Economía en la disuasión nuclear
El Nobel de Economía de este año ha recaído en un economista y un matemático por su contribución a la teoría de juegos. Seguramente Thomas Schelling y Robert Aumann hayan realizado multitudes de trabajos, pero ayer los medios de comunicación coincidían al destacar que buena parte de su análisis se basó en el comportamiento de Estados Unidos y la Unión Soviética durante la guerra fría. No parece a bote pronto muy económico esa labor de destruir el mundo, pero en realidad la Guerra Fría era terreno abonado para la teoría de juegos.
Si los dos atacaban los dos salían perdiendo, si atacaba uno sí y otro no aquél ganaba, y si no atacaba ninguno, los dos ganaban. Pero se trataba de una situación de conflicto no cooperativa, y si uno no se preparaba para atacar se habría expuesto a que el otro aprovechase esa ventaja. Así que la única forma de lograr que el otro no atacase era estar dispuesto a hacerlo. Pero esta acción sólo incentiva al otro a un rearme aún superior, no ya para destruir al otro, sino para enviar la señal de que se está dispuesto a llegar hasta el final. Incluso las políticas de protección civil estaban encaminadas a ello: eran una forma de decir al otro que se planteaba atacar.
Se suponía que este escenario de destrucción mutua asegurada era de equilibrio. Era tal el poder destructor de ambas potencias que, en teoría, ninguna se arriesgaría a desatar el fin del mundo. En teoría. Porque la elegante teoría la ponían en práctica personas con errores de apreciación y conflictos de interés. Estos elementos, además de la perversa lógica de la disuasión, llevaron al mundo al borde de la destrucción en una absurda orgía militar, pues el ataque preventivo estaría, en determinados escenarios, justificado.
La teoría de juegos, como gran parte de la ciencia económica, es una excelente herramienta para analizar la realidad, pero no un sustituto. La Bolsa se nutre de errores o diferencias de apreciación. Si la economía fuese una teoría de juegos los precios de las acciones no oscilarían, pues las valoraciones serían perfectas y las mismas para todos.