Un puente a ningún sitio
Cuando en agosto salió adelante una ley de financiación de infraestructuras, el Congreso dejó muy fácil el chiste a los sarcásticos directores de programas nocturnos de televisión. La ley incluye inversiones que no pasan el test de la austeridad en tiempos de déficit. Lo más notorio es que se dedican 223 millones para un puente en Alaska del que se dice que no va a ninguna parte.
No es exagerado. El puente unirá Ketchikan (8.000 habitantes) y la isla de Gravina (50 vecinos) donde ahora hay un servicio de ferry. Aparte de Don Young, republicano en la Cámara de Representantes por Alaska, nadie más acierta a ver la necesidad de este puente, que será similar en longitud al Golden Gate. Taxpayers for Common Sense, una organización que pide disciplina fiscal, asegura que ésta puede ser la obra más cara de la historia de EE UU por su coste y su ratio de uso. æpermil;ste es un ejemplo de lo que se conoce como pork barrel politics, una expresión poco poética con la que se describe el gasto federal que beneficia a una determinada circunscripción electoral y aúpa la popularidad del político de la zona, algo vital en EE UU ya que los congresistas son más leales a sus votantes que a su partido. Por definición, el pork lo pagan todos los contribuyentes y beneficia a pocos.
Estos días se habla mucho de ello porque la urgente financiación para recuperar los estados devastados por el huracán Katrina se cargará a las ya deficitarias cuentas federales. Se calcula que la imprevista factura ronde 200.000 millones de dólares y eso obliga a adelgazar el actual presupuesto para acomodar los ineludibles desembolsos. El pork debería ser lo primero en eliminar. Los republicanos del congreso, en teoría conservadores en el gasto, son algunos de los más preocupados por recortar todo lo recortable. Pero a su manera.
Por un lado intentan proyectar la imagen de responsabilidad fiscal y para ello han retrasado la aprobación de más recortes de impuestos. Además, se están alejando del plan de reforma de pensiones propuesto por George Bush. La nueva fórmula incluye un billonario gasto de transición que, tras Katrina, parece poco oportuno presupuestar. El republicano Charles Grassley, presidente del comité financiero del Senado, ha dicho que la reforma 'no se tratará este año'.
Esta posición es una ruptura en el apoyo incondicional al presidente por un asunto que, a decir verdad, ya era difícil vender al electorado incluso antes del huracán. Eso sí, se da la coincidencia de que esta marcha atrás llega en vísperas de año electoral. En 2006 se renueva parte del Congreso y muchos legisladores se juegan el puesto, y la mayoría republicana, por lo que huyen de proyectos que como el de las pensiones den argumentos a los demócratas y les arruinen la reelección. Por otro lado, la disciplina es una virtud que gusta ver en el prójimo y a los congresistas les cuesta ser duros con ellos mismos y sus votantes. La ley de infraestructuras parece que seguirá íntegra. Algunos reconocen que se pueden hacer concesiones siempre que no se toque lo suyo. De hecho, Young respondió con un exabrupto a un periodista que le preguntó por el posible fin del puente. Dennis Hastert, portavoz de los Representantes, dijo que la ley de infraestructuras 'es exactamente la que necesitamos'. De momento, el pork se queda y la austeridad no va a ninguna parte. Como un famoso puente.