Espejismo o realidad a la hora de invertir
Con más crecimiento del previsto y el reajuste estadístico de última hora, China ha entrado en el nuevo Año del Perro como la cuarta economía del mundo, con un histórico superávit comercial y reservas de divisas sin precedentes. Convertida en protagonista habitual de las crónicas económicas, China llega con inusitada frecuencia a nuestros hogares, ya sea por la invasión del textil, las falsificaciones o la gripe aviar. Aunque para algunos historiadores económicos su ascenso es una reminiscencia del pasado -fue la primera economía mundial hasta el siglo XIX-, para la inmensa mayoría no deja de ser un gran acontecimiento, merecedor de máxima atención y también de cierto respeto.
El tantas veces citado estudio de Goldman Sachs sobre los BRICS dibujaba en 2050 un panorama en el que China e India acapararán la mitad del PIB mundial. Pocos recuerdan, sin embargo, las optimistas previsiones sobre el Brasil de los sesenta, la URSS en los setenta o Japón en los ochenta, todos con crecimientos anuales en torno al 10% y llamados a superar a EE UU en pocas décadas. Incluso los países del Sudeste asiático se consideraban a comienzos de los noventa candidatos a desbancar a Japón o Corea. Ciertamente existen riesgos inherentes al desarrollo chino que podrían truncar o serenar el ritmo de crecimiento, algunos comunes a los vividos por las potencias frustradas de antaño.
La fragilidad del sistema financiero es uno de los elementos más citados, sobre todo con relación a la experiencia del Sudeste asiático. Sin embargo, la reciente venta por 3.500 millones de dólares de un 10% del Banco Industrial y Comercial de China a un consorcio de entidades occidentales demuestra que los ratios de morosidad pueden verse relegados por el atractivo de tan ingente mercado. Asimismo, la cautela con la que el Gobierno chino afronta la convertibilidad de su moneda, pese a las continuas presiones de EE UU, indica que tiene muy presente la mala experiencia de sus vecinos.
La calidad del marco institucional es en todo caso un tema de rabiosa actualidad, habida cuenta de que India gana enteros como destino inversor. Si en 2002, el subcontinente aparecía en el lugar 15 en la célebre encuesta de AT Kearney, en 2005 había saltado al segundo, mientras China se ha mantenido siempre a la cabeza. Las crecientes desigualdades sociales y el consecuente riesgo de inestabilidad, la corrupción, la rigidez del sistema político, la sanidad, la contaminación, el sistema financiero y otros aspectos cualitativos del modelo chino reciben atención creciente dentro y fuera del país.
Los beneficios de la política de estímulo a las exportaciones, tomada de la experiencia previa de Japón, Corea y Taiwán, se cuestionan al observar el escaso valor añadido que permanece en el país, una vez descontados los componentes importados y los abultados márgenes de intermediarios y distribuidores. No en vano, y pese a su elevado superávit, China es tanto el tercer exportador como importador del mundo. Asimismo, el 57% de la exportación china es de fábricas con capital extranjero, lo cual ha minimizado la adopción de medidas proteccionistas en Europa y EE UU, pero también impide el control chino sobre la cadena de valor. China se enfrenta a la importación masiva de materias primas y recursos naturales cuya oferta es limitada y sus precios suben día a día. En cambio, sus exportaciones destacan por volumen y reflejan a menudo encarnizadas guerras de precios entre fabricantes, que han sobreinvertido en activos fijos y deben arañar cuota sacrificando precio y rentabilidad. Diversos estudios demuestran cómo la mayoría de productos salidos desde China han visto caer sus precios unitarios de forma dramática.
En esta situación, la montaña de reservas china se revela como un activo estratégico destinado a afrontar un periodo de deterioro en su relación real de intercambio. Las inversiones de empresas chinas en recursos naturales y marcas renombradas en el exterior se enmarcan también en este contexto. Con lo primero se aseguran suministros esenciales y lo segundo permite vender a precios más altos. El estímulo del mercado interior es un objetivo primordial ante la alarmante polaridad social y la no tan lejana regresión demográfica, en un país sin un eficaz sistema de pensiones y donde el crecimiento se ha basado en incorporar nueva mano de obra. China se asienta sobre pilares bien sólidos, aunque las cambiantes y exigentes circunstancias de la economía global le exigen atajar sus problemas e insuficiencias para avanzar con paso firme hacia el prometedor horizonte de 2050.