_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cómo debe tratar la UE las compras chinas

El autor subraya los beneficios para la economía y la estabilidad internacionales de una integración cada vez más profunda de Pekín en la economía global. La toma de decisiones por las empresas chinas basada en el mercado y no en la política tendrá, en su opinión, implicaciones positivas para la economía del país

Hacer frente al desafío económico que significa la China de hoy encabeza la agenda tanto de europeos como de norteamericanos. Sus preocupaciones van desde cuestiones que atañen a los sectores textiles y de automoción hasta las actividades inversoras de las empresas chinas en el exterior.

Cada día más, las compañías chinas cuentan con los medios financieros para convertirse en serios protagonistas en los mercados internacionales de fusiones y adquisiciones, y de hecho, han desarrollado considerable actividad adquisitiva en el pasado reciente. Sin embargo, dichas acciones no son siempre bien vistas por los encargados de establecer las políticas locales, ni por los ciudadanos de los países objeto de las mismas. Fue bien obvia esta falta de entusiasmo en EE UU durante el reciente intento fallido de adquisición por la petrolera china CNOOC de la norteamericana Unocal.

En Europa, asimismo, existe escepticismo general en torno a las adquisiciones por extranjeros. El Gobierno francés, por ejemplo, ha confeccionado últimamente una lista de industrias que se consideran 'estratégicas', término que significa que no están en venta. Otro ejemplo es el acalorado debate en Alemania en torno a los fondos compensatorios extranjeros.

Cuanto más acepte China las reglas internacionales y la primacía del mercado sobre la política, más estable será la economía global en su conjunto

Retóricas como éstas resultan poco felices. Tienden a enmascarar la histórica preferencia europea por una política -que, dicho sea de paso, ha tenido un éxito bastante rotundo- por manejar los asuntos comerciales en base a reglas más bien multilaterales. Un acercamiento que enfatiza el papel de las instituciones y acuerdos internacionales, y orientado hacia la reducción de las barreras al flujo de bienes, servicios y capitales, trae aparejado el beneficio de integrar a Pekín cada vez más profundamente en la economía global y del marco institucional a nivel internacional.

Una ventaja muy importante de esta estrategia es que se sienten sus efectos también en el mercado nacional chino. Al alentar la toma de decisiones en las empresas chinas basada en las fuerzas del mercado -en lugar de decisiones impulsadas, más que nada, por motivos políticos- dicha estrategia tendrá implicaciones directas sobre la manera de gestionar los negocios dentro de China misma.

El sector petrolero es un caso ejemplar. Las petroleras chinas están ante un clásico dilema: como existen subsidios y techos impuestos por el Gobierno sobre los precios, que limitan lo que pueden cobrar a sus clientes en el mercado doméstico, podrían mejorar significativamente el rendimiento de sus inversiones al vender en el mercado mundial. En tal sentido, la política sigue teniendo preeminencia sobre el mercado en la economía doméstica china. En contraste, imagínese por un momento la acelerada integración de las petroleras chinas -inclusive las que son propiedad de o controladas por el Estado- en la economía global. Esto no sólo incrementaría la eficiencia, sino que también fortalecería la posición de los actores dentro de China que persiguen una política más orientada hacia el mercado.

A fin de cuentas, un acercamiento basado en las reglas de mercado es la única forma de resolver de manera pacífica la posibilidad de alguna eventual escasez de petróleo en el mundo. Según esta lógica, cuanto más basada en el mercado se torna la política energética de china, menos probable será que la competencia global por los recursos entre ese país y otros se extienda al campo político o militar.

Dejando de lado el petróleo y las materias primas, una expansión más importante de China en la economía mundial beneficiará a Europa -y a EE UU- de varias maneras.

Si las empresas chinas aprenden a abrir su mentalidad hacia sus propios intentos de adquisición en el exterior, la IED (inversión exterior directa) de la misma Europa debería tornarse más segura. Y esto permitiría a las compañías europeas una participación más fuerte dentro de la meteórica economía china. Además, cuanto más acepte China las reglas internacionales y la primacía del mercado sobre la política, más estable será la economía global en su conjunto.

Al final, un acercamiento equilibrado y abierto de este tipo -siempre que sea mutuo- también expandiría el espacio de maniobra de la dirigencia china en torno a un asunto sumamente contencioso: el tipo de cambio de ese país. Cuanto más integrado sea el desarrollo de la economía global y cuanto más grande sea el interés económico de las empresas chinas en las compañías en el exterior, con mayor flexibilidad podrán actuar los líderes chinos respecto de lo que muchos en el Occidente ven como una moneda china subvaluada.

En conclusión, cuando piensan en cómo reaccionar ante los posibles intentos de adquisición de empresas por parte de los chinos en sus países, los formadores de política europeos deberían, como regla general, dejar que el mercado mismo decida si tales intentos prosperan o no.

El hacerlo, dicho sea de paso, no significa que se podrán ignorar por completo las consideraciones geoestratégicas o las preocupaciones por las cuestiones militares del caso, en el proceso de avanzar hacia mercados más abiertos. Por cierto, respecto del acceso a las tecnologías sensibles, con potenciales aplicaciones militares, hay que extremar las medidas de protección. Pero en la mayoría de los casos, es probable que los argumentos terminen por hablar a favor de abrirse a la actividad adquisitiva de los chinos en Europa. Con muy pocas excepciones, las interferencias políticas no son ni procedentes ni deseables. Y es así también en el caso del petróleo, donde los beneficios de la integración pesan más que las cuestiones de control.

Cuando todo esté dicho, aún los de Occidente que se preocupen principalmente por la competencia geoestratégica con China, tendrán que repensar su posición: cuando de asegurar acceso al petróleo y a otras materias primas se trata, la mejor manera de protegernos en contra de los eventuales conflictos políticos y militares es mediante la integración de China dentro del sistema basado en la aplicación de reglas claras.

Archivado En

_
_