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Tribuna
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¿Deuda histórica de Cataluña?

El discurso nacionalista culpa en parte al 'exceso de solidaridad', a través de los impuestos, del estancamiento de la economía catalana. El autor señala, sin embargo, que el desarrollo de Cataluña se debe ante todo a su relación con el resto del país

El nacionalismo suele hacer un uso peculiar de la historia. En materia económica, el catalán no es una excepción. El discurso económico dominante en Cataluña acostumbra a atribuir a su economía la condición de motor de la economía española, lo que obedecería en exclusiva a las virtudes propias. En algún caso, el alarde de autoestima llega incluso a extender la función motora a la economía europea, como hacía no hace mucho Antoni Castells, consejero de Economía y Finanzas de la Generalitat de Cataluña, en un texto oficial que recordaba la incorporación de Cataluña a la CEE. Lo que el señor Castells pasaba por alto es que, casualmente, en 1986, se incorporaba también España.

Poco más tarde de aquel evento, Cataluña se integraba en los Cuatro motores para Europa, junto a Baden-Württemberg, Rhône-Alpes y Lombardia. Algo antes, en 1985, a Cataluña le correspondían el 15,6% de la población y el 19,4% del PIB de España. En 2004, dichos porcentajes se situaban en el 15,8 y el 18,3, respectivamente. Casi dos décadas atrás, el PIB per capita catalán era casi un 25% mayor que la media nacional, mientras que, en la actualidad, la diferencia no llega al 20%. No son grandes cambios, pero preocupan a quienes parecen creerse destinados a ejercer liderazgos permanentes.

No estaría de más que el nacionalismo hiciese una revisión 'al alza' de la contribución de todos los españoles al bienestar de Cataluña

Ciertamente, Cataluña no destaca por su dinamismo económico en los últimos años. Pero ello no es debido, frente a lo que sostiene el nacionalismo catalán, y parece haber sido aceptado por el Gobierno español, a un supuesto 'exceso de solidaridad'. æpermil;ste, según el discurso nacionalista, además de impedir el crecimiento económico de Cataluña, ya es innecesario, pues se ha alcanzado algo parecido a la igualdad entre comunidades autónomas.

Pues bien, ni lo uno ni lo otro. En 2004, el producto de Extremadura no llegaba a 64% del catalán. El de Badajoz respecto al de Tarragona era aún menor. Y la convergencia interregional apenas avanza desde hace ya algún tiempo, Madrid, que es la región con una balanza fiscal por habitante más deficitaria, no por ello deja de crecer a buen ritmo.

Motivo de reflexión debería ser la comparación entre Madrid y Cataluña hace 50 años. Por entonces el producto por habitante de la segunda superaba al de la primera; además, los respectivos productos regionales estaban en una proporción de casi uno a dos, siendo el catalán casi un quinto del español. En pleno franquismo, Cataluña estaba más cerca de ser el motor económico de España que ahora. Y es que los resultados de nuestra evolución económica entre la Guerra de Sucesión y la transición democrática han sido particularmente favorables a Cataluña. Pero el nacionalismo suele llevarse mal con la Historia y con la Economía.

El tan denostado centralismo borbónico permitió al Principado acceder al mercado español. Y ello favoreció principalmente a Cataluña, ya que una economía relativamente pequeña pudo acceder a un mercado de dimensiones mucho mayores como era el Reino de Castilla. Y también al mercado colonial. La contribución de este último al desarrollo económico catalán pudo ser mayor o menor. Lo que no es discutible es que la contribución de los catalanes a las arcas de la Corona, de las que salían los gastos de defensa del mercado colonial, era sustancialmente menor a la del resto de los súbditos peninsulares y americanos, que, sin embargo, compraban forzosamente los productos del Principado. Así, a fines del siglo XVIII, la carga fiscal de un andaluz duplicaba a la de un catalán. La de un madrileño, que obtenía muy poco o nada del Imperio en términos económicos, la triplicaba.

La exención fiscal de facto catalana se mantuvo a lo largo de los siglos hasta la reforma de Francisco Fernández Ordóñez. Anteriormente, un sistema fiscal regresivo y una bajísima presión fiscal favorecieron comparativamente al más rico. æpermil;ste es el caso de Cataluña, cuya industrialización se hizo en unas condiciones de protección arancelaria extrema que fue soportada por el resto de los españoles. Una de las características de esa industrialización es su escasísima capacidad exportadora. Sólo hace unas pocas décadas que los productos catalanes comenzaron a estar significativamente presentes en los mercados internacionales. Hasta entonces, las importaciones imprescindibles para el crecimiento de la industria catalana fueron financiadas con las exportaciones de otras regiones más pobres que sí colocaban en el exterior productos agrícolas y minerales. En 1910, Andalucía, Cantabria, Valencia, Murcia y el País Vasco tenían ratios exportaciones/producto más altos que Cataluña. Sin embargo, la intensidad industrial de ésta era muy superior, excepción hecha del País Vasco.

En la actualidad, afortunadamente, Cataluña exporta, y no poco, pero cabe preguntarse si esas exportaciones son independientes, como algunos sugieren, del mercado español y de una historia económica conjunta.

Otra característica señalada de la historia económica española es la altísima concentración espacial de la industria en Cataluña y el País Vasco. En 1929, la tributación industrial per cápita de Cataluña casi duplicaba a la de Madrid y casi septuplicaba a la de Andalucía. Las diferencias respecto a otras regiones -de nuevo, País Vasco excluido- eran aún mayores.

Protección y concentración, que pueden estar causalmente relacionadas, se tradujeron en un sector industrial cuyas dimensiones no pueden explicarse acudiendo exclusivamente a las capacidades de Cataluña. En contraste con una secular historia de desarrollo económico favorecedor, esa solidaridad de Cataluña con el resto de España, que hoy se reclama 'a la baja', data de anteayer.

Por tanto, no estaría de más que el nacionalismo hiciese una revisión al alza de la contribución de todos los españoles al bienestar de Cataluña. Incluso puede que no falte quien piense que esa comunidad autónoma es la que tiene 'deuda histórica' con el resto España.

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