación por los viajeros. 'Los reconocimientos que implican contacto físico suelen considerarse intrusivos. Además, la gente asocia las huellas dactilares con las actividades delictivas', apunta este ingeniero aeronáutico.
Pero el principal escollo con que se topa la biometría es el temor de la ciudadanía a un Estado omnipotente. 'La desventaja es que mucha gente afirma que se trata de un sistema similar al Gran Hermano', explica un funcionario de la Comisión Europea experto en seguridad. Las referencias a la novela 1984 de George Orwell son ineludibles. 'En un Estado de Derecho no se podría chequear la base de datos alegremente. Es una cuestión de confiar en tu Gobierno', señala.
La economía sería una de las grandes beneficiadas de la adopción de un sistema de identificación de estas características. La biometría permite reducir drásticamente los índices de fraude en las compras con tarjeta, la banca online y demás operaciones financieras. La lucha contra el crimen sería más eficaz, al quedar cada vez más restringida la posibilidad de crear identidades falsas o suplantar a otro.
Pero la moneda tiene siempre dos caras. La tentación para los gobernantes de recurrir a una base universal, con los datos biométricos de todos los ciudadanos, sería enorme. Quizá no fuese de una vez, pero el Estado podría relajar, poco a poco, los límites y autorizar su consulta en cada vez más supuestos. Al final lo que quedaría sería el ciudadano transparente.
El panorama puede parecer inquietante, pero no hay nada nuevo bajo el sol. La información ya está disponible. La novedad reside en reunirla en un único documento biométrico. Baste un ejemplo: un simple vistazo a una tarjeta de crédito ofrece un retrato robot de su titular. A través de ella se pueden conocer por dónde se mueve una persona, a qué dedica su tiempo de ocio o qué productos compra.
La tecnología biométrica puede hacer la vida diaria más cómoda, pero exige un respeto escrupuloso de la división de poderes, aquello que los anglosajones llaman checks and balances. Las agencias de protección de datos pasan a tener un papel protagonista en la defensa de los ciudadanos.
Más allá del plano filosófico, de las relación entre el individuo y el Estado, la biometría también debe lidiar con dificultades técnicas. Entre un 2% y un 5% de la población no puede aportar huellas dactilares por problemas en la piel. Y las pruebas de escaneo de iris no se pueden aplicar a entre un 10% y un 15% de los individuos por razones de salud. Por este motivo, opinan los expertos, debería utilizarse más de un elemento biométrico para identificar a la gente. También es difícil mantener la base de datos actualizada, pero esto se puede solucionar si el individuo gana interés en mantener sus datos al día, como ya hay que hacer con el permiso de conducir o el pasaporte. Aunque el sistema no será fiable al 100%, puede ser igual de útil que las bases de datos actuales.
La biometría también se perfila como un gran negocio. La consultora International Biometric Group estima que este sector puntero pasará de mover 2.600 millones de dólares este año a 5.700 millones en 2010 gracias, sobre todo, 'a los programas de gran escala de los Gobiernos y a iniciativas dinámicas del sector privado'. Las posibilidades de las aplicaciones comerciales de la tecnología son enormes: servicios financieros, transporte, telecomunicaciones, distribución, manufacturas industriales, ocio...
Para International Biometric Group, los principales campos de expansión de esta tecnología serán Asia y Norteamérica. Malaysia, por ejemplo, ha puesto en marcha el documento universal. Una única tarjeta biométrica sirve a la vez de documento nacional de identidad y pasaporte, así como tarjeta sanitaria y de crédito para los ciudadanos de ese país.
La Unión Europea ya trabaja en el desarrollo del pasaporte biométrico. Bruselas estima entre 1.500 y 3.000 millones de euros el coste de desplegar este sistema. Y es que sólo incluir un chip biométrico supone a día de hoy un gasto de entre 10 y 15 euros por pasaporte. Pero la necesidad está ahí. Los documentos existentes son fáciles de falsificar y los movimientos demográficos, llámense turismo o inmigración, se han multiplicado. Sólo en 2005 viajaron en avión 2.000 millones de personas, según datos de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA). Está previsto que esa cifra crezca a un ritmo del 6% hasta el 2009. Desde los atentados del 11 de septiembre en EE UU, las compañías aéreas han invertido 5.600 millones de dólares al año en garantizar la seguridad de estos viajeros.
Las preguntas de cara al futuro no son pocas: ¿Cómo se pueden gestionar flujos humanos como los descritos? ¿Cómo mantener la seguridad? Y, en último término, ¿cómo combinar seguridad y libertad?