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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Más vigilancia fiscal en la zona euro

El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, ha optado por buscar la alianza de los mercados para obligar a los países de la zona euro a respetar los compromisos pactados sobre estabilidad presupuestaria: déficit inferior al 3% del PIB nacional y deuda que no supere el 60% de éste. En una iniciativa que escenifica la incapacidad del consejo de ministros de Economía de la zona euro para imponer disciplina presupuestaria, Trichet recordó ayer que el BCE puede rechazar los títulos de deuda pública de un país cuando su calidad crediticia queda bajo mínimos. El castigo le costaría caro a los Estados con calificación de deuda más baja (por ahora, Italia, Grecia y Portugal), hasta el punto de empeorar su valoración y obligarles a pagar más por cualquier emisión futura. Alguno de esos países -o sus entidades bancarias- pueden llegar a encontrarse además ante la humillante situación de tener que utilizar bonos de otros Estados para avalar las operaciones de endeudamiento que realicen con el BCE.

La amenaza de Trichet abre varios interrogantes y delata más de un fracaso. Primero, deja claro que el reparto de competencias en la zona euro vuelve a rechinar. La moneda única sigue sin contar con una referencia clara de autoridad política, y un organismo técnico como el BCE se arroga competencias que no le corresponden. Pero el BCE no es del todo culpable. Porque la manifiesta dejación de responsabilidades por el Eurogrupo y la Comisión Europea le empujan a convertirse en adalid de la disciplina fiscal.

En ese contexto, la intervención de Trichet era inevitable. Su amenaza, sin embargo, tiene un envés. Porque traslada la vigilancia de las finanzas públicas de los miembros de la UE a unas compañías privadas: las agencias de calificación. Y, sobre todo, rompe con la buscada unidad de la zona euro porque somete la deuda de cada país a un tratamiento diferenciado. Seis años después del arranque de la unión monetaria, esa actitud suena a reconocimiento de que la integración económica de los Doce del euro sigue siendo aún un deseo.

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