El Ruedo, testigo excepcional del boom
En febrero de 1986, la Comunidad de Madrid convocó a un grupo de seis arquitectos para estudiar un solar en la M-30 sobre el que se levantaría un edificio de viviendas de protección oficial. El proyecto del arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oíza (1918-2000) resultó ganador y a principios de los años noventa el complejo conocido como El Ruedo destacaba ya en el perfil de la capital española.
El inmueble es excepcional por tres razones: ha sido testigo del boom inmobiliario sufrido en Madrid en los últimos 15 años, sin que éste le afecte; asumió un realojo de 350 familias, el último de estas características realizado en España y, por último, el edificio, en curva, similar a un coso taurino, a una caracola, es hoy analizado por arquitectos de todo el mundo.
'La luna, la luna, la luna se peina...' se oye cantar en el interior del edificio de Sáenz de Oíza. Aunque en el exterior todo ha cambiado -la M-30, antes una gran autovía de circunvalación es hoy, más bien, en muchos tramos, otra gran calle de Madrid, y los descampados, antaño cercanos al inmueble están ocupados ahora por centros comerciales y viviendas de 5.000 euros el metro cuadrado- en el interior de El Ruedo, el tiempo parece haber pasado más lentamente.
La comunidad negocia la venta de los hogares a las familias realojadas
Las cerca de 350 familias que ocuparon el inmueble a principios de los noventa son prácticamente las mismas que hoy viven ahí. La especulación inmobiliaria ha pasado de refilón por El Ruedo: la mayoría de los realojados no han tenido acceso a la posibilidad de comprar las casas en las que viven (250 euros de alquiler mensual en una vivienda de 80 metros cuadrados).
Garajes cerrados
Quizá sea ésta una de las razones que explica la sensación de abandono que ofrece la visión del interior del edificio. Un espacioso solar que podría albergar un jardín en el que disfrutaran niños y abuelos, ésa era la idea de Sáenz de Oíza, y en el que sólo hay arena y arbustos. Si los inquilinos fueran propietarios, posiblemente todo estaría mejor cuidado. Los garajes del edificio están cerrados por miedo a que se conviertan en focos de venta de droga y algunas fachadas presentan desperfectos. Pero también esto puede estar a punto de cambiar.
'El Ruedo es la joya de la corona del Ivima Instituto de la Vivienda de Madrid', afirma Domingo Menéndez, director gerente del organismo. 'Vienen excursiones de arquitectos japoneses a verlo, es nuestro edificio más emblemático', dice. Menéndez explica que en la primera mitad de 2006, el Ivima va a realizar reformas en el inmueble, se van a arreglar fachadas y se va a tratar de ajardinar la zona, con una inversión de cuatro millones de euros. 'Queremos hacer una rehabilitación respetuosa con lo que hay, recuperar su esplendor'.
Además, el Ivima va a negociar la venta de las viviendas a sus ocupantes. 'El comportamiento del propietario no es el mismo que el del arrendatario y así bajarían los desperfectos', comenta el director del Ivima. El organismo ya ha iniciado los contactos con los inquilinos.
'Viví 19 años en el Pozo del Huevo un núcleo chabolista desaparecido, no hablaba con nadie. Ahora no paro, hasta hago yoga', dice Juana, una vecina que llegó con los primeros realojados. 'Cuando llegamos no éramos conscientes de lo que valía esto; ahora sí, el barrio es de clase media alta', añade su vecina Chelo 'antes teníamos que andar dos kilómetros para coger un autobús'. Los realojados llegaron a El Ruedo ilusionados por las nuevas viviendas, pero a su llegada vecinos del barrio protestaron porque creían que iba a subir la delincuencia. El recelo fue mutuo, pero hoy ambas partes van superándolo.
'La política de grandes realojos ya no se lleva', explica una empleada de la asociación El Camino, que trabaja con vecinos de la zona. 'Es preferible llevar a cabo acciones sociales sobre grupos mucho más pequeños', dice.
A orillas de la M-30, el ruido insoportable de las obras y del tráfico no traspasa los muros de El Ruedo. Su construcción estaba pensada para evitar esas molestias; las viviendas del edificio orientadas hacia esa zona tienen como salidas al exterior ventanucos, que dan al edificio una imagen similar a una cárcel, lo que conllevó críticas hace años. Pero esas pequeñas ventanas corresponden a baños y cocinas de viviendas que tienen otra parte orientada al luminoso solar interior.
'A la hora de construirlo, mi padre tenía en mente el Coliseum romano y las antiguas corralas madrileñas', recuerda Vicente Sáenz de Oíza. Francisco Javier Sáenz de Oíza, Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1993, tuvo siete hijos, de los que cuatro se han dedicado a la arquitectura. Vicente y su hermana Marisa colaboraron con su padre en la proyección de El Ruedo siendo estudiantes. 'Para mi padre', dice Marisa, 'la ciudad es la mejor respuesta del hombre a la naturaleza'. Francisco Javier Sáenz de Oíza no creía en los edificios-guetos, explican sus hijos. 'Mi padre era de pueblo y creía que era bueno que niños y abuelos tuvieran contacto, que se mezclaran las personas', señalan. El centro ajardinado de El Ruedo y la apertura del barrio al edificio, así como la entrega en propiedad de las viviendas a sus ocupantes, permitirán esa integración soñada por el arquitecto.