China, oportunidad o espejismo
Un coloso en crecimiento. China ya no es sólo un gigante por su población. Acaba de superar a Francia y al Reino Unido por el tamaño de su economía y tiene importancia decisiva para el crecimiento mundial. También es una oportunidad cierta para las empresas extranjeras, pero no todas las historias son de éxitoeduardo morcillo
Si los mil millones de chinos se pusieran de acuerdo para dar una patada en el suelo al mismo tiempo, el mundo lo pasaría mal'. Cuatro décadas después, la alegoría que puso el dibujante Quino en boca de Mafalda parece cerca de cumplirse. Con más de 1.300 millones de habitantes censados, China abarca ya el 13% de la producción mundial en términos de poder de compra y trata de tú a tú a potencias como Estados Unidos y la Unión Europea. Su irrupción en la primera división de la economía es un hecho, pero no está exenta de riesgos para la estabilidad global y los inversores extranjeros.
Si por algo ha destacado el modelo chino de desarrollo -además de por su extraño contenido ideológico, mezcla de comunismo en la política y capitalismo salvaje en la economía- ha sido por su rapidez. Desde que la segunda generación de líderes del Partido Comunista de China (PCCh), liderada por Deng Xiao Ping, iniciara la apertura económica hace tres décadas, el crecimiento ha registrado niveles rara vez vistos. Los últimos diez años se han saldado con un incremento medio del PIB superior al 9% anual, y China acaba de acceder a la cuarta posición del mundo por el tamaño de su economía. Eso sí: las cosas cambian de cariz si se considera la ingente población china: con 6.200 dólares anuales de PIB per cápita, el país asiático aparece en el puesto 118 de la clasificación mundial.
El enorme tamaño absoluto de la economía y la voracidad con la que consume recursos para el desarrollo hacen de China un actor principal de la escena económica. La necesidad de combustible para que la caldera china siga quemando ha sido una de las causas principales de la triplicación del precio del petróleo en los últimos dos años. Sobre sus tierras se construyeron más kilómetros de carretera el año pasado que en el Reino Unido en las últimas cuatro décadas. Y la perspectiva de los Juegos Olímpicos de verano que se celebrarán en Pekín en 2008 garantiza la aceleración en los próximos meses. El gigante sigue creciendo, pero ¿a qué coste?
El sistema se basa en la autocracia del Partido Comunista, tan proclive a las reformas económicas como reacio a las políticas. La masacre de Tiananmen sofocó en 1989 parte de las ansias de libertad de la juventud universitaria, y la mano de hierro del régimen deja escasos resquicios para que se reproduzca la rebelión. El ejemplo de Google, que ha aceptado la censura en su buscador a cambio de acceder al mercado chino, da cuenta del poder de convicción de Pekín. Sin embargo, la Historia demuestra que el desarrollo termina provocando exigencias democráticas. La semana pasada, un grupo de veteranos comunistas firmó una carta pidiendo avances en la libertad de información.
En el ámbito social, las condiciones laborales de las fábricas no pueden compararse con los estándares occidentales. Los bajos salarios son incentivo suficiente para que la población abandone el campo de forma masiva, pero los desequilibrios que provoca este éxodo y la precariedad generalizada pueden acabar desencadenando problemas. El propio Ejecutivo reconoce las insuficiencias del modelo social y ha anunciado planes de mejora de la educación, la sanidad y las pensiones para, entre otras cosas, reducir la propensión al ahorro de unos ciudadanos desconfiados ante el futuro.
El país se ha convertido en un financiador neto del resto del mundo, pero el modelo adolece de excesiva dependencia del exterior. Ello lleva a fuertes disputas comerciales con las otras potencias económicas, como la crisis del textil o las peticiones/exigencias de que el Gobierno deje flotar su moneda, el yuan. Las empresas públicas absorben el grueso del crédito de los bancos locales, que lo conceden sin excesivas consideraciones de riesgo porque los depósitos crecen un 15% anual, gracias al crecimiento económico. Así, un parón de éste podría desencadenar una crisis financiera.
Desde el punto de vista empresarial, el atractivo para la inversión extranjera es enorme, partiendo de la ventaja de coste de la mano de obra. Pese a la limitada renta per cápita, el pequeño porcentaje de población con posibles representa un mercado potencial que supera al de muchos países avanzados. Si a ello se unen las ventajas fiscales, queda explicada la segunda posición de China en el ranking de destinos de la inversión extranjera.
Sin embargo, el aspecto microeconómico también tiene un reverso tenebroso: la apertura económica no ha venido acompañada de reformas institucionales. Un concepto básico como el de la propiedad privada aparece reducido en China a regímenes similares a la concesión administrativa o el usufructo. Quizá sea más grave aún el escaso respeto por la propiedad intelectual: en ausencia de reglas claras -o, más bien, de un sistema judicial que ponga coto a los abusos-, China se ha convertido en una máquina casi perfecta de la copia. Además, cuando un producto tiene éxito se produce una competencia feroz de empresas locales, occidentales y de países cercanos como Corea del Sur o Taiwan. En algunos sectores pueden juntarse demasiados competidores para un mercado todavía poco maduro.
Los productores de falsificaciones tienden a acaparar el mercado porque pueden ofrecer más margen a los distribuidores. Aunque ha habido alguna condena (como la reciente a un centro comercial de Pekín en el que se vendían imitaciones de ropa), las penas no guardan proporción con el daño comercial producido. La máxima, expresada por un responsable de inversión de una empresa de comestibles, es clara: 'Si tienes éxito, te copiarán'. La fidelización de marca resulta, en este contexto, harto compleja. Aunque las condiciones han mejorado desde que China entró en la Organización Mundial del Comercio hace cuatro años, aún quedan restricciones operativas para el inversor extranjero. Las autoridades quieren fomentar la industria local, por lo que ralentizan o deniegan permisos de forma arbitraria, además de exigir al inversor extranjero que entre al país de la mano de un socio local que no siempre cumple los niveles mínimos de exigencia.
Estos factores llevan a que algunas empresas sufran cierto espejismo respecto a la celeridad de los resultados comerciales y financieros. La inversión en China es una tarea de largo plazo. Si la empresa demuestra tenacidad y capacidad para afrontar las dificultades, acabará llegando el éxito.
China es un destino tentador para empresas de la construcción, máquina herramienta, automóvil y componentes, química, textil o muebles. Algunos analistas calculan que desbancará a Estados Unidos como primera potencia económica a mediados de siglo, por lo que el futuro pasa, sin duda, por aquel país. Las oportunidades son muchas y las probabilidades de éxito, altas, siempre que se consideren las potenciales amenazas. Más aún que en otros destinos, cobra vital importancia el análisis del mercado, de los socios potenciales y de las condiciones jurídicas de la inversión. China, definitivamente, sí... pero con cautelas.